Todos somos propietarios
Por Silvana Melo para Pelota de Trapo
Cuando se preside el Banco de la Nación se deciden cosas importantes. En una mesa chica, apenas con una luz que ilumina su centro, se decide el reparto de la riqueza. Quiénes estarán dentro del escenario y quiénes quedarán afuera. Quiénes entre bambalinas y quiénes en la calle. Mirando la fiesta con la boca empañando el vidrio.
Dice Rousseau, citado por José Pablo Feinmann, que el día en que se creó la propiedad privada nació el mal. Porque mientras algunos tienen bienes, muchos otros tienen sólo males. Se trata, entonces, de tener. Que implica algo que defender, incluso con la vida. La propia y la del otro, la que disputa ese bien. Que demasiadas veces termina mal.
Cuando se preside el Banco de la Nación se dicen cosas importantes. No exactamente que un niño nacido en una villa es como un animalito salvaje. Eso tiene, apenas, destino de anecdotario. Lo que Javier González Fraga dijo, desde la presidencia del Banco de la Nación, es que quiere un país “donde todos sean propietarios”.
Los niños suelen serlo: de parcelas de vida mágica que la adultez suele reprimir; del peso de las utopías; de las chispas transformadoras que en cada nacimiento sacuden al mundo. También suelen ser propietarios de cinco bolitas, un autito de plástico al que le falta una rueda, una pelota pinchada, una esquina con forma de ochava, un pasillo de tierra, un patio tan grande que ni poniéndose la mano haciendo visera en los ojos se puede ver el final, un perro de la calle, dos gallinas, una cuneta con agua podrida, una lluvia de veneno que cae cada tanto en la escuela. Pero ellos no reconocen la propiedad privada hasta que los adultos –los que presiden el Banco de la Nación y los que no- les martillan el futuro inmediato con el concepto fatal de tuyo y mío.
Fue Hobbes quien, por el siglo XVII, pensó el estado y lo definió con la figura del Leviatán, el monstruo bíblico destructor que personificaba al demonio. Los propietarios y los no propietarios son cruciales en la organización social que construye parias para apilarlos en contenedores y destinarlos al relleno sanitario del sistema.
Poseer o no, implica ser o no
Tal vez por eso los gobiernos progresistas basados en el consumo empoderan a su gente con dinero con el que puedan comprar. Poseer. Ser propietarios. Y adquirir identidad a partir de la propiedad. Que es lo propio y no la otredad. Que es el otro de quien se aleja y se protege el propietario. Para que la otredad no le dispute la propiedad. Entonces aparece la policía. Como brazo represivo sistémico para proteger propietarios. Y derogar destituidos. En celdas dos por dos o por la espalda.
Cuando se preside el Banco de la Nación el Leviatán se pinta la cara y se viste de traje casual. Se decide que todos serán propietarios y cuando se dice todos no es Todos. Son éstos. Los de acá. Los otros perdieron el tren. O bien los arrojaron del último vagón.
Los wichis, los qom, los mapuches, son propietarios de los patios inmensos de esta tierra. De las estrellas y de los espíritus del mundo. Tienen derecho veinteañal y usucapión. Preexistencia y título de propiedad de los dioses que crearon este mundo. Pero los echan, los reprimen, los mueren. Los despojan porque todos tienen que ser propietarios pero algunos más propietarios que otros, en una paráfrasis de George Orwell.
Los catorce millones de pobres que pueblan un país de cuarenta millones de habitantes son propietarios de un par de subsidios, un alquiler carísimo, facturas que no pueden pagarse, dientes que no se reemplazan, huesos que duelen, hospitales colapsados, niños con mocos de meses.
“Quiero un país de propietarios no de proletarios”, dijo Adelina de Viola por 1993, cuando presidía el Banco Hipotecario Nacional. Los trabajadores y sus proles quedaron a la buena de dios. Y fueron desapareciendo de la faz de la tierra para ocupar periferias, villas y basurales.
El sistema va reciclándose. Y replica las presidencias de sus bancos. La propiedad tiene siempre los mismos propietarios. Y la otredad queda fuera de las rejas y las alarmas.
*Por Silvana Melo para Pelota de Trapo