Los manteros y la economía del excluido
El conflicto de los manteros atrapó la atención de los grandes medios de comunicación a mediados de Enero: ansias represivas por parte de algunos sectores de nuestra sociedad se combinaron con la posibilidad que brinda la temática para minimizar otros temas relevantes debido al siempre efectivo amarillismo mediático. Morbo aparte, “la batalla de Once” desató numerosos debates respecto del lugar de los trabajadores “informales” en la economía argentina. Acá, algunas puntas para pensar la economía del excluido.
Por Manuel Martínez para La Tinta
Un problema nominal
Desde mediados de la década del 70′ en adelante, el mercado formal argentino no logra integrar a una parte importante de la población dispuesta a conseguir un empleo. Las economías paralelas que se forjan en este contexto de exclusión sistémica no son siquiera nombradas por los paladines de la economía clásica. Así, un operario que se encuentra “en negro” en una pyme es catalogado como trabajador “informal”. Otro trabajador, en este caso un mantero de Once, es también llamado “informal”. Ante formas económicas en un sentido antagónicas (una en relación de dependencia, otra como emprendedora “sin patrón”), la denominación es la misma. La heterogeneidad y amplitud del concepto invita ya a equívocos. En los medios de comunicación llaman a todos por igual.
Es que nombrar aquello que se encuentra en los márgenes implica darle entidad, reconocer el lugar sistémico de la economía del excluído en nuestra sociedad. Implica identificar a un sujeto que encarna el costado más excluyente de las economías de los países dependientes como el nuestro y que representa, al mismo tiempo, la imposibilidad de una inclusión laboral plena bajo ciertas coordenadas político-ideológicas. Reflexionar sobre la economía argentina actual ignorando el enorme número de trabajadores/as que se encuentran por fuera de cualquier relación de dependencia es una operación demasiado forzada. Pocos años atrás, un buen número de organizaciones políticas, producto del trabajo en los sectores más postergados, inventaron la denominación de “economía popular”, retomando un concepto pensado en otras latitudes del continente, para nombrar a un sector específico de trabajadores: el de los excluidos que creaban alternativas laborales por fuera del mercado tradicional. El “caso de los manteros” reflejó la distancia entre el peso del sector en la economía nacional y su escaso reconocimiento público, balanza que, gracias a la organización, fuera alterada centralmente el año pasado.
Menem y la integración latinoamericana
La tradición “obrerista” del asalariado en Argentina es una anomalía en el continente. Los índices de empleo formal diferenciaron fuertemente a la Argentina de sus vecinos más cercanos, con guarismos comparables a los de países europeos. La enorme masa de trabajadores sindicalizados propia de nuestro País refleja la particularidad de una clase marcada a fuego por el peronismo. Argentina, en este sentido, recién se “latinoamericaniza” en los noventa. La ola neoliberal, que circunscribía de manera coherente políticas de flexibilización laboral y privatizaciones dentro de un discurso de emprendedurismo individual que ubicaba al Estado como el contra-ejemplo de la libertad y el desarrollo colectivo, tendría la capacidad de emparentar los índices de desempleo y exclusión nacionales a los del resto de América Latina. La economía de los excluídos, como sector de peso en el total nacional, nace en la década menemista. Es la economía de la sobrevivencia, no de la solidaridad. Los principios neoliberales que funcionaron como plafón ideológico de las políticas del desempleo y la marginalidad no son la antítesis del sector, sino por el contrario, marcarían desde su emergencia su lógica de funcionamiento. Un sector deliberadamente excluido, denominado informal por quienes generaron “formalmente” las condiciones para barrerlos a la marginalidad.
Keynes no pensaba desde el Sur
La economía de los excluidos no desaparece cerrando las fronteras. En un contexto global como el actual, la economía formal no logra incluir al 100% de la población económicamente activa de países dependientes como los latinoamericanos. Sin embargo, el sector es drásticamente permeable al contexto macro-económico: como coletazo de un modelo económico proteccionista, el creciente circulante vuelve más dinámica a la economía popular. Las condiciones de vida de buena parte de la población argentina mejoraron con un gobierno que ponía el acento en la demanda antes que en la oferta. Buena parte de la masa de desempleados (muchos de ellos, trabajadores “informales”) lograría conseguir un empleo y salir de la pobreza. Indiscutiblemente, los proyectos enemigos dentro del capitalismo, los Keynes versus los Friedman, tienen efectos diferenciados sobre la porción de la economía de los excluidos y, sin embargo, ninguno de los dos parece poder eliminar esta “anomalía”. Preguntarse por las posibilidades de lograr esto que parece un oxímoron, equivale en última instancia a preguntarse por las posibilidades de terminar con la exclusión social.
Aun así, las condiciones materiales concretas actuales nos inducen también a pensar si, en lugar de especular con recetas ya probadas que conducirían a terminar con el desempleo y la informalidad, no podría nacer desde la economía popular la alternativa a la exclusión.
En otras palabras: si los modelos económicos de los gobiernos progresistas y populares de la región no pudieron acabar con el desempleo en esquemas tradicionales de mercado, por qué no probar con reconocer y apuntalar las estrategias que nacieron desde la práctica cotidiana de supervivencia. En este caso, no se trataría de “eliminar” al sector sino, por el contrario, de potenciarlo, al reconocerlo como parte fundamental del engranaje social. Para ello, quitarse las anteojeras de economistas y pensadores europeos y estadounidenses es el primer paso.
Un problema moral
Numerosos dirigentes políticos y referentes de la cultura se pasearon por los medios de comunicación defenestrando a los manteros de Once. En el mejor de los casos, en nombre de la “competencia desleal” con respecto a los comerciantes de tiendas “fijas”.
Resulta curioso cómo los máximos representantes del liberalismo económico se vuelven “proteccionistas” cuando los oferentes más competitivos no son blancos, varones o argentinos.
En el peor de los casos, ponderando el derecho a circular del peatón por sobre el derecho al trabajo del mantero. Acompañan a estos razonamientos una batería de justificativos vinculados a los gajes propios del oficio del mantero: que en el medio hay coimas, que hay dos o tres dueños del circo y el resto responde a ellos, etc, etc, etc… Pero la economía popular, como decíamos al principio, no implica una lógica distinta ni, mucho menos, antagónica que la propia de la economía formal en lo que respecta a los valores en juego en el transcurrir cotidiano. Postular ello desde una retórica romántica y pretendidamente transformadora puede hacernos caer en discusiones inconducentes.
La economía popular, tal como la conocemos, fue posible en un proceso de hegemonía neoliberal, con todo lo que ello implica. La alternativa de subsistencia de los pueblos no fue la economía social, no fue la economía solidaria: el discurso del emprendedurismo caló hondo en nuestros pueblos y desde ahí, desde el desarrollo concreto de la “pragmática popular”, se articularon prácticas de sobrevivencia con tradiciones laborales en desuso. Entonces, no podemos trazar la frontera entre una economía y “la otra” economía a partir de criterios morales en las prácticas: las mismas miserias que podemos encontrar en el mercado formal se reproducen en la economía popular. Esquivando estas aristas en debate, la hipocresía de quienes defienden la economía “formal” criticando las prácticas de la economía de los excluidos queda al descubierto de manera abismal, quedando al desnudo el vínculo causal entre la opulencia y la marginalidad. En un contexto defensivo donde cualquier crítica al neoliberalismo del siglo XXI parece caer siempre en saco roto, despejar todo artilugio moral para mostrar su costado más descarnado puede ser tarea que colabore en horadar su legitimidad.
*Por Manuel Martínez para La Tinta / Fotos: M.A.F.I.A.