Yo soy Fidel
El 25 de enero se cumplieron dos meses de la muerte del comandante Fidel Castro Ruz. Crónica de la periodista Irina Morán quien visitó Cuba para presenciar el primer aniversario de la revolución sin su máximo referente.
El 25 de noviembre de 2016, en La Habana, Cuba, se produjo el fallecimiento de Fidel Castro Ruz. La noticia –que no tardó en viralizarse en todos los portales y medios del mundo– la dio a conocer por televisión, cerca de la media noche, su hermano Raúl Castro, actual presidente de la isla.
Yo me enteré de la noticia en Córdoba, cuando al filo de la madrugada escribía en mi computadora y Lucas Crisaffulli me sorprendió con un breve mensaje por Facebook. Me corrió cierto frío por la espalda y no pude evitar sentir una mezcla de angustia y tristeza. Recordé el post Viva Fidel que en enero del 2015 había publicado en mi blog. Revisé además las redes de mis colegas y los medios de Cuba. También Telesur y entonces me convencí de que esta esta vez la noticia era cierta. Fidel nos abandonaba a fines de noviembre del 2016.
Me vino a la memoria las veces que tuve el privilegio de escucharlo personalmente. La fecha más conmovedora fue en el año 2000, cuando vivía en La Habana y participé del acto del 1 de mayo. Allí, en los umbrales del siglo XXI, con su traje verde olivo, Fidel lanzaba al mundo un renovado concepto de revolución.
«Revolución es sentido del momento histórico. Es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.
El 2000 fue un año singular en la historia de Cuba. Por aquel entonces, Fidel y su pueblo libraban una fuerte campaña por la devolución de Elián González: el niño de 6 años que había sobrevivido a un accidente marítimo cuando se dirigía junto a su madre en una precaria embarcación clandestina hacia las costas de la Florida. Una batalla de ideas donde Fidel recibió el apoyo de su gente, con marchas semanales que colmaban la avenida del Malecón. También lo hizo en su carácter de abogado y estadista, apelando a cada pacto o convención internacional, priorizando el derecho legal del padre de Elián que reclamaba por la tenencia de su hijo dentro de la isla. Fidel ganó esa batalla y hoy el joven Elián González vive en su patria.
Pero a fines de noviembre de 2016, el caso de Elián adquirió una nueva impronta en la memoria de los cubanos. Los caprichos del destino hicieron que Fidel falleciera en Cuba a los 90 años, el mismo día que se cumplían 17 años de aquel renombrado rescate. No conforme con ello, la propia estela que envuelve a la figura de Fidel supo siempre agigantarse y volar más alto que cualquier predicción o coincidencia forzada.
«Es un padre, un abuelo para nosotros. Lo amas o lo odias, pero es tu familia, tu sangre».
La fecha de su fallecimiento también coincidió con el 60 aniversario de la partida de Fidel, de México hacia Cuba, en el yate Granma. Este hecho ocurrió durante la madrugada de un 25 de noviembre de 1956, cuando el joven Fidel Castro (30 años), junto a 81 camaradas a bordo de aquel pequeño yate, emprendía su trascendental misión hacia su patria: derrocar al dictador Fulgencio Batista, quien regía los destinos de Cuba con el apoyo de los Estados Unidos.
En ese año, Fidel Castro ya había conocido a Ernesto ‘Che’ Guevara quien, habiendo palpado de cerca las injusticias de América Latina, por ese entonces se ganaba la vida como fotógrafo en México. «Desde que escuché hablar del ‘Che’ me percaté de la simpatía que despertaba en la gente. Con esos antecedentes lo conocí y lo conquisté para que se uniera a la expedición del Granma», narró alguna vez Fidel, rememorando los pasos venturosos de su propia historia.
Cada uno de estos hechos, cobraron una dimensión diferente, desde fines de noviembre de 2016, al coincidir con la fecha exacta de su fallecimiento.
Ni la muerte cree que se apoderó de ti
“¿Qué te puedo decir? La Habana, Cuba toda, por esos días estuvo muy triste. En silencio”, fue la respuesta que más escuché al preguntar a diferentes cubanos cómo habían vivido ellos la noticia del fallecimiento de su Comandante.
De manera oficial, el Consejo de Estado de Cuba decretó nueve días de duelo nacional por la partida física de su máximo líder revolucionario. Durante la vigencia de ese tiempo cesaron las actividades y los espectáculos públicos en todo el país. Las banderas se mantuvieron a media asta en los edificios públicos y establecimientos militares. Se prohibió la venta de alcohol, la música y los medios nacionales mantuvieron una programación de carácter “informativo, histórico y patriótico”.
Como parte de los actos y homenajes póstumos, entre el 28 y el 29 de noviembre del 2016, los ciudadanos de Cuba fueron invitados, en cada localidad de la isla, a firmar el solemne juramento de cumplir con el renovado concepto de Revolución, aquella noción expresada por Fidel el 1 de mayo del 2000, en La Habana.
Durante el cuarto día de duelo, habaneros y residentes de provincias cercanas asistieron al acto popular con sede en la Plaza de la Revolución. Allí participaron cera de un millón de personas, junto a numerosas delegaciones de unos 60 países. Fueron 17 los oradores y representantes de distintos países los que resultaron designados para rendir tributo público a Fidel. El cierre de ese emotivo acto estuvo a cargo de su hermano Raúl, quien ya anunció que ejercerá la presidencia en la isla hasta 2018.
El traslado de las cenizas de los restos de Fidel hasta la provincia de Santiago de Cuba se produjo desde el 30 de noviembre al 3 de diciembre. La caravana, conformada por siete vehículos oficiales, recorrió 900 kilómetros de la isla en sentido inverso a la marcha victoriosa que el propio Fidel, junto a los principales líderes del Movimiento 26 de Julio, protagonizaron desde Sierra Maestra hasta el ingresó triunfal a La Habana, el 1 de enero de 1959. Siempre con la participación espontánea del pueblo cubano, que en cada homenaje, cada tributo para honrar su memoria, agigantó su mística.
Incluso la liturgia y los credos religiosos estuvieron presentes. Muchas voces –no oficiales– han vinculado a Fidel con la religión yoruba, un aspecto que nunca se pudo confirmar en vida. A pesar de ello, muchos cubanos relacionaron los rituales con la santería cubana ya que la fecha elegida para el entierro de sus cenizas –el 4 de diciembre– coincidió con el día de Santa Bárbara o Changó. Además, en la religión afrocubana se cree que la promulgación de los 9 días de luto coincide con el período que establece la santería para comunicar al espíritu que alguien ha fallecido y provocar así que «coja el camino correcto espiritualmente». Se dice entonces, tal como reza la canción del Raúl Torres, que por esos días en toda Cuba no hubo “ni un sólo altar sin una luz por ti”.
Hombre, los agradecidos te acompañan
«Si un logro ha tenido la revolución cubana en estos 58 años es el grado de democratización de la sociedad a través de la educación y el acceso a la cultura, la salud universal –con sus problemas de calidad e infraestructura– y la internalización en la sociedad de la solidaridad como un valor de ejercicio cotidiano”.
Llegué a la Habana a fines de diciembre del 2016, junto a mi hija y cinco amigos entrañables. Era un viaje que lo había planificado seis años atrás y que jamás supuse que llegaríamos tras la muerte de Fidel. Tampoco arribaba a la isla en mi carácter de periodista. Pero en honor al oficio, también recordaba lo que unos días atrás me había dicho mi amigo Camilo Ratti: “Sos una de las pocas periodistas de Córdoba que viajará a la isla por esta fecha, así que tenés que hacer al menos una nota sobre la Cuba sin Fidel”.
Lo primero que me llamó la atención fue el aluvión de visitantes que había arribado a la isla. Las cifras dieron cuenta de que durante el 2016 ingresaron 4 millones de turistas a Cuba. Una cifra récord, que superó en un 13 por ciento a los visitantes de 2015. Incluso, para el 2017 se esperaba la llegada de 4,1 millones de turistas, según estimaciones del propio Ministerio de Turismo Cubano. Dentro de esos cálculos, 284.937 visitantes provinieron de EEUU. Sin embargo, a pasar de la fuerte demanda y el incremento de los viajes de estadounidenses a la isla, hasta el momento, Washington no autoriza el turismo de sus ciudadanos en Cuba, quienes sólo viajan amparados en alguna de las 12 categorías que lo permiten, como los viajes religiosos, culturales o educativos.
Personalmente, confieso que no estaba acostumbrada a convivir con semejante cantidad de extranjeros. Y si bien reconozco que el turismo ha posibilitado aperturas y dinamiza la economía cubana -representa su segunda fuente de ingresos-, quizás de manera conservadora tema por los vicios y las desigualdades que suele traer aparejada la tan mentada industria sin humo.
En este contexto, encontré a La Habana con sus circuitos turísticos impecables. Daba gusto caminar por el Malecón, la Bahía, La Habana Vieja y el Vedado, donde han florecido numerosos comercios y opciones gastronómicas. También “casas de familia” en alquiler para turistas y una saludable artesanía que resulta un señuelo eficaz para la voracidad del consumo extranjero.
Otro de los contrastes es la convivencia de una doble moneda: El peso convertible (CUC) y la Moneda Nacional (CUP). El CUC posee un valor de paridad muy cercana al Euro y circula principalmente en los radios vinculados al turismo y/o en ciertos productos de importación. Mientras que la moneda nacional mantiene una distancia de cambio de 24 pesos por cada CUC y sigue siendo el billete que circula entre cubanos y con el que se abonan los salarios que dependen del Estado. Aquí la estructura económica presenta su cara más desigual. Los salarios de Cuba siguen siendo bajos, en relación al costo de vida real en la isla. Pero nada es comparable con un país de economía neoliberal.
Como apunta mi amiga y colega Andrea Rodríguez, si un logro ha tenido la revolución cubana en estos 58 años es el grado de “democratización de la sociedad a través de la educación y el acceso a la cultura, la salud universal –con sus problemas de calidad e infraestructura– y la internalización en la sociedad de la solidaridad como un valor de ejercicio cotidiano”.
A estos parámetros le añado, que pese al feroz bloqueo económico de Estados Unidos, conservan el orgullo de saberse dueños de su soberanía y han forjado una sociedad segura, con muy bajos índices de violencia. Términos humanos y cualitativos que presentan una distancia abismal si se comparan con cualquiera de los países vecinos del Caribe, y con muchos de nuestra región.
Desde que Raúl asumió la presidencia –en febrero del 2008–, se han implementado una serie de cambios que, durante décadas, venían siendo reclamados por los mismos cubanos. Así, lejos quedaron las restricciones burocráticas para salir del país, o la imposibilidad legal de vacacionar dentro de cualquier Hotel o centro turístico de la isla. Y aunque aumenten las inversiones extranjeras, crezcan los trabajos por cuenta propia, pululen los celulares y exista un mayor acceso a internet, las diferencias sociales o barreras que se observan ahora son principalmente económicas. Una realidad que estimula a muchos cubanos a generar actividades privadas y/o relacionadas al turismo para lograr menguar esas diferencias, si de accesos o consumos se trata.
En medio de esta apertura, de este socialismo complejo de adjetivar, mi hija y mis amigos recién llegados a la isla no dejaban de sorprenderse por la amabilidad de los cubanos, siempre abiertos a todo tipo de diálogo. Y por no observar a ningún niño o niña de Cuba teniendo que limpiar vidrios o mendigar en las esquinas por no tener qué comer en su casa.
Dicen que en la Plaza, en estos días
“La Habana sigue en silencio”, me dijo Herminia Rodríguez al contemplar una generosa vista desde el balcón de un 6to piso, en un edificio de Vedado. Ya habían pasado más de 20 días del duelo nacional y sin embargo el fallecimiento de Fidel aún revoloteaba en el corazón de cada isleño.
El 2 de enero, Cuba celebraría el 60 aniversario de su Ejército Rebelde con un importante desfile militar en la Plaza. También asistirían numerosas organizaciones civiles y el conjunto de su pueblo en conmemoración, a su vez, del 58 aniversario de la Revolución. Sería un acto diferente. Sobre todo, por ser el primero sin la presencia física de Fidel.
“El desfile comenzará a las 7 de la mañana”, me recordó Herminia el día anterior. “Así que te paso a buscar y marchamos todos juntos”.
Arrancamos a las 7 y nos unimos a la marcha del 2 de enero, en la avenida Paseo. Recordé entonces, cada una de las marchas anteriores en las que había participado en Cuba. La de las antorchas, en el 2014; la del 40 aniversario de la Revolución, en Santiago de Cuba; las caminatas por Elián González y la del 1 de mayo del 2000, en La Habana. Era notable cómo en esta ocasión era otro el sentimiento que nos conmovía, que nos movilizaba.
Una multitud desesperada, de héroes de espaldas aladas
De repente, todos estábamos ahí: mezclados. Turistas y cubanos en las calles de su capital. Cada organización civil, de estudiantes, deportistas, trabajadores, de familias cubanas, portaba algún tipo de bandera o pancarta con fotografías alusivas a algún momento de la vida de Fidel. Desde el asalto al cuartel de Moncada, sus días en Sierra Maestra, su entrada triunfal a La Habana, o sus innumerables retratos junto a personalidades en distintos periodos como presidente de Cuba. También la imagen inmortal del Che, la figura eterna de Martí y esa legendaria tropa de héroes de espaldas aladas que hacen de Cuba un país de aura luminosa para toda la región y el mundo.
La leyenda Yo soy Fidel se replicaba como un tatuaje en cada remera, póster o bandera, en medio de la marcha. El desfile fue tan inmenso como el cariño y la gratitud que el pueblo de Cuba le profesa a su máximo líder. La Plaza de la Revolución nuevamente quedaba pequeña entre tanta multitud.
El registro de la cámara no pudo abarcarlo todo pero al menos, junto a la sensibilidad de mi hija, pudimos retener algunos breves instantes que alumbrarán de por vida, nuestra memoria.
– Raúl dice que se murió Fidel, prende la televisión.
– ¿Estás segura?, le pregunté. Se hicieron algunos segundos de silencio y ella respondió.
– No la verdad, que ya no estoy segura. Raúl dijo el Comandante y… ¿Si fuera otro?
El hombre de 90 años, que se burlaba de que cuando en realidad se produjera su deceso nadie lo iba a creer, nos estaba corriendo una broma de humor negro. ¡No nos lo podíamos creer! Tantas veces habíamos desestimado rumores de personas «bien informadas» sobre su muerte y esta vez, en que nada hacía pensar en el fallecimiento – había recibido a un dirigente asiático días antes–, era algo real.
Tras el alerta informativo –puesto al hilo luego de una segunda transmisión del mensaje de Raúl Castro– que corrió a cargo de la mesa de edición en México salí a la calle. Recuerdo que el corazón me sonaba fuerte y podía sentir como la sangre se me inundaba de una densa adrenalina periodística –la necesaria para sostenerme los siguientes dos días sin dormir y varias semanas de tres horas de sueño por jornada–. No siempre se es testigo del cambio de una era en la tormentosa historia latinoamericana.
Un enfermero mulato parado en la puerta del policlínico La Rampa, con los ojos enormes escuchaba pegado a una pequeña radio de baterías.
–Es un padre, un abuelo para nosotros. Lo amas o lo odias, pero es tu familia, tu sangre, dijo con los ojos tan abiertos como si fueran las dos de la tarde en el Malecón.
De allí en más comenzó una maratón de ceremonias y finalmente la caravana que seguí hasta Santiago, a donde sus cenizas fueron inhumadas.
Andrea Rodríguez, corresponsal argentina de la Agencia de Prensa AssociatedPress.
Actualmente, dentro de la isla, existen distintos modos de ver la realidad. Incluso se oyen voces críticas, pero también constructivas para enfrentar de distintas maneras el futuro. Tenemos que aprender a convivir con esos matices, esas diferencias. Cambiar nuestra mentalidad. Hoy somos conscientes de que ya no estamos en el ´59 ni en los años ´60. De hecho, se vienen produciendo muchos cambios dentro de Cuba. Pero tampoco creo que debamos venir a morir a las orillas del capitalismo. De esa manera, los esfuerzos de nuestra propia historia terminarían en una especie de victoria pírrica. Siento que Cuba tiene derecho a reinventar el socialismo”. Víctor Casaus: Poeta, cineasta, narrador y periodista cubano. Director del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau en La Habana. * Nota de Irina Morán para La tinta.
** Fotografías de Irina Morán y Lucia Barceló Morán.