Cena de navidad y el juego de las masculinidades
Hace una semana hablamos de la virgen María y de cómo el mito fundacional del catolicismo nos caló hondo a las mujeres. En la semana previa a la Nochebuena, ponemos el lente sobre las masculinidades, y las posiciones que adoptan en, por ejemplo, el ritual navideño.
Por Redacción La tinta
La primera discusión de género que recuerdo con mi padre fue previa a una cena de Navidad. Él miraba televisión con mi hermana, mi abuela se estaba vistiendo y yo leía alguna cosa. Mi madre estaba fuera de casa, comprando las bebidas. Eran las 21:20 y debíamos estar en pocos minutos en la casa de mi tía, donde comeríamos con el resto de la familia. Mi padre miraba impaciente el reloj que pendulaba cada segundo, esperando a mi madre. Ante mi pregunta irónica sobre si la extrañaba (hacía ya años que se llevaban mal), él me lanzó una queja: “Necesito que me planche la camisa, sino me la planchás vos”. A los pocos meses se separaron, y él no volvió a ordenarme algo por el estilo.
Mientras esa escena se desarrollaba, el novio de mi hermana, recientemente echado del trabajo, miraba desde la puerta del patio, mi tío -que la familia trataba de ladrón- nos esperaría ansioso con el asado en la parrilla, y mi primo -que aún no salía del closet- no veía la hora de tirar los fuegos artificiales.
Según la definición de ONG Men Engage, en colaboración con ONU Mujeres, la masculinidad es el patrón de conductas y prácticas sociales asociadas al modo en que deberían comportarse los hombres y su posición en las relaciones entre los géneros, definida por el lugar que ocupa la feminidad, y las expectativas de cómo deberían comportarse las mujeres. “Algunas de las características habituales de las masculinidades son la identificación de la hombría con la dominancia, la dureza y el asumir riesgos. Sin embargo, lo mismo que con las feminidades, existen múltiples masculinidades, que cambian en el tiempo y en función de los entornos. Algunas de ellas pueden tener más poder y privilegios que otras: algunas pueden ser consideradas ejemplares; algunas pueden ser marginadas socialmente”.
Es imposible comprender la clase, la raza o la desigualdad global sin considerar el género.
Cuando prendemos la tele vemos rápidamente la desigualdad de género a la que somos sometidas todas las personas no masculinas. Basta con ver algunas publicidades para sentir una ráfaga de violencia simbólica por la reproducción de los estereotipos. Sin embargo, podemos afinar un poco más el lente. No todos los varones son valiosos para los medios de comunicación, y para la sociedad en general. Sólo algunos son considerados de forma positiva: los que responden a un estereotipo tradicional de masculinidad, es decir si son productivos, valientes, ejecutivos, racionales, poco emotivos, blancos, propietarios y obviamente heterosexuales.
En la década del ’90 se produjeron algunos estudios sobre el tema. Robert Connel afirmaba que el género es un componente fundamental del ordenamiento social, y que es imposible comprender la clase, la raza o la desigualdad global sin considerar el género. Explica además que tomar a lo masculino como algo homogéneo es un error, y que en nuestras sociedades habría tres tipos de masculinidades: hegemónicas, subordinadas y de complicidad.
Pensemos en mi cena navideña: el estereotipo de varón hegemónico podría ser mi padre, reproduciendo la lógica patriarcal por la cual se establece la dominación de los hombres y la subordinación de las mujeres. Claro que él no domina totalmente, sino que es permanentemente desafiado. Por otro lado, mi primo sería el modelo subordinado, que evidencia las jerarquías dentro de las masculinidades: homosexual, discriminado por su femeneidad. Mi tío también corresponderá a este modelo, en tanto expresión de “disfuncionalidad”, por ser un presunto delincuente. Por último, estaría el novio de mi hermana, varón cómplice que no aplica totalmente a la masculinidad hegemónica, en tanto desocupado, pero que presta complicidad, gozando así de los privilegios del orden de género y de la posición de superioridad, sólo por ser hombre.
La cena familiar transcurre entre risas, chistes y micromachismos, mientras yo me pregunto por qué no puedo disfrutar sin verlos y sentirlos. Con estas pequeñas actitudes, los varones intentan instalarse en una situación favorable de poder, y sostenerla. Pero además buscan la reafirmación de su identidad masculina, y satisfacer deseos de dominio, siendo objeto exclusivo de atención de la mujer.
El relato es similar a lo que vivimos a diario, y sin embargo no es pura coincidencia que esté centrado en Nochebuena. La religión tuvo como función fundamental, en sus mitos fundacionales y en sus ritos actuales, la construcción de las masculinidades y los roles de género. El desafío sigue siendo atrevernos a de-construirnos y construirnos permanentemente, liberándonos en ese proceso de los mandatos sociales que nos atan y violentan.
* Por Redacción La tinta