Parece que va a hablar Fidel
La máxima se enraizó en el pueblo desde que el joven líder entró triunfante en la Historia de Cuba.
Por Madeleine Sautié para Granma
La máxima se enraizó en el pueblo desde que el joven líder entró triunfante en la Historia de Cuba. Desde los días del Moncada, en que decidió emprender su propia autodefensa y dejara atónitos a los espectadores presentes en el juicio. Desde aquellos días en que aseguró que ella, la Historia, que no se compromete más que con la verdad, lo absolvería, y terminará diciendo la última palabra.
A Fidel jamás le faltó ni el profundo decir ni el público para escucharlo. Su voz fue imperturbable, más vibrante cuando eran demasiado hondas las sentencias que en sus discursos iban apareciendo, y se convertían pronto en aforismos en los que su pueblo creyó e hizo suyos, porque era en nombre del pueblo que siempre habló.
La Revolución se hizo con sangre y hechos, y su verbo fue Fidel, cuya palabra redonda cronicó cada etapa revolucionaria, cada momento histórico. Aciertos y fracasos tuvieron siempre la entereza de su discurso, pocas veces leído, porque a cada supuesta idea pensada o tal vez apuntada para organizar la intervención, se le incorporaba el añadido de su emoción, de su dominio, de su protagonismo donde quiera que fuera necesario estar presente.
Su oratoria fue la escuela donde aprendimos a no claudicar, a resistir frente a los permanentes traspiés que nos puso un enemigo que no soportaba la limpieza de nuestro brillo, que salpicaba a todos los hijos de Cuba. Su discurso nos enseñó el rumbo. Cuando hablaba Fidel el optimista se afianzaba, el abatido se animaba, el adversario rabiaba y temía. Durante décadas lo tuvimos conduciendo con la voz y el cuerpo nuestra nueva patria, la que conquistó la generación histórica que él encabezó y construimos sus hijos bajo el mando de su pensamiento.
Lo recuerdo desde mi infancia en aquellos tristes días, cuando la vileza hecha «hombre» hizo explotar un avión cubano en pleno vuelo para aterrorizar a los cubanos, en aquellas palabras erigidas con la furia de un gigante indignado que le echó en cara a la injusticia sus temblores cobardes frente al llanto de un pueblo enérgico y viril.
Inolvidable cuando respondió en la Tribuna Antimperialista, al presidente norteamericano George W. Bush —quien expresara respecto a Cuba que nuestra suerte estaba echada— aquellas palabras contundentes: «Tengo el placer de despedirme como los gladiadores romanos que iban a combatir en el circo: Salve, César, los que van a morir te saludan.
Solo lamento que no podría siquiera verle la cara, porque en ese caso usted estaría a miles de kilómetros de distancia, y yo estaré en la primera línea para morir combatiendo en defensa de mi patria, en nombre del pueblo de Cuba».
Cuba creyó en su mensaje porque él no supo separar la palabra del ejemplo, porque dio el rostro a su gente, porque hablaba y medía lo que sucedía en su auditorio a la par que discursaba. Y se nos hizo necesaria su voz.
Cuando los años lo condujeron al descanso en el que no creyó, escogió la palabra hablada en su periodismo intachable, donde estaba el olfato del líder, atento y combativo, velando por el pueblo que lo veneró. Pero no nos faltó su palabra.
Hoy el viaje inexorable empieza, porque se nace para morir. Pero como me ha dicho un amigo querido, hasta muerto Fidel congrega. No es para despedirse de sus restos físicos que un pueblo entero permanece incesante pasando por la Plaza, como en todo el país, para acompañarlo. Dentro de cada uno, Fidel tiene algo que decirnos. La gente se aglomera como cuando hablaba allí. No tengo la menor duda de que en la Plaza nos está hablando Fidel.
*Por Madeleine Sautié para Granma.