Carlos Napolitano, half derecho
Una inicial y un apellido se repiten en los archivos de la campaña de Almagro en la Primera División de 1938: C. Napolitano. Napolitano a veces sí, a veces no. A veces titular, como en la victoria de visitante frente a Boca. Napolitano a veces no, como en el partido histórico en el recién inaugurado Monumental. Napolitano, el de la fábrica de calderas. Napolitano, que nunca vería saltar su apellido a la fama porque su hijo sería mundialmente conocido como Pappo. Carlos Napolitano, half derecho.
Carlos Napolitano llegó a la fábrica de calderas de su familia y tiró El Gráfico sobre la mesa. En el encabezado decía, chiquito, 8 de junio de 1942 y la nota central agigantaba la goleada de River por 6 a 2 ante el siempre difícil Chacarita: “Jugó como una máquina el puntero”, sentenciaba el título en mayúsculas.
Yo jugué contra varios de estos tipos. Los vi cuando empezaban. Me acuerdo el cagazo que se pegaron cuando casi les empatamos en cancha de Vélez -dijo. Levantó las cejas y resopló, para acentuar el recuerdo.
La fábrica andaba bien, y ya tenía varios empleados. Algunos nuevos, muy pibes. Uno de ellos, atrevido, dejó lo que estaba haciendo y se acercó a la revista.
Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau -masculló lento mientras seguía con el dedo índice su propia lectura-. Vamos, Carlos, estos son todos cracks ¿dónde carajo va a jugar usted contra estos tipos?
Cuando debutó en el recién ascendido Almagro, en la octava fecha del torneo de primera división de 1938, la carrera de Carlos Napolitano, jás derecho, contaba con una fama de tipo guapo, un recorrido por las canchas de los barrios de la Capital Federal y un solitario match disputado para la primera de Atlanta el año anterior. Hasta ese día, 5 de junio de 1938, Almagro había transitado lastimosamente un camino de cinco derrotas (incluyendo un estrepitoso 9 a 0 ante Independiente), un empate y una fecha libre. Aquel partido frente a Ferro, Almagro goleó 4 a 1. Cuatro de Ricardo Stagi, la figura, el muchacho de las revistas, para Almagro. Uno de Sarlanga para Ferro. Sarlanga, Jaime. La Piraña Sarlanga, el mismísimo. Sarlanga, quinto goleador de la historia de Boca.
En la fecha siguiente, tuvo que ver desde la tribuna cómo un gol de Carlos Desiderio Peucelle al comienzo del segundo tiempo le daba la victoria al River del húngaro Emérico Hirschl sobre su equipo. Era el segundo partido oficial en la historia del Estadio Monumental, inaugurado unos días antes. Y fue la primera victoria del equipo riverplatense en su nuevo estadio en un partido de campeonato.
Después de eso, jugó casi todos los partidos como titular: Gimnasia, Racing, Huracán, Vélez, Chacarita, Boca, Independiente. En la fecha 22, jugó contra el equipo del que era hincha: San Lorenzo. Aquella tarde, Almagro perdió 5 a 2 y quedó prácticamente condenado al descenso.
El 23 de octubre, en cancha de Vélez (donde Almagro hacía de local), Carlos Napolitano fue el half derecho titular frente al poderoso River. En ese partido, Napolitano vio la elegancia de José María Minella, el centro half marplatense que hoy es nombre del estadio mundialista de esa ciudad. Sufrió las gambetas de Barullo, que era Carlos Peucelle. El mismo que convirtiera un gol en la final del mundial de 1930 frente a los uruguayos. El que cuando colgó los botines se dedicó a la dirección técnica y terminó de ajustar los engranajes de La Máquina. Dos de esos engranajes se llamaban José Manuel Moreno y Adolfo Pedernera, que fueron titulares en la victoria por 2 a 1 frente al Almagro de Napolitano. Pedernera convirtió el 2 a 0 de tiro libre apenas comenzado el segundo tiempo. Unos minutos después, Almagro descontó pero no pudo empatar. El gol lo hizo Raimundo Orsi, que había ganado cinco scudettos seguidos con Juventus. El Mumo Orsi, que había hecho un gol clave en la final de la polémica Copa del Mundo de 1934 para salir campeón con Italia. Orsi, que un par de años después de todo eso, jugaba en Almagro.
La fecha 33 era la penúltima del campeonato y Almagro ya estaba descendido. Pero ese día, en cancha de San Lorenzo, jugó uno de los mejores partidos de la temporada y ganó como visitante por 4 a 3. El rival fue el Boca de Pedro Suárez, Ernesto Lazzatti y el paraguayo Delfín Benítez Cáceres. En el plantel estaban Francisco Varallo y Roberto Cherro. Cuando terminó el partido, Carlos Napolitano salió a la calle y sintió el aire cálido de Boedo en la tarde de diciembre. Se sintió triste pero orgulloso. Acababa de jugar su último partido en Primera División.
Después de esa temporada, Napolitano despuntó el vicio algún tiempo más jugando para Argentinos Juniors en la B. Pero a esa altura Pascual Napolitano e Hijos, la fábrica de calderas, ya no se llamaba más así. Ahora se llamaba Napolitano Hermanos. Y a veces los nombres son lo que son las cosas. Ya no era más la empresa de su padre, el italiano Pascual. Era la de él y sus hermanos, y había llegado el tiempo de cargarse ese equipo al hombro.
Es curioso cómo cambian las cosas los nombres. Desde aquella tarde en la fábrica de calderas, cuando llegó con El Gráfico en la mano hasta la fecha en que nació su tercer hijo, la combinación Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau había pasado a pronunciarse La Máquina a lo largo y ancho del país. Por eso, cuando su mujer quería ponerle Norberto a su hijo y su cuñada quería ponerle Aníbal, Carlos decidió ponerle los dos. Porque al final qué es un nombre sino una alquimia de letras cambiante que termina diciendo qué son las cosas, quiénes somos. Porque había aprendido que cinco apellidos mencionados en orden no eran lo mismo que decir La Máquina. Porque total la patria rockera, cuando quisiera referirse décadas después a la combinación Norberto Aníbal Napolitano, simplemente diría Pappo.
Foto de tapa: Carlos Napolitano. Parado, el primero de izquierda a derecha.
Foto 1: La linea de ataque habitual de Almagro.
Foto 2: De izq a der: Ángela Torti (madre de Pappo), Liliana Napolitano (hermana) y Carlos Napolitano. Frente a la torta, Norberto (Pappo). De «Pappo, el hombre suburbano», Sergio Marchi.