Viaje a la Marcha de la Gorra
Algunos se van hasta la gruta-santuario que le hicieron al Güere y le rezan algo en una religión nueva, inventada por ellos, que tiene tanto de fe como de rabia, como de sed de justicia, como de alegría y resistencia. Un par se van hasta la casa de La Buli y se traen el cartel que terminaron de pintar ayer. Está mortal. Las chicas ponen una cumbia en el celular. Una se prende un pucho, y cuando le da la primer seca, llega el ómnibus.
Llegan otros diez o quince y se ponen hacer algún embrollo en la esquina. El Mati se fue a buscar un buzo, la lluvia de ayer bajó una banda la temperatura y la vuelta va a estar áspera. Se cuentan. Suben los instrumentos sin parar de tocar. Las chicas miran a cámara y piden fotos. Falta uno ¿Dónde está La Bichi? Se van a buscarlo. La murga por momentos suena muy bien, por momentos nomás. Viene La Bichi con los demás caminando por el medio del barrio. Parecen salidos de una película de Tarantino, digo, si Tarantino se animara a rodar en uno de nuestros barrios.
No falta nadie. Vamos. Se gritan algunos criterios de seguridad. La murga al fondo va marcando el pulso. Y los pibes no paran de cantar. En cada esquina que pasan dejan en claro que son de Los Cortaderos, y que están repodridos de la yuta.
Este año es un año especial. No es la primera vez que van a la Marcha de la Gorra. Los jóvenes se empiezan a juntar con muchos meses de anticipo para discutir sus mambos con la cana y lo que significa ser joven y de un barrio marginal. Pero este año hay un asiento que no se llena, porque falta el Güere. Porque al Güere lo mató la policía, sin excusas y sin motivos, a sangre fría. Porque la policía mata güeres todo el tiempo.
Agarran Bulevar Los Alemanes, la tarde se está poniendo linda. Llegan a la esquina de Monseñor Pablo Cabrera. Acá siempre está la cana haciendo un control, hostigando a los pibes, a los laburantes, a los que andan en moto, a los que tienen “pinta de”. Algunos insultos y pasan. La murga suena fuerte. Los pibes se van cagando de risa, sube la euforia de ir al centro en banda. No siempre se puede ir al centro, mucho menos en banda. Los fines de semana cuando van al baile se comen dos o tres controles de la cana para ir y para volver, y no siempre pueden. Eternamente sospechosos.
Las chicas le gritan huevadas a la gente de la calle, le piden que aplaudan, mandan besos. Son adolescentes y están contentas. Frenamos en una esquina porque hay otro control. La cana está pesadaza. Seguimos.
Llegan al puente, estamos por entrar al centro. El tránsito es un caos pero las bocinas no se escuchan de tanto bombo y tanto grito. Las miradas se cruzan. Llegamos hasta calle Santa Rosa, estamos a diez cuadras de la concentración pero hasta acá los dejan pasar. Bajan.
Empiezan a caminar, la calle es suya. Van llegando a la marcha, a cruzarse con la gente. Los miran. Les indican dónde, cómo. Caminan con el paso firme, la murga a full y la risa del Güere multiplicada en todas las remeras. Desde ahí pide justicia, pide que se termine la violencia de la cana, que dejen de matar a los pibes y que se caiga de una puta vez el Código de Faltas.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_masonry_media_grid element_width=»6″ grid_id=»vc_gid:1479348791203-38306963-ba03-8″ include=»13208,13209,13211,13212,13213,13214,13215,13216,13217,13218,13219,13220″][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]
Fotos y texto: Colectivo Manifiesto[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
