Maradona, Goebbels y los lugares equivocados
La historia de Maradona ha entrado en una nueva etapa: por primera vez, lo único irrompible en su vida, su relación con Claudia y sus hijas, parece desintegrarse. A días de un nuevo aniversario de su casamiento, te contamos la historia de ese 7 de noviembre, en el que Diego pudo haberse sentado en el auto de Goebbels. O la historia de cómo no estar en el asiento equivocado.
Es 1989 y Maradona vive un año convulsionado. Ha jugado y no ha ganado -lo que en nuestro país equivale a haber perdido- la Copa América en Brasil. Lo que sí ha ganado es la Copa UEFA y pide a gritos irse de Nápoli aunque no sabe que se encamina, en la ciudad donde es más amado, al segundo scudetto de su carrera. El Olympique de Marsella entra en escena y le ofrece todo lo que quiera. ¿Qué quería Maradona? Diego dice, sentado en el living del programa de Susana Giménez, que lo único que quiere -y que Nápoli supuestamente no le da- es una casa con jardín para que jueguen sus hijas. En ese verano europeo, la historia del 10 tiene el perfume de la camorra.
El 5 de noviembre, Maradona aterriza en Ezeiza. Vuelve a Buenos Aires para casarse con Claudia Roxana Villafañe. Para casarse con la Claudia.
Para los maradonianos, la Claudia es una especie de halo maternal que rodeó la vida de Diego. La nena de 16 años que vivía en el departamento de adelante de la casa de los Maradona en calle Argerich. La hija modesta del modesto Coco Villafañe, taxista y fanático de Argentinos Juniors. La Claudia, conquistada por Diego y besada por primera vez en un baile con un tema de Roberto Carlos. El encanto proletario de un amor sellado al compás de un lento sobre el parqué de un club. Después la cima del mundo, Dalma y Giannina (sin pecado concebidas), la merca, la soledad, el aguante. El aguante de la Claudia. Aunque ahora estemos enojados, medio peleados, no nos olvidamos de que todo aquello también fue la Claudia.
Un halo maternal que parecía eterno pero no. Desde hace un par de años, la relación de Maradona con lo único que parecía irrompible en el sismo de su vida, con la Claudia y las nenas, se empezó a resquebrajar. A unos días de haberse cumplido un nuevo aniversario de su casamiento, la tensión entre Diego y su mujer de siempre aumentó como nunca antes.
Diego y la Claudia se casan el 7 de noviembre de 1989. En la fiesta hay 1200 invitados, incluyendo a todo el plantel del Nápoli de Italia, capos de la barra brava y hasta Silvio Berlusconi, presidente del Milan. Unos días antes del casamiento, un diario dice que el auto que llevará a Maradona desde su casa hasta la iglesia es un antiquísimo Rolls Royce Phantom III de colección, que el auto iba a ser provisto por Adolfo Donati -empresario vinculado al rubro automotriz- e iba a ser manejado por Guillermo Cóppola. Según el diario, ese Rolls Royce alguna vez fue confiscado y utilizado por Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi. Maradona iba a ir a su casamiento sentado en el mismo asiento que alguna vez ocupara uno de los mayores jerarcas del nazismo.
Por esos giros del destino, iba a estar sentado en el lugar equivocado. Como tantas otras veces en su vida.
Pero no, Maradona llegó a su fiesta en el Luna Park en una camioneta Mercedes Benz blanca. En ninguna biografía, libro o nota periodística se especifica por qué, finalmente, el auto de Goebbels no había llevado a Diego a su casamiento.
Cuando le pregunté a Cóppola por la historia se sorprendió. “Nosotros habíamos arreglado para que nos prestaran un auto de colección del Museo Fangio, pero por un problema de papeles a último momento no se pudo y alquilamos otro. El que alquilamos anduvo la mitad del trayecto, después se quedó”, me dijo. Por eso habían tenido que recurrir a la camioneta Mercedes Benz. Y agregó: “El que dijo lo de Goebbels habrá tomado algo que le hizo volar el pensamiento”. Pero hay un detalle: Juan Manuel Fangio fue presidente de Mercedes Benz Argentina desde 1974 hasta 1994. En esos años, recibió muchos autos de regalo desde Alemania, algunos de los cuales fueron a parar a su museo. Uno de ellos puede haber sido el Rolls Royce en el que iba a casarse Maradona.
Hoy, que los programas de chimentos de la tarde muestran cómo chorrea la hiel del desmoronamiento de aquello que fue y ya parece no ser, que hay nombres de abogados esperando a sumar porotos a la cuenta de su fama en diez segundos con Rial, los maradonianos esperamos que aquel hombre que nos conmueve, aunque sea por un golpe de suerte, acierte sus pasos. No vaya a ser cosa que Diego, por esos giros del destino, vaya a sentarse en el asiento equivocado.