Doña Tota y las franjas corridas
La semana anterior, pasado el Día de la Madre, se cumplieron los 40 años del debut de Maradona frente a Talleres. Una foto simboliza las dos fechas: en la imagen más famosa que tiene con Doña Tota, Diego Maradona está sentado en una cama con una camiseta que, parece, es de la T. ¿Qué destino siguió esa camiseta hasta llegar a aquella foto? He aquí un recorrido posible.
Por Grego Tatián para La tinta
Dalma Salvadora Franco se llama la mujer que está sentada en la cama con la mirada fija en algo que está detrás de la cámara. A su lado, su hijo, enfermo, tiene un plato de comida en la falda y mira a alguien que también está detrás de cámara. Porque se nota: la madre tiene cara de estar mirando algo y el pibe tiene cara de estar mirando a alguien. La pared declara dos amores: la iglesia católica de dos papas atrás – en un afiche- y el fútbol -en un sticker que dice “I love soccer”.
Con el correr de los años, el chico que ha puesto ese afiche y ese sticker conservará uno solo de esos dos amores. El otro no. Son los principios torpes de la década del ‘80 y el pibe que está sentado en la cama -y se llama Diego Maradona- todavía no está listo para subirse a la cima del mundo. Y nunca lo estará. Pero cuando lo haga, cuando se pare irreverente a convencernos durante años de que la pelota no se mancha, entonces ahí Dalma Salvadora Franco se convertirá en la Virgen María de los rezos populares y su nombre se empezará a resumir así: Doña Tota.
Esa foto, la más conocida de Diego junto a ella, representa todo el amor sencillo de una madre de barrio humilde. Ahí, Dalma Salvadora Franco es Doña Tota de Fiorito. Él está enfermo de, supongamos, gripe. Ella se sienta a su lado, lo mima, lo cuida, le lleva el desayuno a la cama (no existe nadie como su mamá). Pero algo rompe la escena, corta lo maternal de la foto. No sé bien si es la camiseta a rayas azules y blancas que tiene puesta Diego y que a muchas leguas ya se intuye de Talleres. Me parece que ni siquiera es eso.
No, lo raro es la disposición de las franjas. Están corridas, como si estuvieran más a la izquierda de lo que deberían, como si al Word del que las diseñó no le hubiera funcionado el botón de centrar. Hacen ruido, las franjas. ¿De dónde salió esa camiseta sin escudo? ¿Es un pijama de la época? ¿Es realmente una camiseta de Talleres?
La respuesta puede estar en la tarde del 13 de julio de 1980. Ese día Talleres y Argentinos Juniors empataron 0 a 0 por el Metropolitano de ese año, en el que ambos equipos terminarían completando el podio del River campeón. El 10 de Talleres, Daniel Valencia, conoce cada brote de pasto de esa cancha y sabe dónde está su baldosa preferida. El 10 de Argentinos empieza a conocer ese mismo césped a fuerza de revolcones.
Sabe, Diego Maradona, que un jugador como él tiene que aguantar las patadas. Lo que no sabe es que esa tarde le dará por última vez una camiseta de Argentinos Juniors a su amigo Daniel Valencia. Siete meses y nueve días después jugará por primera vez en su carrera en otro equipo y será, justo, contra Talleres. Tampoco sabe Diego -ni sabe Valencia- que la camiseta de piqué azul y blanca, mangas largas, con las franjas mal centradas, que se lleva Maradona será la que usará para siempre en esa foto donde su madre que es la madre que cruza el piletón en “El sueño del pibe” lo atiende en la cama.
“Varias veces cambiamos la camiseta él y yo no me acuerdo si la de la foto es la mía, pero tanto él como yo queríamos tener esas camisetas”, dice Valencia. Dice también que nunca le preguntó a Diego si en esa foto estaba usando su camiseta.
No entiendo bien si el tono en que Valencia me contesta es de orgullo del que fuera su compadre en la cancha o la verguenza del admirador de Diego que todos un poco somos. “Cómo le voy a preguntar eso”, me ladra. Le pregunto al revés: si él tiene alguna camiseta de Diego cuando jugaba en Argentinos Juniors. “No, de eso no me quedó nada. Una vez en una mudanza me robaron unos trajes, las camisetas de Diego”, se lamenta. Ahora, yo me pregunto: robar los trajes ¿para qué?
Aquella tarde fue la única vez que Talleres enfrentó a Maradona con esa camiseta: piqué, mangas largas, franjas corridas. Por lo tanto, nos arriesguemos: esa camiseta es la que usó Valencia el 13 de julio de 1980. Es que no puede haber sido otra. Diego no hubiera cambiado casacas con otro jugador que no fuera Valencia. Y viceversa. Pero, antes que todo eso, no puede haber otro número en la espalda de Maradona que el 10 de Valencia.
Creo -quiero creer- que en la galaxia donde vive Diego -se llame Dubai o se llame como sea- tiene un portarretratos en su mesa de luz con esa foto. Su vieja, la camiseta azul y blanca de franjas corridas, su propia cara antes de que le pasara por encima ese tren llamado como él mismo. Me lo imagino esta semana mirándola mucho. Otro Día de la Madre sin Doña Tota. Los 40 años de su debut frente a esos mismos colores. Y el sticker que dice, en inglés: “Yo amo el fútbol”. Espero, Dieguito, que ese sticker no se haya despegado nunca.
*Por Grego Tatián para La Tinta. Fotos y datos gentileza del archivo de Gabriel Incardona.