«Aún no tenemos la tierra, pero tenemos el barro»
Desde 2014 funciona en barrio Providencia La Cacharra Cerámica Artesanal, un espacio donde se produce y se comparten saberes sobre el trabajo con arcilla.
«La cerámica apareció casualmente, en esos días que hacer cosas con las manos parecía tan lejano y trabajar la arcilla parecía que era sólo cosa de abuelas. En este primer contacto, se reveló la posibilidad de conectar con una sensibilidad nueva, con un nuevo modo de re-crear el mundo», relata Verónica Córdoba a la hora de explicar cómo comenzó a trabajar la arcilla.
La Cacharra Cerámica Artesanal nació así, como un proyecto personal y un sueño de autogestión, construido con exploración constante, en relación íntima con el barro.
Enclavado en barrio Providencia, cerca del centro de la ciudad de Córdoba, funciona desde hace dos años con diferentes talleres que promueven la producción propia de cosas para el hogar, como tazas, mates, macetas, cuencos, entre otros elementos.
«La mano imprime la huella y se queda ahí para recordarnos que aquí estuvimos, que aquí estamos y que hoy nuestras cocinas también pueden ser pedacitos de resistencia; de manos que modelan el barro y amasan la vida, cuando elegimos conscientemente los alimentos; cuando nos regalamos el tiempo de cocinarnos y servirnos en un cuenco de barro; cuando regamos la huerta en el techo; cuando hacemos trueque de cacharros, de talleres; cuando recuperamos saberes para sanarnos con yuyos», agrega Verito, respecto a la instancia de moldear la tierra.
En diálogo con La tinta, la joven cuenta que las personas que se acercan al taller se llevan dos sorpresas: la posibilidad de crear con las manos; y la dimensión del paso a paso, del proceso para que suceda, de ser pacientes.
«La ciudad nos pide un cuerpo productivo, tiempos productivos. La cerámica, en su estado más desnudo, requiere espera. Tomarse un mate mientras, contemplar. Aceptar. Respirar. Siempre pienso que su efecto no es terapéutico, sino vital», remarca.
El horno de cerámica a leña con el cuenta la Cacharra se construyó desde un principio como una reutilización de lo que ya estaba allí. Desde el barro al costado del río Suquía, abajo del puente Avellaneda, hasta el reciclaje ladrillos o cajones de verdura.
«Todo estaba ahí, generosa providencia de esta ciudad, a la vuelta de la esquina (…) Aún no tenemos la tierra, pero tenemos el barro», admite «Verito».