Dos brazaletes negros
Hace 41 años, Francisco Franco mandaba a fusilar a los últimos nombres de la lista negra de su régimen. Por esas muertes, surgieron voces contra el franquismo en todo el mundo. ¿Y el fútbol? Nada. O casi: la excepción fueron Aitor Aguirre y Sergio Manzanera. La historia de sus brazaletes negros está contada por Quique Peinado en su libro “Futbolistas de izquierdas”.
El régimen de Francisco Franco llegaba a su fin. Al Generalísimo se le acababa el poder y la vida, pero en un último arrebato fusiló a 5 hombres, militantes de ETA y del FRAP. En todo el mundo, las voces en contra de Franco empezaron a aflorar, incluso dentro de España. El fútbol era uno de los pocos ámbitos que parecía callado, hasta que Aitor Aguirre y Sergio Manzanera, jugadores del Racing de Santander, no aguantaron más. Arriesgaron su vida saliendo a la cancha con dos brazaletes negros en un partido frente al Elche. La historia la cuenta de manera espectacular el periodista español Quique Peinado en su libro “Futbolistas de izquierdas”. A 41 años de aquellos fusilamientos y del arrojo de Aguirre y Sergio, les dejamos este fragmento maravilloso del libro de Peinado:
“Quedaban apenas dos meses para que se muriera Franco. En un último coletazo de barbarie, el Régimen hizo los deberes y ejecutó a una serie de militantes de ETA y del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota) que tenía pendientes. Fueron Jon Paredes Txiki y Anjel Otaegi (miembros de ETA) y José Luis Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y Humberto Baena Alonso (FRAP). Un mes antes, el Consejo de Ministros había aprobado el Decreto Ley Antiterrorista (Decreto-Ley 10/1975), norma creada ad hoc y aplicada con carácter retroactivo para condenar a muerte a once miembros de los dos grupos mencionados. Seis se salvaron (entre ellos dos mujeres embarazadas) fruto de la presión interna e internacional: desde manifestaciones populares alrededor del mundo hasta gestiones al más alto nivel, como la del Papa Pablo VI, varios primeros ministros, como los de Suecia o México, o la petición expresa de indulto de Nicolás Franco, hermano del dictador, militar que participó en la sublevación contra la República y procurador a Cortes durante el Franquismo. Pero no todos terminaron contándolo.
Los fusilamientos tuvieron lugar la mañana del 27 de septiembre de 1975, sábado, y la indignación se desató. Ocurrió en muchos puntos del mundo y en muchos círculos sociales. Luis Eduardo Aute les dedicó «Al Alba», una de sus canciones más célebres. En Euskadi declararon tres días de huelga, seguida masivamente, en pleno estado de excepción. Pongamos el caso de Xabier Sánchez Erauskin. El hoy profesor de la Universidad del País Vasco escribió El viento y las raíces, homenajeando a Txiki y Otaegi, y pasó por la Audiencia Nacional acusado de colaboración con banda armada. Fue condenado a un año de cárcel que no cumplió, aunque sí le sirvió para que, en 1983, tras satirizar acerca de la visita del Rey al País Vasco, tuviera que ir a prisión por acumulación de penas. En el exterior, atacaron embajadas españolas en Turquía y Holanda, y los obreros portuarios italianos se negaron a trabajar para los barcos españoles que arribaron a sus costas. El franquismo agonizaba con un golpe de aquí mando yo que fue el principio del fin. ¿Y el fútbol? Pues callado. O casi.
La noche de aquel sábado, dos jugadores del Racing de Santander, Sergio Manzanera y Aitor Aguirre, hablan en la habitación del hotel cántabro en el que están concentrados antes de su partido del día siguiente contra el Elche. Acaban de escuchar, con una señal muy débil pero lo suficientemente clara de Radio España Independiente, La Pirenaica (la radio pirata por la que el Partido Comunista emitía las noticias censuradas por el Régimen), lo de los fusilamientos. Se les viene el mundo encima. Y deciden que tienen que hacer algo, aunque no saben qué. Optan por un gesto sencillo: lucir un brazalete negro en el partido de El Sardinero. Antes del encuentro, en el vestuario, cogen «cinta negra de botas», como cuenta Manzanera, y se hacen un brazalete pequeño con el que se van para el túnel. Sergio a Aitor y Aitor a Sergio, en un ceremonial sin ceremonia, rodean sus brazos de un diminuto luto. No se lo habían dicho a nadie. Algún jugador, de cuyo nombre no quiere acordarse Sergio, le dice que se lo quiten, que la van a liar. Pero no escuchan. «No estábamos acojonados, porque si lo hubiéramos estado no salimos», dice hoy Aguirre.
Casi nadie se da cuenta, pero sí el delegado gubernativo, que pregunta al presidente del Racing, José Manuel López-Alonso, qué llevan esos dos en la manga. El hombre, que desconoce todo, no sabe ni qué contestar. Pero el gobernador sabe de qué va, vaya si lo sabe, porque tiene informes de los dos jugadores. Cuando llega el descanso, con 1-0 en el marcador (gol de Aitor Aguirre, para más inri), el vestuario está llenito de grises. «La gente pensaba que había habido un aviso de bomba, pero nosotros ya sabíamos de qué iba todo», dice el goleador vasco. El mensaje al presidente y el entrenador era claro: o se quitan el brazalete o se van detenidos, como les informa la autoridad. Con el objetivo conseguido de hacer ruido, los jugadores aceptan. «De no ser por la que montaron ellos, nadie se habría dado cuenta de lo que hicimos. La verdad es que nos hicieron el juego», señala el vasco.
En la grada estaba un chaval de 13 años llamado Fernando Ortiz, que dice hoy que el público sí que percibió algo. «Hubo un murmullo, la gente preguntaba que por qué sólo dos llevaban el brazalete. Al acabar el partido nos enteramos de por qué era», dice hoy, muchos años después, como presidente de la Asociación de Peñas del Racing de Santander. «Antes de ese partido nadie sabía si Aitor y Sergio eran de izquierdas, nacionalistas o lo que fueran. De eso ni se hablaba», sentencia. En 2009 su Asociación homenajeó a Aguirre, al que se le recuerda con mucho cariño en Santander.
Al día siguiente al partido los dos jugadores y el presidente del Racing tienen que ir a comisaría a declarar. Manzanera y Aguirre, que tras acabar el partido se habían ido a casa, van voluntariamente a comisaría. El ABC de la época contaba así de sépticamente lo sucedido. «Por la Brigada de Investigación Social del Gobierno Civil de Santander se han instruido diligencias contra los jugadores del equipo del Racing Aitor Aguirre y Sergio por actos que pudieran ser punibles por la vigente ley de Antiterrorismo. Así se hace constar textualmente en parte oficial del comisario de Policía. Los dos jugadores del Racing salieron al campo el pasado domingo luciendo un brazalete negro, de los que, a invitación de la Policía gubernativa, se despojaron en el descanso del partido».
Si bien Sergio dice que los policías fueron muy correctos, para Aguirre la lectura de la situación fue bien distinta. «A alguno se le veía en la cara las ganas de darnos dos hostias que tenían, pero nos salvó ser personas públicas. Sabían que si nos daban era peor. En eso, alguno listo había…», dice. Relata el vasco que a Sergio le decían: «Que lo haga este -por Aguirre-, que es vasco, vale, pero tú que eres valenciano a qué coño te metes en esto».
El presidente del club santanderino, que apoyó en todo momento a sus jugadores, no sabe cómo salir del asunto. Antes de ir a comisaría les dice a sus chicos que le cuenten a la policía que los brazaletes eran por el aniversario de la muerte de Ramón Santituste García Quintana, expresidente histórico del Racing en tres etapas (1924, 1930, 1946-47). «Aquello no había Dios que se lo creyese. A ver cómo explicabas que sólo lo llevásemos dos jugadores, y que encima no fuera un brazalete propiamente dicho, sino una cinta», recuerda con sorna Aguirre. El exjugador habla de José Manuel López-Alonso Polvorinos, presidente del club cántabro de 1973 a 1979, con mucho cariño por cómo se portó con ellos aquellos meses. «Nos decía que fuéramos a entrenar, que jugáramos…pero que a las diez estuviéramos en casa».
Luego llegaron las amenazas. Al Racing, en la persona de su presidente, y a los jugadores. A los pocos días del partido, bien destacadita en el diario Alerta se publica la amenaza de muerte de un grupo de extrema derecha sin identificar. «Consejo de Guerra reunido en Toledo ha decidido condenar a muerte a Aitor Aguirre y Sergio
Manzanera», dice el texto. Los jugadores se enteraron por la prensa de que eran objetivo.
Aguirre, aficionado a la caza, vio sus licencias revocadas y sus armas, requisadas. Tras las amenazas mandó a sus dos hijos y a su mujer a Sestao, su pueblo, y Sergio se fue con él a vivir a la casa santanderina. Repentinamente, dejan de recibir correspondencia, con lo que deciden hacer saber a sus allegados que no deben escribirles, porque tienen el correo intervenido. Por si había alguna duda, un amigo andaluz de Aguirre le envía una carta de apoyo. Esa carta nunca llegó. Sí que apareció, sin embargo, otra misiva en el buzón del amigo andaluz con la palabra Comunista al lado de su nombre y con una supuesta carta manuscrita de Aguirre en la que decía «Si tan amigo mío eres, dame medio millón de pesetas, que es la multa que me ha caído». Evidentemente, Aguirre jamás había escrito eso. La policía, que bien sabido es que no es tonta, le había ahorrado el trabajo.
«La suerte fue que enseguida llegó la democracia y todo se tranquilizó, pero sí que pasamos un tiempo en el que mirabas a tu espalda, porque que te amenacen siempre te preocupa. Incluso ibas por la calle, o en algún comercio, y había alguno que te lo recriminaba. Siempre tenías ahí la cosa de que algún descerebrado te hiciera algo», dice hoy Sergio Manzanera, con la misma calma con la que fue recibido en el mundo del fútbol su gesto. «Casi nadie nos apoyó, pero tampoco nadie nos echó nada en cara. Ni se habló. En aquella época lo mejor era no hablar», dice. Aguirre lo analiza casi igual. «La gente te decía cosas, pero nunca públicamente. Era poco, pero te dabas cuenta de que todo el mundo estaba hasta al forro de Franco», señala.
La cosa quedó en 100.000 pesetas de multa a cada uno, un dineral para la época porque «con 200.000 pesetas te comprabas un piso, así que te puedes imaginar que fueron varios meses de sueldo. Pero con eso sí que contábamos», dice Sergio. A pesar de ello, como recogía la prensa de la época, «aparte de la multa impuesta, continúa el procedimiento judicial ordinario contra ambos jugadores». Un proceso que nunca siguió adelante, pues menos de dos meses después moría Franco y todo se diluía. Varios partidos políticos, entre ellos aciertan a citar Democracia Cristiana, se pusieron en contacto con ellos para utilizar su imagen. «Por mi carácter, soy un hombre de izquierdas, pero independiente. No me podría someter a la disciplina de un partido», analiza Sergio. «Veías que te iban a utilizar. No encajábamos en ningún partido», asevera Aitor.
Aguirre y Manzanera eran amigos, y aunque el tiempo y la distancia los han separado, conservan un cariño increíble el uno por el otro. Regularmente hablaban de política mientras fueron jugadores, y ambos decidieron, en una muestra de fraternidad personal y conciencia social, compartir un gesto que, visto desde lo poco que el fútbol se significó en la España de los 70, se acerca más a la heroicidad que a la anécdota.
Sin embargo, el devenir y la trayectoria de cada uno habla de esas dos Españas que se pueden dar incluso entre los propios partidarios de la izquierda. Sergio es un izquierdista valenciano, un tipo que con 27 años se retiró del fútbol para estudiar. Hoy, como dentista, dirige dos clínicas, una en Valencia y otra en Alcásser. Era y es un hombre de izquierdas por convicción y decisión, y eso le llevó a hacer aquel gesto. El caso de Aitor es de punto y aparte.
Él asegura que en 1975 «tenía los sentimientos que teníamos todos aquí -en el País Vasco-. Los vascos que hemos nacido entre 1945 y 1950 estamos cortados por el mismo patrón», dice. El patrón de la represión franquista que sufrieron sus padres y de la que, como dice lacónicamente, «algo me tocó a mí».
Ese algo ocurrió cuando Aitor tenía 18 años. En un Campeonato de España de Ciclismo aparecieron unas ikurriñas en una iglesia de Erandio, a cinco kilómetros de su Sestao natal.
«Detuvieron a dos chavales, les dieron de hostias y dijeron que había habido un tercero metido, que se llamaba Aitor. Como no debía haber casi Aitores por allí, fueron a por mí, que era conocido porque ya jugaba en el Sestao. Entraron en mi casa, me sacaron y te puedes imaginar la que me cayó», dice. El sentimiento antifranquista en la juventud vasca crecía a hostias, como si no. No era tanto un compromiso con la izquierda, casi ni siquiera político. «En aquellos años lo que había era un sentimiento. Con los años, eso se transforma en unos ideales, toma una forma más política», lo define el propio exjugador.
Hoy, desde el Restaurante Aitor de Neguri, Aguirre sigue apegado a su tierra, igual que Sergio a la suya. Les separan unos 350 kilómetros y una relación que se dejó ir por el tiempo y la distancia, como tantas. Pero siempre les unirá una cinta de botas negra que un día se colocaron el uno al otro, sin miedo, en una camiseta de fútbol que fue bandera y testigo de una callada rebelión futbolera.
P.S.: El partido lo ganó dos a uno el Racing de Santander. Los dos goles fueron obra de Aitor Aguirre, aunque casi nadie se acuerde.”