Es mucha pero no es cruel
La violencia es otro de los hechos malditos del país burgués. La bautizada inseguridad es un efecto no deseado, un daño colateral y frontal, que la cultura represora al mismo tiempo que genera, arbitra con eficacia los medios para negarla como efecto y postularla como causa. Lo dijimos pero no veo razón para no repetirlo. Toda afirmación con mayúscula y en singular es reaccionaria.
Violencia – Inseguridad – Droga (generalmente asociada como “flagelo de la…”) Y si pensamos en forma reaccionaria, las soluciones serán tanto o más reaccionarias, o sea represoras, que los problemas que pretende combatir. La Familia, Los Límites, Los Valores, La Moral… Mayúsculas que admiten algunas pluralidades sin que por eso se modifique su fundante represor.
La fórmula es: “la crueldad del sistema queda encubierta en la violencia que genera”. Entendemos violencia como “las violencias”: el pasaje súbito y traumático de una situación a otra. Todo parto es violento, pero no necesariamente cruel. Haber camuflado crueldad en violencia es otro de los triunfos de la cultura represora.
No solamente vemos la brizna en el ojo ajeno y no la viga en el propio, sino que la cultura represora señala la violencia en los y las otros y otras y no la crueldad que siempre ejerce. Diversidad de modalidades de tortura y de penas de muerte. Desde la tortura de un tarifazo hasta el asesinato de un niño por usar agrotóxicos.
La crueldad y sus diversidades. Tema para un debate transdisciplinario. El sambenito de violento se lo cuelgan a cualquiera que pretenda enfrentar a la crueldad de la cultura represora. Y la tragedia es que la cultura represora se cultiva incluso en los colectivos que decidieron enfrentarlo. No solamente por estar infiltrados por los servicios de des-inteligencia, botoneo y represión.
Los colectivos también están infiltrados por la misma ideología de muerte que pretenden combatir. No voy a dar ejemplos, no porque no los haya, sino porque mantengo respeto y admiración por aquellos que supieron que vivir por la patria socialista era la forma más digna de vivir.
Y esa infiltración incluye a las alianzas, pactos, frentes, consensos, con aquellos que son la forma elegante de los mismos enemigos que combatimos.
La elegancia de un liberal dura hasta que se asusta. Y se asustan con tan poco los liberales. Exigir un aumento de sueldo, pretender estabilidad laboral, mantener las promesas de una patronal canalla, no pagar ganancias cuando sólo hay un sueldo, no dejarse estafar con impuestos al consumo que nunca regresan a quienes lo pagan, luchar para que aire, tierra y agua sigan siendo aire, tierra y agua. Con tan poco los liberales se asustan. Empiezan con el retroprogresismo, luego el fascismo de consorcio y el jaque mate es el Estado Represor.
Pero no son malas épocas para el pensamiento. Crítico. De lo contrario no es pensamiento: es dogma. O sea: mandato de pensar. Aunque sea pensar en la revolución, en el modelo nacional y popular, en cualquiera de las formas que la patria adopta según las variadas correlaciones de fuerza.
El mandato de pensar es catequesis. Y alisa el cerebro y paraliza la creatividad. Hay que pensar con Marx, pero no desde Marx. Con Freud, pero no desde Freud. Creo importante citar a Horacio Fernández, Director del Instituto de Estudios sobre Estado y Participación (IDEP) de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE-CTA):
Lo posible es justamente el corralito del estado. No es posible pensar sin estado. O sea: sin estado liberal. No representativo. No federal. No árbitro. Lo posible cada vez es menos posible. Por eso el progresismo no existe. O sea: existe la idea de progresismo. Pero es solo eso: una idea. Ni suficientemente perverso para ser fascista ni lo suficientemente valiente para ser socialista. Un híbrido. Al que en estas mismas páginas bauticé como “retroprogresismo”.
Para arrasar con la maquinaria ideológica del estado liberal burgués la lucha es mucha. Pero no es cruel. Porque no planificamos el sufrimiento. Apenas planificamos, o inventamos, o ensayamos, algunas de las formas de la esperanza. Pero no esperamos. Exigimos. No pedimos. Luchamos. No creemos: observamos. No repetimos: pensamos.
Y mientras escribo, me conmuevo. Y cuando no me conmueva mas, dejaré de escribir.
*Por Alfredo Grande, para Agencia Pelota de Trapo