La lluvia de justicieros
Las escenas de víctimas de delitos ajusticiando a sus asaltantes se han multiplicado durante los últimos días. Un carnicero persigue con su auto a quien lo acaba de asaltar y lo aplasta contra un semáforo. Mientras el asaltante está tendido en el suelo los vecinos lo insultan, y uno llega a decirle que lo matará antes de que llegue la ambulancia. No hizo falta, murió a las pocas horas. El caso se suma a otros. Un remisero quita el revolver a quien lo asalta y le dispara tres tiros por la espalda. Un médico dispara a quien acaba de asaltarlo. El resultado nuevamente es la muerte.
Que estos episodios desgraciados se repitan cada tanto, no es novedoso. Lo que si es nuevo ha sido la reacción aprobatoria de los funcionarios nacionales y de algunos medios de comunicación. Si embargo, la novedad acaba allí ya que la reacción de unos y otros responde a la misma receta que desde hace nueve meses vienen aplicando a diferentes asuntos.
La receta es simple, tiene dos elementos. En primer lugar, debe reconocerse valientemente la existencia de un problema que hasta allí había sido enmascarado. Este reconocimiento – un nuevo tipo de sinceramiento – aparece como un acto de honestidad y valor. Adicionalmente, como se dice que el problema se encontraba oculto, esto le permite al funcionario irresponsabilizarse de sus causas. Quien desenmascara un problema que preexistía, no ha contribuido a causarlo. La estrategia del sinceramiento es beneficiosa por partida doble: presenta al funcionario como honesto para reconocer un problema e inocente de su gestación.
En segundo lugar, debe señalarse que es la gravedad del problema preexistente y la ineficacia del Estado para solucionarlo, lo que justifica que un particular haya tenido que hacerse cargo – también valientemente – de lo que debería estar haciendo el Estado. Como el problema es preexistente la ineficacia estatal no pesa sobre el funcionario actual, honesto e inocente. La ineficacia del Estado justifica el acto de privatizar sus funciones.
La receta ha sido utilizada una y otra vez. Piense, por ejemplo, en el desempleo. Los funcionarios gubernamentales reconocen que existe desempleo. Pero siempre existió, agregan, sólo que antes se lo escondía y enmascaraba y ahora valiéntemente se lo reconoce. De este modo los más de trescientos mil puestos de trabajo destruidos por las actuales políticas gubernamentales desaparecen de la escena y pasan a ser el síntoma de un problema preexistente que los honestos e inocentes funcionarios actuales nos han permitido percibir.
Una vez que el primer paso ha sido concluido, viene el segundo. El Estado es ineficaz para generar empleo. Una lluvia privada de inversiones se encargará de que el trabajo genuino germine en todo el territorio de la nación para que sus habitantes puedan tomarlo allí donde lo encuentren. La gravedad del problema justifica que el gobierno, a través de una moratoria, permita a los privados encargados de solucionarlo saltarse las leyes tributarias.
Reemplace desempleo por inseguridad, aplique los mismos dos pasos de la receta, y obtendrá la respuesta del gobierno frente a los casos de justicia por mano propia. Macri ha dicho que estos casos muestran que hay un problema de seguridad preexistente que hasta ahora estaba oculto. Haciendo gala de honestidad y deslindando responsabilidad, ha señalado: «Durante la última década, otra de las mentiras era decir que no había problemas de seguridad; acá hay problemas graves».
Por este acto de prestidigitación verbal, desaparece de la escena la evidente relación entre el incremento de la desigualdad y la indigencia, provocadas por las políticas gubernamentales, y el aumento de la tasa de delincuencia. Concluido el primer paso, ha venido el segundo: defender la iniciativa privada, en este caso para impartir justicia. Ha dicho del carnicero justiciero que es un ciudadano “sano”, “tranquilo”, “querido”, “reconocido por la comunidad”.
El desempleo generado por las políticas gubernamentales no ha sido subsanado por una copiosa iniciativa privada de inversionistas ávidos por hacer germinar puestos de trabajo. Esperemos que el gobierno no espere que la inseguridad exacerbada por la desigualdad y la indigencia provocada por algunas de sus políticas, vaya a ser subsanada por una lluvia de emprendedores privados en materia de justicia cuyas primeras gotas han comenzado a caer.
(*) Por el abogado Hugo Seleme.