Nueve tesis para invertir la semana
I
Acumulo días de incomodidad. La semana pasada fue intensa. La lucha de clases (constante) en que estamos sumergidos, emergió con fuerza, contundencia, condensada. Y hasta me animaría a decir, que fue una semana de triunfos tácticos en este gran ajedrez del que participamos (nosotros como peones: esforzados y creativos peones).
Pero sin embargo, hay algo que me incomoda aún. Intuyo que es una cuestión de temporalidades. El discurrir de las temporalidades se invirtió, y ese vuelco fue de algún modo profético, encendiendo un llamado de atención, o lo que Benjamin llamó un instante de peligro, una vuelta de calesita de la historia, que sin ser cíclica, esta vez, se repite de modo intenso en el dolor.
II
La semana empezó por el presente-futuro. Algunos cientos tomamos las calles para acompañar respetuosos los gritos, el llanto, la bronca, la impotencia (vuelta instante potencia, pensamiento y acción seminal de otro mundo posible –y necesario), el dolor, el inmenso dolor de los familiares de quienes han sido asesinados por la policía de córdoba.
Por el Estado Policial cordobés.
Por el capitalismo policializado que se vuelve ferozmente violento en las barriadas populares.
Incendiaron gomas y basureros en cada esquina por la que íbamos pasando. Insultaron con toda su fuerza a cada policía que cruzaron en su camino. Algunos jóvenes llegaron a escupirlos en la cara. Fue un rito ¿violento? de sanación (que no sutura la pérdida).
Ese es el presente-futuro que secuestra, tortura, asesina y desaparece de modo sistemático a quienes se interponen en el camino de esta trituradora de vida, de cuerpos, que es el capitalismo hoy (como siempre, más que siempre).
III
El día miércoles, como el fiel de la balanza, fue el punto de encuentro, el empate hegemónico entre pasado y futuro, fue un momento de presente-presente. Miles de trabajadores formales e informales salimos a las calles para luchar contra la precarización de la vida, los salarios que no alcanzan, los despidos que no cesan y la criminalización de las trabajadoras que continúa. La fragilidad de las tibias conquistas obtenidas en el pasado inmediato, buscan ser defendidas ante la prepotencia del capitalismo oligárquico y antidemocrático que se hizo gobierno. Algunos de quienes estábamos en la calle buscamos meter freno, para avanzar en sentido opuesto, exactamente por el camino contrario. Entendemos que no hay reforma posible. La reforma es frágil. Las tibias reformas llevadas adelante por un corrupto gobierno burgués: más aún. Somos trabajadores, ¿por qué deberíamos aceptar gobiernos de millonarios y tecnócratas? Sin embargo, evitamos discutir el futuro, y como este presente-presente se limita a buscar poner un freno, hasta los reformistas tiraron de las riendas. Y por ahora, está bien así.
IV
Jueves, día de presente-pasado. Diez mil, quince mil, quien sabe cuántos miles, nos congregamos frente a tribunales federales. ¿Para qué? Sinceramente no lo sé. No puedo saber los por qué de todos. ¿Cómo partícipes? ¿Cómo hacedores? ¿Cómo espectadores? ¿Cómo curiosos? ¿Cómo sujetos activos o pasivos? ¿Para combatir o para observar la contienda? Cada cual sabrá en qué casillero colocarse.
Estábamos ahí buscando alguna forma de justicia. Quizás no la que más nos convence. A otros muchos a lo mejor sí. Pero sin lugar a dudas, nos reunimos ahí por solidaridad con los muertos y desaparecidos (mejor dicho, ellos –los muertos, los asesinados y desparecidos- nos reunieron ahí: ¿para qué? ¿para darnos el mensaje que aprendieron en la infinitud de los tiempos, que reza que la solidaridad es con ellos sólo en la medida en que la fraternidad sea entre nosotros? Creo que sí).
Estábamos ahí porque nosotros nos negamos a pensar en nuestros muertos como los eliminados, porque si bien ellas fueron asesinadas por el odio y la prepotencia del capitalismo financiero que perdura, son ellos: los muertos-presentes-no-eliminados el pecado original que atormenta a este sistema putrefacto y hediondo. Es la valentía, la entereza, la inocencia, el amor, el enorme amor revolucionario, fraternal, hermano, de las que su vida-muerte dieron testimonio, las que ponen constantemente en cuestión la victoria lograda por los dominadores.
V
Nuestros muertos (nunca eliminados) le han ganado la batalla a sus muertos (por más que algunos pocos presenten la forma de cuerpos decrépitos, no nos engañemos: son muertos). Nuestros hermosos y valientes muertos, tienen tanta fuerza, tanta tenacidad y arrojo, que se han entrometido en el presente, en el presente-pasado, y le han dado estocadas a los moribundos y enfermos cuerpos de quienes condujeron alguna vez el triunfal carruaje mortuorio del poder. Nuestros muertos-desaparecidos, guerrilleros del tiempo, han librado otra batalla más y han ganado.
De eso no tengo dudas. ¿Pero nosotros qué? ¿Merecemos acaso pensarnos como parte del mismo ejército combatiente? Ellos son NUESTROS muertos. ¿Somos acaso SUS vivos?
VI
Nuestro presente-futuro nos cachetea diariamente con una continuación de la maquinaria de guerra (sin eufemismos) que secuestra, encarcela, tortura, asesina y desaparece (sin eufemismos) a miles de los nuestros (sin eufemismos). Los vivos de ellos, están librando una guerra furiosa, enloquecida, frenética, contra nuestras dignidades, libertades, enterezas, amores y cuerpos.
Lo hacen porque el mensaje que les dan sus decrépitos-moribundos-muertos-derrotados a pesar de haber masacrado, ultrajado, descuartizado a nuestros bellos muertos cuando aún estaban en cuerpo presente, es que necesitan quebrarnos la digna rebeldía, el amor fraternal, la valiente entrega sin medida, el rechazo a la mentira, el asco a la corrupción; entendieron que necesitan volvernos como ellos, para poder ganar finalmente. Porque si nosotras hoy somos como nuestros muertos ayer, si tomamos sus fusiles caídos, empuñamos sus armas, y enfrentamos sin mediocridades ni especulaciones las indignidades de hoy, si hacemos eso, no habrá muerte que nos detenga.
Sólo sumarían un nuevo guerrero al ejército de nuestros bellos muertos. ¿Acaso no sucedió así con Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, que en el umbral de su muerte volvieron a agitar las almas de los vivos para que cortáramos doscientos ochenta rutas en todo el país y voltear así al espurio gobierno duhaldista? Es la entereza humana, la incorruptibilidad férrea, la humilde fraternidad, una valentía sin retaceos, lo que nos hará invencibles: vivos o muertos, años más, años menos, para la historia lo mismo da.
VII
Los miles que el jueves estuvimos reunidos frente a tribunales, debemos quizás aprender a escuchar. No quedarnos en las superficiales palabras pronunciadas por un juez de los tribunales burgueses, sino descifrar el eco que viene de la infinitud de los tiempos en que habitan nuestros bellos muertos, quienes están ganando la batalla que libran, y nos dicen que necesitan de nosotros. Que debemos darlo todo hoy, acá, ahora, para que ellos puedan estar a salvo.
Ellos insisten desde donde están en que somos un mismo ejército, y que si nosotros perdemos, por más batallas que ellas sigan librando y ganando –desde que vivían hasta hoy-, todo lo que ellos han hecho y hacen, será en vano. Nos dicen que basta de no asumir la guerra, que ya está bien de medias tintas, que no podemos nunca aceptar mirarnos en el espejo y descubrir cómo poco a poco nuestros rostros van delineando los rasgos del enemigo, porque sólo cuando nosotros somos como los poderosos: corruptos, especuladores, temerosos, indolentes, egoístas, sólo entonces los poderosos ganan.
VIII
Y la incomodidad ancla quizás en ese punto. Porque muy bien está que nuestros bellos muertos, junto a algunos vivos, les hayamos ganado a sus decrépitos moribundos una batalla más; pero mejor será que los vivos, con la inconmensurable ayuda de nuestros bellos muertos, les ganemos hoy la contienda a los poderosos que nos están partiendo los huesos, y más aún: el espíritu.
Tengo la molesta intuición que entre los presentes del jueves -cuando luchábamos por nuestro presente-pasado-, muchos entienden que la sentencia es muestra de que “la historia avanza” por buen camino. Entonces se sientan complacidos a regodearse del triunfo que lograron nuestros bellos muertos, asumiendo que así estaríamos salvando a futuras generaciones, sin comprender que la historia se escribe al revés. Es decir, en nuestra semana: no es el jueves lo que nos salva del martes, sino que por el contrario: triunfar el martes es lo que garantiza el jueves. Claro que sólo el heroísmo y entereza de nuestros bellos muertos hacen posible que ganen ellos, y que con ellos de nuestro lado, ganemos quizás nosotros.
Así como Marx afirmó que el capitalismo no era una cosa, sino una relación; el Estado Genocida no puede cosificarse en un conjunto de cuerpos decrépitos ya (casi) muertos, sino en una relación, una violenta relación asesina que imponen las clases dominantes para con las mayorías. Es la relación misma la que debemos entorpecer para derrotar a la dictadura genocida. Es decir, trabar el flujo, impedir que la maquinaria de guerra siga expresándose diariamente: debemos detener el fluir incesante de detenciones, torturas, muertes y desapariciones del presente-futuro, para en ese preciso momento, derrotar a los muertos y los vivos del ejército de los poderosos.
Es entonces que la pregunta se vuelve inexorable: ¿dónde estaban esos miles que el jueves acompañaron la necesaria batalla en el presente-pasado, el martes cuando luchamos nuestro presente-futuro? ¿no es acaso el mismo enemigo? ¿no son los mismos ejércitos?; ¿No son los que triunfen en este presente-futuro quienes revisarán los juicios sobre los muertos, y darán quizás (si perdemos) el triunfo al enemigo? Insisto: ¿Merecemos ser los vivos de nuestros bellos muertos?
IX
P.D: en la misma semana Monsanto anunció su retirada de Córdoba gracias a la lucha de un pequeño grupo de aguerridas y valientes compañeras que mantuvieron un bloqueo imposible, en las puertas mismas del infierno que intentó traer a la tierra la transnacional más poderosa del planeta. Otros vivos colaboramos. Muchos de nuestros sabios muertos también.
Vivos como esos, como los del bloqueo, o como los que el martes transformaron silencio y dolor, en grito presente y digna rabia; vivos como esos, que batallan sin retaceos contra las inclemencias del tiempo histórico; vivos así, son dignos de nuestros bellos y valientes muertos. Sólo con vivos como esos nuestros muertos estarán a resguardo… al menos por un tiempo.
Por Sergio Job. Fotografía: Colectivo Manifiesto.