El argentino más rico del mundo
Carlos Bulgheroni murió anteayer. Tenía 71 años y era, junto a su hermano Alejandro, el argentino más rico del mundo según Forbes, con una fortuna de 4.500 millones de dólares (que arañó los 5.200 en 2012), más o menos el mismo monto del que dispone Donald Trump.
Pero Carlos era muy diferente: callado, pálido y ojeroso, le diagnosticaron un cáncer de ganglios terminal a los 28 años y llegó a pasar los setenta. Jamás hubiera sido candidato a presidente, él hacía política de otra manera.
En 1948 Alejandro Ángel Bulgheroni dejó su Santa Fe natal para probar suerte en Buenos Aires fabricando bridas, unos anillos para unir tubos de petróleo con los que pensaba proveer a la YPF de Perón. El negocio fue un éxito: la petrolera mantuvo su condición de empresa estatal, con algunos tropezones, durante los cuarenta años siguientes y sus contratos preferenciales con la empresa de Bulgheroni.
Si el país fueran solo florcitas, la hubiéramos vendido tres veces más cara
En 1985 el viejo Alejandro Ángel abandonó para siempre este planeta lleno de petróleo, atrás quedaba su épica de patriota contratista y el recuerdo de su secuestro en manos del ERP en 1974.
Sus hijos, Carlos y Alejandro Pedro heredaron la empresa. Alejandro era el mayor, el buen mozo, el sociable habitué de Punta del Este. Carlos era el sagaz, el hábil, el que había sobrevivido al cáncer y con esa tenacidad se sentaba a negociar contratos con los que debía “terminar ganando ocurra o no lo que dice el documento”. Renovaron la relación preferencial de YPF con Bridas bajo el gobierno de Alfonsín, pero decidieron aportar 500 mil dólares a la campaña presidencial de Menem, más 144 mil a su cuñado Alfredo Yoma, a través de su Banco del Interior y de Buenos Aires. Cuando Carlos Menem Jr. se lastimó la rodilla en un accidente de motos, Carlos lo llevó personalmente hasta Estados Unidos para que lo atendieran sus propios médicos.
Los años 90s, con al auge privatizador en el Tercer Mundo y la caída de la cortina de hierro, permitieron a los Bulgheroni expandirse al Norte de África, Europa del Este y las estepas de Asia Central. Carlos buscó la asesoría de un ex agente de la CIA, convenció a los presidentes de Pakistán y Turkmenistán de que firmaran un memorandum y compartió una merienda en el desierto afgano con los talibán para negociar el paso del gasoducto. “Nosotros habíamos encontrado un montón de gas y salvo vendérselo a los rusos y levantar una fábrica de Coca-Cola ¿Qué hacíamos?”.
Hasta que empezaron los problemas: en septiembre de 1996 los talibán tomaron Kabul y asesinaron al presidente. Hora de volver a casa. “El afgano es un pueblo extremadamente simple, extremadamente amistoso, la recepción del huésped es casi una cosa oficial, aunque al día siguiente lo maten. Si usted no entiende que la muerte es parte de la vida, dedíquese a otro negocio”
Definitivamente, Bulgheroni no era Trump.
Retornado al terruño y a su política mansa, Bulgheroni adhirió al Proyecto Bicentenario elaborado por Rodolfo Terragno para el gobierno de De la Rúa y más tarde al Frente Productivo convocado por el presidente Duhalde.
También retornaba a la forma criolla de hacer negocios. En 1988 se extendió la promoción industrial a la industria papelera y Carlos vio una oportunidad: levantó la planta de Papel de Tucumán difiriendo impuestos del grupo Bridas en forma de inversión, al tiempo que su Banco del Interior y Buenos Aires (BIBA) se endeudaba con el Banco Central. A todo esto, Bridas levantó una querella contra YPF por pagos adeudados.
El negociador del desierto había abierto tres frentes para sacarle plata al Estado, pero pronto cambió el viento, el BIBA quebró, la papelera también y cada querella se le volvió en contra. Menem apuró una salida arbitral (resistida por Cavallo) a cargo de Eduardo Bauzá. Más tarde el gobierno de De la Rúa, el mismo que le cedió a los Bulgheroni la explotación de Cerro Dragón en Chubut, quiso revisar el laudo pero no duró lo suficiente. El flamante presidente Kirchner olió los 500 millones de pesos que Bulgheroni le debía al Estado y amagó con reactivar el asunto. La intermediación de De Vido logró acercar a las partes y la prestigiosa e independiente Corte Suprema de Lorenzetti, Highton de Nolasco, Fayt, Maqueda y Argibay le dio la razón al petrolero, para disgusto de uno de los querellantes, Raúl Moneta, que, fiel a su estilo operístico, denunció los lazos de Bulgheroni con el poder político como si tal cosa fuera una novedad a esa altura.
A decir verdad, Bulgheroni estuvo cerca de ser otro empresario kirchnerista pero la nacionalización de YPF lo perjudicó al punto de que circuló el rumor de que financió la campaña electoral de Massa en 2013 bajo la promesa de destituir a Galuccio y vender parte de la empresa en caso de llegar a la presidencia.
Mientras tanto, Carlos no perdió tiempo. Desde la muerte de Bulgheroni el viejo, los hermanos completaron el giro hacia la extracción de petróleo.
En 1997 Bulgheroni se asoció con American Oil Company, dueña del petróleo de Cerro Dragón desde el frondicista año de 1958, y creó Panamerican Energy. En 1999 British Petroleum compró la parte de American Oil y los Bulgheroni fueron socios de hecho de una de las mayores petroleras del planeta. En 2007 Carlos y sus prestigiosos socios ingleses lograron la concesión por 40 años de la explotación de Cerro Dragón, inyectando litros y litros de agua potable entre sus grietas rocosas para recuperar el petróleo de sus intersticios, con el respaldo de la Ley de hidrocarburos de 2006, el gobernador Das Neves y el presidente Kirchner. Un momento de amistad sin grietas, un momento Kodak.
En 2010 los hermanos festejaron el Bicentenario vendiendo el 50% de Bridas a la china Zhōngguó Háiyáng Shíyóu Zǒnggōngsī en más de 3.100 millones de dólares. “Si el país fueran solo florcitas, la hubiéramos vendido tres veces más cara”. Que florezcan las mil flores. Más tarde compraron todas las acciones de Panamerican Energy a la ex British Petroleum por 7.000 millones.
Ató el destino de sus negocios al del Estado argentino y viceversa
En 2012 los Bulgheroni y sus nuevos amigos chinos entraron al mercado de la refinación y comercialización con Axxon, gracias a la compra de los activos de Exxomobil en Esso Argentina. A 64 años de las bridas de Alejandro Ángel, sus hijos controlaban toda la cadena petrolera, desde la extracción al surtidor.
Para combatir la intoxicación petrolífera de sus capitales, Carlos destinaba parte de su plusvalía al mecenazgo del Teatro Colón, la Policía Federal y su Hospital Churruca, el Center for Strategic and International Studies y la Space Exploration Initiative de George H. W. Bush para llegar a Marte, además de intentar comprar al Cagliari Calcio.
Carlos Bulgheroni murió anteayer.
La enfermedad que portó durante gran parte de su vida terminó de matarlo, cuarenta años después. Era un heredero, pero también un emprendedor. Un miembro conspicuo de la Patria contratista pero también un jugador internacional. Sus manos no temieron ensuciarse con petróleo ni con política, siempre bien lejos de la opinión pública, que tan poco sabe de negocios.
Pocos de los ciudadanos que hoy maldicen a Macri, a Cristina o al precio de la nafta supieron de su vida ni sabrán de su muerte
Pocos de los ciudadanos que hoy maldicen a Macri, a Cristina o al precio de la nafta supieron de su vida ni sabrán de su muerte. Pocos sabrán la manera en que ató el destino de sus negocios al del Estado argentino y viceversa. En la Argentina naïve de las dicotomías privado-público, empresas-Estado, competitividad-subsidios, su rostro de lobbista exangüe puede resultar incómodo.
Carlos Bulgheroni murió ayer en silencio, como vivió. El capitalismo que él encarnaba, su forma de hacer negocios, sigue viva. En silencio.
Por Alejandro Galliano, para Revista Panamá