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Polenta no, derechos

5 agosto, 2016 by Redacción La tinta

Por Sebastián Giménez, para La Tecl@ Eñe

Donde hay una necesidad, nace un derecho dijo la Diosa de los profanos, de los desclasados, de los grasitas. Puede traducirse de múltiples formas. Una puede ser que donde hay una necesidad, estará la comunidad, el Estado para dar una respuesta. La comunidad organizada que decía el General, o algo así. Una sentencia que quedó empotrada como símbolo de una época, en que millones quisieron creer que el Estado era también para ellos. Y lo fue, vaya que lo fue.

Donde hay una necesidad, nace un derecho. Hoy, la sentencia nos muestra la inmensidad del vacío. En un modelo económico donde impera la supervivencia del más apto, donde hay una necesidad, te dicen arreglate como puedas. Donde hay una necesidad, será por culpa de los que la tienen. Donde hay una necesidad, nace otra necesidad y otra más. Y el derecho es de los que culpan a los débiles, los que les dicen a los pobres que deberían ser emprendedores en un mercado interno sin demanda, con bajos salarios, con desocupación y con la importación abierta al mundo.


Aquella mujer despreció a la riqueza. Las damas de la sociedad de beneficencia le tenían guardada la presidencia del organismo y las sacó carpiendo. A las oligarcas, que estaban acostumbradas a dejar caer unas pocas migajas para los pobres, a regarlos con polenta, las obligó a pagar impuestos y a realizar aportes a la Fundación que luego llevaría su nombre.


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No sólo quiso a los humildes. En realidad, su revolución fue tratarlos como lo que eran, seres humanos con derechos. Nunca los regó con polenta, como hicieron tantos gobiernos posteriores, sino que la Fundación Eva Perón creó escuelas; hospitales; hogares; viviendas obreras; ciudades universitarias; complejos turísticos; campeonatos deportivos. Toda enumeración es insuficiente. Polenta no, sidra y pan dulce en las fiestas. Polenta no, bicicletas, raquetas de tenis, pelotas de fútbol, tantas cosas que quedaron para siempre en la memoria de un pueblo. No dormía, Evita. Sol y luna de los desposeídos. Venganza y redención de los pobres. Con treinta y ocho kilos, seguía.

Quizás el mejor elogio, por venir del enemigo, fue la inspección a los Hogares de la Fundación Eva Perón que hicieron los de la autodenominada “Revolución Libertadora”, cuyo dictamen consignó que “desde el punto de vista material, la atención de los menores era múltiple y casi suntuosa. Puede decirse, incluso, que era excesiva, y nada ajustada a las normas de la sobriedad republicana que convenía para la formación austera de los niños. Aves y pescado se incluían en los variados menúes diarios…”.

No los regó con polenta, sino que incluyó carnes, aves y pescado en los menúes. Porque fue suntuosa con los niños pobres. Porque fue miserable con los ricos. Por eso sigue siendo Evita, una herida abierta tan grande que ni descansar en paz la dejaron los ricos resentidos de su tiempo. Porque les quitó a los que les sobraba y se los dio a los que no tenían. Porque no creía en el derrame natural de la riqueza, ni en la sobriedad de los falsos republicanos verdugos de los pobres de ayer y de hoy. No creía en el derrame, pero que derramó la riqueza no cabe duda, y lo hizo de arriba para abajo. Y no, como tantos que la sucedieron, de abajo para arriba.

Por Sebastián Giménez, para La Tecl@ Eñe

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