Wanda Nara, la forma novedosa
El lisérgico rubro que conocemos como botineras ya no será igual. El gran giro desde el mito fundante de Pata Villanueva. Wanda Nara se animó a ser algo que no existía. Wanda es Piazzolla.
Virgencita, chica Maradona, bebota, video hot, Rial, Tinelli, Europa, Ferrari, Icardi, Twitter. Pensamos que ya estaba, que Wanda Nara no podía darnos más. Pero la reina del escándalo premeditado inauguró la nueva era del botinerismo nacional.
Hace un año, se convirtió en la representante de su marido, el delantero del Inter Mauro Icardi, y se dedicó a hacer lo que mejor sabe hacer: sobresaturarnos de ella misma, de su rubia astucia. Y hacerlo teniendo bien claro el por qué: mejorar los 3,8 millones de euros por temporada que cobraría su marido por contrato hasta 2019. Ese contrato que ella misma consiguió el año pasado.
No cualquiera extorsiona a la vista de todos a los dirigentes de uno de los clubes más poderosos del mundo. Pero Wanda sabe que puede pedir más, que por qué 3,8 si pueden ser 6. Que el grupo chino Suning acaba de poner 270 millones de euros para comprar el 70% del club. Y entonces tuitea que se reunió con un intermediario. O alguna frase difusa de esas que hacen que los rumores que andan volando bajen y se posen en las páginas de los diarios. Le hace saber a alguna revista que se reunió con los dirigentes de Juventus, que están dispuestos a poner 50 palos. Que puede ser que Simeone lo haya llamado a Mauro. Lo desliza. Ni sí ni no. O sea, se desliza.
Surfea, Wanda.
Se mueve en ese barro que orbita alrededor del fútbol sin mancharse los tacos de alta costura. No, en realidad sin mancharse no. Sin importarle que se ensucien, porque sabe que siempre, llegado el momento, tiene a mano su fórmula: escapar hacia adelante. El submundo del fútbol es su medio, el trampolín donde dio sus mejores saltos. Desde ese guión que nos creímos todos donde ella le regalaba su virginidad a Maradona hasta su pase a Europa de la mano -literalmente- de Maxi López. Y los hijos con Maxi López. Y la separación de Maxi López. Y el enroque con Icardi. Y todo lo que ya sabemos. Pero hasta ahí no era más que la versión hardcore de ese papel que inventó alguna vez Pata Villanueva y que conocemos como botinera. Su interpretación más extrema.
Ahora hay algo nuevo.
Ahora protagoniza, maneja, decide. Negocia, principalmente negocia sin importarle nada, pero diciéndonos: yo sé que ustedes saben que yo sé que no tengo escrúpulos. En los medios italianos le dicen “la Kim Kardashian del fútbol”. Wanda ve su foto en la tapa de una revista y arriba de su foto el título en letras grandes y blancas: “Las mujeres más potentes del fútbol”. O ve su cara en una nota que se pregunta quién es la mujer que tiene en un puño al calcio italiano. Rechaza ofertas, muñequea, exige, presiona. Le brotan de la boca carnosa y entre los dientes grandes cifras de siete ceros como si nada. Su marido sólo juega al fútbol. Icardi quedó condenado al triste rol de sólo hacer goles en el Inter y, como máximo, ver si lo convocan a la Selección.
Hace menos de un mes, el presidente del Napoli jugó una ficha que no había jugado nadie: para tener a Icardi, comprar a Wanda. Un contrato de 10 millones de euros para su marido y un protagónico en el cine para ella. La movida estaba bien pensada. Pero no, Wanda sabe que sería mucho. Que una cosa es arriesgar y otra cosa es ser boluda. Que capaz más adelante. Ahora logró que el Inter le ofrezca algo que más o menos arrima a sus pretensiones: 5 millones de euros por temporada. Se lo ofrecen a ella, no a Icardi. Mauro no opina, casi no da declaraciones. Vos andá, hacé goles y confiá en mí, que yo de esto sé.
Wanda Nara inventó algo nuevo. Su creación es ella misma. Ella como representante, llevando la manija. El día que se haga la historia de las botineras deberán decir que hubo una chica que rompió todo y que corrió los límites. Que hay un antes y un después de ella. Deberán decir que Wanda Nara es Piazzolla.