“Ser olímpico” es llegar
El paraguayo Derlys Ayala se estaba acercando a la meta. Esa línea transversal a su recorrido que le da a todo un sentido, una razón. “Ser olímpico” es llegar. A poco del objetivo, el entrerriano Federico Bruno luchaba contra su cuerpo: “Preferí llegar, a pesar de que el cuerpo no quería eso, quería que pare, pero mi cabeza quería llegar».
Los Juegos Olímpicos terminan como siempre poniendo en vidriera las particularidades de cada deporte. La filosofía que transmite cada uno, a su turno y en dos semanas, nos quitó por un rato del triunfalismo salvaje que emanan otras disciplinas más populares para los argentinos.
Ayer, los dos últimos maratonistas de la prueba final de Río se robaron la imagen de clausura de los Juegos. Escribieron el último párrafo. Ése que cierra el círculo.
Como en la maratón, lo que menos importa de esta nota es el final, que ya fue spoileado por los noticieros y las redes sociales hasta el hartazgo. Sólo importa llegar al último renglón esperando dudar sobre el sentido de ganar.
Resistiré
Ayala empezó a correr para escapar. Su cabeza y su mente huían de este mundo cada vez que lo mandaban a comprar al almacén. De origen pobre, nunca conoció a su madre y su padre lo dejó en manos de sus tíos.
Con 12 años, uno de ellos le prometió que si finalizaba la maratón de San Blas, de Ciudad del Este, lo llevaría a Tavapy, pueblo donde viven sus otros ocho tíos y sus abuelos: “Corrí con mi champión chino. Durante tres días me dolieron los pies. Pero valió la pena”.
El fútbol lo defraudó temprano. No le perdonó un error y se lo cobró: “El fútbol es lo primero que uno hace. Fui a la escuela de fútbol. Pero dejé por una anécdota que me pasó. Era suplente, me metió el profe, metí un gol en contra y ahí me sacaron otra vez”.
Desde ese momento Derlys sólo corre. Sin defraudar a nadie. Incluso de joven rechazó ofertas para correr por apuestas en 100 metros libres: “Soy maratonista, tengo resistencia, no velocidad”, repetía mientras negaba el dinero.
A sus derrotas ya no las define un gol. Tampoco el podio. Llegar es vencerse, resistir es la gloria y abandonar es la única derrota. A Río llegó pensando en una medalla como quien sueña ganarse algún día la lotería.
«Victoria»
No por azar, la última prueba olímpica es la más emblemática de los Juegos. El guerrero ateniense Filípides corrió cerca de 40 kilómetros, desde Maratón hasta Atenas, para informar la victoria de su ejército y evitar el suicidio masivo del resto de la ciudad. Al llegar, sin fuerzas, esbozó una palabra antes de morir: “victoria”.
Antes de emprender los tradicionales 42 km, el paraguayo Ayala soñaba con esa victoria. Bruno, de 23 años, sabía que, como toda primera vez, costaría llegar. A sólo metros del final ambos eran los últimos.
Sin buscarse, los perdedores se encontraron. Bruno arrastraba sus calambres desde hacía 7 kilómetros y cada metro que avanzaba dibujaba una mueca de sufrimiento más en su rostro. Cual cangrejo, seguía de costado. Como a Filípides, el cuerpo le pedía rendirse.
@soyeljazmin @DerlysAyala de #PAR lo alentó para que siguiera @ParaguayTVHD y luego lo esperó #tremendo ! pic.twitter.com/ZzcijvayRB
— Emmanuel Aguilar (@Emmax_digital) 21 de agosto de 2016
A esa altura, todo estaba terminando. Había pasado casi media hora de la llegada del keniata Eliud Kipchoge, ganador de la medalla de oro. La imagen de la TV se queda con Ayala exhausto al lado de Bruno. Un periodista argentino comenta: “Jamás vamos a poder comprender, los que no somos runner o maratonistas, esto del festejo del que gana, del que sale segundo, quinto, décimo y del que corre por llegar”.
La pantalla marcaba el reloj: 2h:35m. Bruno volvió a parar, se agarró las piernas y comenzó a retorcerse de dolor. El paraguayo lo miró. También frenó su marcha y lo esperó. El último y el anteúltimo ya no competían entre sí. Quizá nunca lo hicieron. En un diálogo de mudos ambos se prometieron algo. Cinco minutos más tarde, el 136 y 137 de la maratón de Río 2016 llegaron.
“Fue una maratón muy dura, en especial los últimos kilómetros, que fueron en los que encontré a Bruno. Sufrimos juntos. Somos casi nuevos en esto, casi de la misma categoría. Pudimos llegar a la final de nuestra primera final. Eso es muy importante para nosotros”, alcanzó a decir Ayala a la TV, mientras contenía el llanto para poder terminar de recuperar el aire.
Con las piernas tiesas, Bruno agregó: «En el km 35 no podía más y me quedaban 7 más, parecía un viejo de 100 años o peor. Pero yo quería ser olímpico y para ser olímpico hay que terminar la prueba».
Al parecer, el amateurísmo aún vive. La solidaridad del paraguayo radica en el mensaje de la disciplina, al igual que el sentido de avanzar sin fuerzas para ser el último de la competencia. Llegar es ganar. Vencer los límites, esas líneas transversales sobre el camino, es la única manera de poder decir «victoria».