El Mago de Paso de los Toros

El Mago de Paso de los Toros
2 marzo, 2017 por Redacción La tinta

Jugó en la Juventus con Zidane, tuvo autos lujosos, casas, un Mundial con su selección y tuvo 14 millones de dólares. Hoy no tiene nada. Porque Fabián O’Neill nunca pudo -o nunca quiso- dejar de ser el Fabián de Paso de los Toros.

Por Grego Tatián para La Tinta

En el fútbol, hay algo que uno lleva consigo cuando uno es un crack. No es exactamente irresponsabilidad. Es, digamos, una contraindicación del talento. O su efecto secundario. Fabián O’Neill fue -es- todo eso. Es todas sus botellas vacías, los recuerdos de las noches en las que creyó ser feliz. Es la persistencia de ese dolor que les genera lo que pudieron haber sido a los que no fueron. Y es el anecdotario exagerado de las decadencias pintorescas. Pero también es ese fútbol mágico, sin prejuicios. Un fútbol de todo dar, sin especulaciones. Sin miedos. Son tres caños al mismo rival en un clásico. Porque sí. Por la simple felicidad de ver lo imposible suceder tres veces. Porque nadie -y esto los futboleros lo sabemos bien- le tira tres caños a un rival en un clásico. Salvo que tenga eso…¿cómo explicarlo?. No es exactamente irresponsabilidad. Es, digamos, una contraindicación del talento. Su efecto secundario.

«Abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba en el bar. Adormecido todavía por el alcohol, miró a los costados, vio la hilera de botellas, las sillas arriba de la mesa y se levantó de ese colchón pelado en el que había pasado la noche en un rincón detrás de la barra del bar Los Fresnos, un boliche de mala muerte que quedaba en la Avenida Larrañaga esquina Serrato. Eran la una menos cuarto y tenía que estar en el Estadio Centenario en media hora para jugar contra Central Español. Fabián O’Neill, una de las figuras del Club Nacional de Football -uno de los dos más grandes del Uruguay-, estaba llegando tarde al partido. Y con resaca.»

Así empieza su libro. Bah, el libro que cuenta su vida y se titula “Hasta la última gota”, como para que no queden dudas sobre de qué va la cosa. Fabián O’Neill dice que llegó a tener 14 millones de dólares. Hoy, no tiene nada. “Caballos lentos y mujeres rápidas”, explica.

Nació en Paso de los Toros y, aunque conoció Montevideo primero y fue ídolo en Europa después, algo de él nunca se fue de ese rinconcito del Uruguay profundo. Paraba en la puerta del prostíbulo del pueblo y se quedaba hasta las 5 ó 6 de la mañana, vendía baratijas, les hacía los mandados a las putas y se tomaba algún que otro vino. Después iba al colegio donde casi siempre, ya borracho, izaba la bandera al revés. Era monaguillo, se comía las hostias y, obvio, se tomaba el vino. Tenía increíbles 9 años.

Debutó en Nacional antes de los 20. No usaba vendas, pero en el club las pedía igual. Durante la noche, ataba las vendas y dejaba caer un extremo por la ventana. Alguna mano cómplice de afuera le ataba una botella. Con cuidado para no romperla, “el Mago” subía las vendas y, atada a su punta, la botella.

Cierta noche, se encontró de casualidad con su compadre y compañero “Chango” Pintos Saldanha. Acababan de cobrar 4 mil dólares cada uno. Se miraron y se dijeron unas pocas palabras sobre lo lindo que estaba para un trago. O’Neill le había dicho a su mujer que salía a comprar una pizza. Volvieron 20 días después.

-Nos raptaron unos marcianos – le dijeron a la mujer de Pintos Saldanha cuando regresaron.

Hay partidos en los que a nadie se le ocurre hacer gala de un exceso de elegancia. Nada de taquitos, rabonas, ni giladas de esas. Partido de dientes apretados, cuidando el arco propio y a lo sumo metiendo una o dos manos bien puestas cuando se arme la tangana. Uno de esos partidos es Nacional – Peñarol. O’Neill, fogoneado por sus compañeros, le tiró un caño a Nicolás Rotundo, rústico volante central de Peñarol. Y el caño entró. En la siguiente jugada, le tiró otro caño. Y también entró. En la tercera jugada se terminó: el caño obedeció de nuevo al talento del “Mago” y Rotundo, que también le había pegado en las dos jugadas anteriores, se fue expulsado.

Cosas como esas lo llevaron a ser citado para la Selección. La primera citación fue un 6 de enero a las 9 de la mañana. O’Neill llegó media hora tarde. Cuando sus compañeros -jugadores históricos- y el entrenador le pidieron explicaciones, tuvo una salida increíble.

-A mí me enseñaron que los reyes magos pasan por todas las casas. Por la mía no pasaron, así que tuve que salir a buscarlos. Por eso me demoré.

Paco Casal, amo y señor del fútbol uruguayo, lo ubicó en Italia. En el Cagliari fue capitán e ídolo. “A mí me gusta andar así nomás, de alpargatas. Cuando era el capitán del Cagliari a veces me tenía que poner un traje por obligación. Me gustaba ser el capitán, pero iba de equipo deportivo. Sabía ser capitán, yo responsabilidades tengo, lo que soy es desprolijo para mí. La vida me hizo así. Soy así. Rebelde y orgulloso», se define. O’Neill seguía siendo el mismo. En Italia o en Paso de los Toros. Recorría la playa en Cerdeña y tomaba un trago en cada uno de los puestitos que hay. “Cuando llegaba al final de la playa ya estaba mamao’”, confiesa con acento campechano. “Ulbriago”, le decían los hinchas cuando el equipo se estaba yendo a la B. Ulbriago en italiano quiere decir borracho. Meses después, cuando ascendió, esos mismos tipos le pagaban los tragos. Y él no había cambiado. Tampoco adentro de la cancha: por una apuesta con Paolo Montero le hizo tres caños al 5 de Salernitana. “¿No ves que hay mucha gente? No me marques más porque te voy a seguir haciendo quedar como un boludo”, cuenta que le dijo. El 5 de Salernitana se llamaba Gennaro Gattuso.

En Italia, se cruzó en el túnel de entrada a la cancha con Ariel Ortega. Dice, O’Neill, que los sudamericanos acostumbraban a saludarse cuando se encontraban. Dice que Ortega no lo saludó. Y dice que el codazo que le pegó en el partido fue sin querer. En el siguiente partido frente a Argentina por eliminatorias, Paolo Montero le aconsejó: “pedile disculpas, Ortega es buena gente”. O’Neill ni bola. Hasta que una noche, en algún lugar de Italia, O’Neill y Ortega se volvieron a cruzar. Cuando el uruguayo le pidió disculpas, ya no hacía falta: ambos estaban borrachos y abrazados.

Pero a pesar de su adicción al alcohol, los trucos del “Mago” lo llevaron a un plantel de Juventus desbordado de monstruos del fútbol. El 10 de ese equipo era Zinedine Zidane y dicen otros jugadores de ese plantel que el francés lo elegía siempre en los entrenamientos. Que tenía debilidad por el uruguayo y que decía que era su jugador preferido. Con certeza, habrá disfrutado de la elegancia de potrero de O’Neill, pero es difícil de creer que Zidane, que jugó con algunos de los mejores de la historia, haya dicho exactamente eso y es muy probable que tenga otros nombres entre sus favoritos. Pero ¿qué sería de las buenas historias sin los agregados falsos, sin las exageraciones? El tiempo deforma detalles de ciertas vidas para hacerlas más hermosas. Por lo tanto, esta nota dirá que, para Zinedine Zidane, Fabián O’Neill fue el mejor jugador con el que alguna vez jugó.

A O’Neill también le preguntaron por Zidane. Y contestó lo que importa: “¿Si Zidane tomaba cerveza? Tomaba whisky, el hijo de puta”.

Fabián O’Neill se retiró del fútbol en el 2003. No había cumplido los 30 años y tenía sólo once temporadas en el fútbol profesional. En esas once temporadas, tuvo una medalla de campeón uruguayo, una oportunidad en el fútbol de elite del mundo, un mundial al otro lado del mundo, tuvo tres hijos, tres esposas, un campo con ovejas, una lista infinita de noches inolvidables y 14 millones de dólares. Hoy, de todo eso no tiene casi nada. Ya retirado, tuvo una operación de vesícula por el alcohol, tuvo una prohibición médica para tomar por dos años que le duró dos meses y tuvo un psiquiatra con el que se cansaron mutuamente al cabo de pocas consultas. Reniega de las cosas que reniegan todos los ídolos caídos. Traga arena, bronca y llanto cuando habla de los amigos del campeón, a los que les regaló autos, casas y anécdotas que mejoran a cada asado, a cada vaso de vino. “Hoy tengo 10 ó 12 bohemios como yo, que son los que me ayudan”, rezonga con un orgullo tristón.

El “Mago” de Paso de los Toros tiene 43 años, para en el bar de siempre, en su esquina de siempre. Atiende la verdulería que está en la puerta, porque le tiran algo en la olla cuando el mango falta o le dan fiado cuando el mango demora. Está cerca de sus dos amores: su tercera esposa -”la única que de verdad amé”- y el club Defensor de Paso de los Toros. Y ya no tiene con qué alimentar caballos lentos ni mujeres rápidas.

*Por Grego Tatián para La Tinta

Palabras claves: Fabián O´Neill, Juventus, Uruguay

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