
Crónica de una violencia cotidiana, pero jamás naturalizada
Hace un mes, un colectivo de la línea ERSA me chocó el auto de atrás. Crucé el auto y me bajé. El chofer sacó su cabeza por la ventanilla y me propició una serenata de insultos referidos a mi vagina, mi condición de mujer y mis habilidades para el manejo; luego, huyó sin darme los datos del seguro. Quedé en shock, parada sin saber qué hacer. ¿Fue violencia de género? ¿Cómo se transita el malestar? ¿Cómo se transita el trauma? Golpeé muchas puertas, todas cerradas. Escribo para no naturalizar el paisaje cotidiano de las violencias hacia quienes nos vemos como una mujer y manejamos en una ciudad cada día más abarrotada de autos, cortes, arreglos, pozos, semáforos rotos, un escenario propicio para la violencia. Por Noe Gall.