España: la vida en fases
La “nueva” normalidad no es una excusa para que los sectores más reaccionarios avancen sobre la población con las banderas de restringir los derechos básicos.
Por Florencia Difilippo, desde España, para La tinta
La comunidad de Madrid, Barcelona y su área metropolitana, además de toda Castilla y León, pasaron oficialmente a la fase 1 de la desescalada de las medidas de confinamiento por el coronavirus. Esto significa la posibilidad de hacer reuniones de hasta 10 personas (respetando el distanciamiento), la reapertura de parques, de terrazas de bares y restaurantes con aforo limitado, y la posibilidad de acudir a comercios sin cita previa, entre otros cambios.
Nunca antes habíamos pensado en términos de fases para darnos un abrazo o para tener una charla, pero así es. Pasaron 70 días desde que, subrepticiamente y sin entender mucho, tuvimos que encerrarnos en nuestras casas y en nosotrxs mismxs. 70 días de consejos para estar bien, para gestionar emociones, para no enloquecer. De un exceso de información y desinformación en la que los diarios comenzaron a publicar el número de muertes y de casos de infectadxs con la misma frialdad que la temperatura o el pronóstico del clima. En España, por cierto, hubo, en total, 235.536 casos de coronavirus diagnosticados por PCR y 28.752 muertes, según informó el Ministerio de Sanidad.
Fueron tiempos de generar otras costumbres, algunas que quedarán y que agradeceremos, otras que abandonaremos sin más. Al contar con escaso movimiento y pocas acciones, las conversaciones por fin se trataron de lo que verdaderamente importa, de cómo estamos, de cómo nos sentimos, de cómo nos podemos ayudar. Las emociones fueron portada de noticias y ganaron terreno y popularidad. Fueron días de una nueva y estricta ceremonia de agradecimiento y apoyo, la del aplauso colectivo, que, en cada barrio, tuvo su matiz particular. Tiempos de predicciones y proyecciones. De sentimientos volátiles, de improvisar cada día, de enfrentar desafíos, de apelar a la creatividad.
Fue la oportunidad de volver a denunciar la injusta sobrecarga de tareas que sufren las mujeres, a las que históricamente se les ha asignado la responsabilidad de cuidar. De difundir la conexión entre la destrucción que hicimos de la naturaleza y la aparición de este y tantos virus más. De insistir en modificar de manera urgente nuestros modos de vida, de plantear el decrecimiento económico como algo no solo posible, sino deseable. Algunas injusticias prolijamente escondidas no tardaron en manifestarse: trabajadorxs precarizadxs, un sistema de salud relegado, violencias machistas dentro del hogar.
Como suele suceder en situaciones de crisis, se multiplicaron las experiencias de solidaridad, de resistencia y de colaboración mutua. Pero, a la vez, la cultura del odio y del miedo cobró fuerza de la mano de aquellxs a quienes sólo les importa la realidad de sus privilegios. Y para salir a protegerlos, volvieron a respaldarse en la bandera de un país que desean sea de pocxs. Así, después del cotidiano aplauso de las ocho de la noche, se han sumado una hora después las cacerolas que suenan a modo de queja de la gestión del gobierno de Pedro Sánchez sobre la crisis del coronavirus.
Santiago Abascal, líder de Vox (partido de ultra derecha de España), no sólo alentó cacerolas, asegurando que “la pulsión de libertad es imparable”, sino que convocó a una concentración masiva de autos y motos en las calles de Madrid y otras ciudades del país para reforzar los pedidos de dimisión y de “libertad”.
No se trata de aplaudir al gobierno y de abandonar toda crítica que, por el contrario, es necesaria y, a la vez, urgente. Lo preocupante aquí son los sectores que sólo intentan destruir, sobre la única premisa de proteger sus privilegios, fenómeno que, ante la pandemia, se repite y se exacerba en las distintas latitudes. Tensiones que se agudizan y que parecen, de algún modo, replicarse en diferentes países y ciudades, solo cambiando sus personajes.
Quienes más padecen las consecuencias de esta crisis son quienes ya venían soportando el peso de un sistema insostenible para la vida. Y sus lógicas no cambian por este contexto especial, sino que, lamentablemente (y, a veces, de manera brutal), se refuerzan. Las desigualdades en España, y a nivel mundial, se recrudecen: inmigrantes desprotegidos, sectores excluidos, pobreza en aumento. Complejizando este escenario, el personal sanitario organizó la primera protesta de la desescalada en Madrid denunciando la falta de personal, la precariedad laboral como también la escasez de tests para esta nueva etapa. Se sumaron vecinos y vecinas en distintos rincones para apoyar este reclamo y defender la sanidad pública.
Sin duda, se pedirán cañas por doquier en los bares para celebrar esta nueva fase que, a pesar de todo, renueva los ánimos. Aun así, no es momento de bajar la guardia. Debemos seguir conservando conductas de higiene y distanciamiento. Pero también pensar en nuevas estrategias para detener el avance del individualismo y del fascismo. De defender los derechos que son vulnerados o desatendidos bajo el perfecto pretexto de la emergencia mundial. De plantear nuevas formas de transformar las desigualdades que imposibilitarán cualquier futuro deseable. El único enemigo no es el virus.
*Por Florencia Difilippo para La tinta / Foto de portada: RBD Noticias