Sobre elecciones, anexiones y formas de resistencia
La anexión de los territorios de Palestina por parte de Israel no se detiene con el nuevo “gobierno de unidad” en Tel Aviv. La respuesta de las palestinas y los palestinos es la resistencia.
Por María Landi para Desinformémonos
Este mes de mayo, dos temas sobre Israel/Palestina se han abierto paso a través del omnipresente tema del coronavirus en los medios de comunicación: la formación en Israel de otro gobierno encabezado por Benjamín Netanyahu (que por fin logró hacerse de la mayoría que necesitaba, después de tres elecciones en un año), y el anuncio oficial del flamante gobierno de que procederá a anexar formalmente partes del territorio de Cisjordania.
Más allá de que han hecho primeras planas (sobre todo en Occidente), ninguno de estos dos hechos sorprendió realmente a la población palestina que vive en los territorios ocupados, porque sabe que cualquier gobierno israelí, sea del signo que sea, seguirá adelante con la ocupación colonial y la anexión, pues es la razón de ser del Estado sionista desde hace casi un siglo.
En cuanto al desenlace de la tercera ronda electoral en Israel, si bien es “más de lo mismo” para el pueblo palestino, algunos factores son dignos de destacarse:
—La astucia de Netanyahu para perpetuarse como el primer ministro más duradero en la (corta) historia del país, incluso a pesar del juicio en curso por corrupción, y su habilidad para neutralizar a su rival, el ex militar Benny Gantz (responsable de la masacre de 2014 en Gaza), invitándolo a formar un “gobierno de unidad nacional” con la excusa de hacer frente al coronavirus.
—El exitoso resultado de la Lista Conjunta (una alianza de partidos mayoritariamente palestinos), que emerge como la tercera fuerza y la única verdadera oposición en el ultraderechizado escenario político israelí (y en contraste con la casi desaparición de la “izquierda sionista” o liberal, representada por el Laborismo y Meretz).
—El grado de racismo antiárabe imperante en la clase política israelí: Benny Gantz prefirió ceder la victoria a Netanyahu antes que convertirse en primer ministro con los votos de la Lista Conjunta (dispuesta a darle un apoyo puntual para desbancar a Netanyahu).
Lo seguro es que el gobierno emergente −en el cual Netanyahu alternará con Gantz períodos como primer ministro− será aún más peligroso, como observó el analista Haggai Matar: más racista, más ultraderechista, más neoliberal y más indiferente a cuestiones sensibles, como la creciente pobreza (sobre todo después de la pandemia), el cambio climático, la violencia de género, los derechos de las minorías y, ni hablar, los del pueblo palestino.
Y nunca se debe olvidar que más de cinco millones de palestinos/as que viven bajo la bota de Israel en Jerusalén Este, Gaza y Cisjordania, no tienen derecho a votar al gobierno que controlará sus vidas (solo pueden hacerlo el millón y medio de palestinos/as con ciudadanía israelí).
Un cambio solo de forma
En cuanto a los anuncios de anexión de partes de Cisjordania, hay analistas que los ven más como estrategia electoral que como decisión política real, pues es dudoso qué ventaja tendría para la imagen internacional de Israel (sobre todo en la Unión Europea) hacer oficial una realidad que ya se da sobre el terreno. En efecto, desde hace medio siglo hay en curso una anexión de facto del territorio ocupado (en particular, todas las tierras apropiadas para las colonias judías ilegales, designadas como Área C en los Acuerdos de Oslo, y bajo exclusivo control del ejército israelí), de modo que la anexión de jure ni se notará en la práctica. Nadie que conozca la realidad en los territorios ocupados puede sorprenderse con este anuncio. Como dice el joven cineasta palestino Ahmad Al-Bazz, “lo que la comunidad internacional ve como un movimiento ilegal bajo la ocupación es, de hecho, otra etapa en el proyecto colonial de asentamiento israelí de un siglo de duración”.
Al-Bazz lo ilustró de manera gráfica con el ejemplo de un israelí de Tel Aviv que decide hacer un paseo hasta el Mar Muerto (gran parte del cual está en territorio ocupado): todo lo que tiene que hacer es tomar una carretera hacia el este y en menos de una hora y media estará en la orilla del río Jordán; sin puestos de control, sin cambio de ruta, con carteles indicadores en hebreo a lo largo del trayecto, con policía israelí vigilando el tráfico y la Autoridad de Parques Nacionales de Israel recibiendo a los visitantes. Pero si un palestino quisiera llegar al Mar Muerto desde cualquier localidad de Cisjordania, tendría que superar innumerables controles y obstáculos; el principal de ellos, la falta de permiso para transitar por esa carretera y acceder al Mar Muerto (como tampoco puede acceder a la costa mediterránea). Porque, formalismos a un lado, hace más de medio siglo que la única verdadera autoridad entre el Mediterráneo y el Jordán es Israel.
En cualquier caso, Israel sabe que, de proceder a la anexión formal, difícilmente haya algo más que condenas retóricas, considerando que hasta ahora ha gozado de total impunidad para sus constantes violaciones del derecho internacional. Conviene dejar claro además que la “alarma” internacional ante los anuncios de anexión de jure tiene una buena parte de hipocresía: ella implicaría el entierro formal del obsoleto paradigma de las negociaciones para una solución de “dos estados”, que durante 30 años ha servido a la comunidad internacional para prolongar el statu quo sin hacer nada, y a Israel para expandir su colonización.
Como escribió el periodista israelí Gideon Levy: “La anexión también pondría fin a las mentiras y exigiría que todos miraran la verdad a los ojos. Y la verdad es que la ocupación llegó para quedarse, nunca hubo intenciones de hacer lo contrario. Ya ha creado una situación irreversible: unos 700.000 colonos, incluidos los de Jerusalén Este, que nunca serán removidos, y sin su remoción los palestinos no tendrán más que bantustanes; ni un Estado, ni siquiera una caricatura de Estado”.
Más aún: “La anexión amenazaría la falaz existencia de la Autoridad Palestina, que continúa comportándose como si fuera un Estado libre con soberanía (…); del ‘campo de paz’ israelí, que sigue creyendo que todavía existe la posibilidad de una solución de dos estados, y de la Unión Europea, que cree que es suficiente emitir (¡fuertes!) condenas a Israel y luego sentarse y no hacer nada contra el apartheid, excepto financiarlo, armarlo y declamar sus ‘valores comunes’ con Israel”.
Claro que la anexión tiene un precio para la población palestina: no solo la pérdida de su tierra, sino la expulsión; porque el proyecto sionista siempre quiso la tierra sin los árabes que la habitan. Ella ya está en curso en lugares críticos como el Valle del Jordán, las Colinas del Sur de Hebrón y la periferia de Jerusalén, donde la población palestina resiste la expulsión en condiciones extremas de vulnerabilidad. Y esto podría agravarse más aún con la anexión oficial.
En el espíritu de la Intifada
El presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, respondió anunciando que rompería todo vínculo con Israel y Estados Unidos. Pero la gente ya sabe que estas bravatas de Abbas nunca pasan a los hechos, por la sencilla razón de que la existencia misma de la ANP depende enteramente de Israel y Estados Unidos, y no podría sobrevivir sin ese vínculo. Fue creada precisamente como un brazo ejecutor del poder ocupante en el territorio ocupado: desde la provisión de servicios -pocos, malos y mediados por la corrupción- hasta la represión de la resistencia.
De modo que el pueblo palestino sabe que puede esperar poco o nada del poder político local o global. En cambio, ha experimentado su propia capacidad de organización y resiliencia, en especial durante la reciente epidemia. Al igual que en los más diversos territorios afectados por la pandemia en todo el mundo, el pueblo ha sabido suplir las ineficiencias de los gobiernos tejiendo redes efectivas de solidaridad para sobrevivir a la crisis y apoyar a los grupos más necesitados.
Y el pueblo palestino es experto en subsistir en condiciones de confinamiento, tras décadas de toques de queda, sitios y bloqueos. De hecho, cuando empezó la pandemia la gente de Gaza enviaba mensajes al mundo preguntando qué se siente vivir encerrado, y cómo se imaginan un encierro de casi 14 años, que es el tiempo que lleva Gaza bajo un bloqueo inhumano, privaciones de todo tipo y bombardeos periódicos.
La analista palestina Suha Arrar observó que los comités populares que se formaron para enfrentar la pandemia han evocado entre la población ocupada los tiempos de la primera Intifada (1987-1991), por el nivel de participación comunitaria masiva y eficiente para organizar la supervivencia, basándose en la autogestión y la solidaridad en medio de la crisis. Esta dinámica ha generado un sentimiento de empoderamiento y hasta de esperanza en un pueblo demasiado hastiado de vivir bajo la doble ocupación israelí y de la ANP. Incluso, un efecto secundario fue el acercamiento entre la población y la policía palestina, que por primera vez dejó de ser vista como una fuerza represiva al servicio del ocupante y se convirtió en una aliada para implementar las medidas comunitarias de cuidado y prevención.
En Belén, el epicentro de la crisis, la amenaza de que las fuerzas israelíes entraran a imponer la cuarentena llevó a la población a plantarse con decisión para impedirlo. Se formó un comité de emergencia con más de 3.000 voluntarios/as y profesionales, los hoteles se convirtieron en hospitales, las panaderías distribuyeron pan gratuitamente; los comités relevaron a las personas enfermas, ancianas o discapacitadas que requerían atención en cada barrio, aldea o campo de refugiados, y se organizaron para abordar las cuestiones de seguridad, alimentación, salud mental, higiene, violencia doméstica. Fábricas en Hebrón y en Gaza se dedicaron a producir mascarillas y trajes protectores. Y las mujeres volvieron al centro de la escena pública, igual que durante la primera Intifada.
Incluso en Jerusalén Este, anexada a Israel, pero totalmente abandonada a su suerte, donde la ANP no puede entrar y la población palestina es constantemente reprimida y sus organizaciones sociales desarticuladas, la respuesta fue asombrosa: se establecieron comités en la mayoría de los barrios, mientras se asistía a las personas necesitadas. Unas 80 pequeñas organizaciones establecieron la Asamblea de Jerusalén para luchar contra el coronavirus, proporcionando información y coordinando la asistencia en los barrios. Esta labor culminó con la apertura de un hotel destinado a pacientes en cuarentena, financiado por empresarios palestinos. Hasta el alcalde israelí de Jerusalén reconoció este esfuerzo y -por primera vez en la historia- coordinó con la Asamblea la asistencia social y sanitaria a la parte palestina de la ciudad.
Dos meses después de la aparición del coronavirus, el pueblo palestino puede mostrarse satisfecho de su gestión de la emergencia: unos 600 casos positivos (aunque preocupa la reciente aparición de 35 casos nuevos en Gaza, de personas provenientes de Egipto) y menos de cinco muertes (hasta el 24 de mayo), en contraste con 16.683 casos en Israel (y 280 muertes).
¿Volver a qué normalidad?
En rechazo a los anuncios de anexión del gobierno israelí, más de 70 organizaciones de la sociedad civil palestina (de derechos humanos, campesinas, culturales, sindicales, sanitarias) lanzaron un llamamiento a los gobiernos y organismos multilaterales a no quedarse en simples condenas verbales, sino adoptar medidas concretas que tengan impacto real:
—Prohibir el comercio de armas y la cooperación en materia de seguridad militar con Israel.
—Suspender los acuerdos de libre comercio con Israel.
—Prohibir todo comercio con las colonias ilegales israelíes, y asegurarse de que las empresas terminen o se abstengan de hacer negocios con ellas.
—Asegurarse de que las personas y las empresas responsables de crímenes de guerra o de lesa humanidad bajo el régimen israelí de ocupación ilegal y apartheid, sean llevadas ante la justicia.
Y es que de concretarse la anexión oficial, será imposible negar que el Estado de Israel es un régimen de apartheid, donde la mitad de la población gobernada no tiene derechos civiles ni políticos por el simple hecho de no ser judía; una realidad intolerable en pleno siglo XXI. Nuestra tarea como personas y pueblos aliados de la causa palestina es presionar a nuestros respectivos gobiernos para que tomen estas medidas, y movilizar a la opinión pública en ese sentido.
Este fin de semana (pasado), el pueblo palestino celebra la fiesta de Eid al-Fitr, con la que culmina el mes de Ramadán, que transcurrió -como en todo el mundo- a puertas cerradas por la pandemia. Las mezquitas (al igual que las iglesias) abrirán próximamente, y la gente irá saliendo gradualmente de la cuarentena. Pero, ¿cómo será “la nueva normalidad” para cuatro generaciones de un pueblo que no ha conocido un solo día de normalidad?
Justamente, el pasado 15 de mayo, 12 o 13 millones de personas palestinas -la mayoría exiliadas porque Israel no les permite regresar de su tierra ancestral- conmemoraron el 72° aniversario de la Nakba, o catástrofe, que significó la destrucción de Palestina y la implantación del Estado de Israel. Esta memoria busca abrirse paso en la conciencia de la humanidad, dominada por el relato sionista -sobre todo en Occidente-, que hace un uso abusivo de la memoria del Holocausto mientras niega la limpieza étnica que lleva a cabo en Palestina desde hace siete décadas.
En este aniversario, la activista y académica palestina Nada Elia reflexionaba sobre los avances que en la última década se han dado en la conciencia mundial (gracias sobre todo al movimiento BDS (Boicot, Desinversión, Sanciones), al que ella llama “tercera Intifada”), y permiten ver a Israel como un régimen de apartheid, al sionismo como racismo, y a Palestina como un territorio que debe ser descolonizado. Inspirándose en el espíritu de Intifada reavivado en estos meses, Elia afirma que “nuestro activismo pos-pandemia debería impulsarnos en una dirección alternativa, no necesariamente ‘nueva’, sino renovada y más radical”. Recordando que la Intifada popular fue derrotada por un retorno de los liderazgos políticos tradicionales y la imposición del tramposo orden de Oslo, sostiene que ahora el pueblo debe rechazar el retorno a la normalidad de la opresión pre-pandemia: “No aceptemos lo que los políticos que defienden el statu quo están ofreciendo, como si no tuviéramos otra alternativa. Estamos viviendo la alternativa. Mi resolución Nakba 2020, a la que espero se unan muchas, es asegurarme de que no volvamos a las viejas formas de organización, que desperdiciarían los logros alcanzados en este momento de agitación global”.
*Por María Landi para Desinformémonos / Foto de portada: Amir Cohen – Reuters