Ernesto Cardenal: La palabra hecha carne
El sacerdote, poeta y revolucionario nicaragüense falleció este lunes, dejando a su paso una estela de enseñanzas siempre vinculadas a las liberación de los pueblos.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
La Revolución Sandinista triunfó en 1979 debido a que poseía una raigambre profundamente popular, enraizado en la idiosincrasia nacional de los nicaragüenses. A diferencia de otras revoluciones que se identificaban como marxistas en tiempos del siglo XX, los sandinistas tenían un fuerte componente católico. En su particular sistema de ideas, se mezclaban el pensamiento de Augusto César Sandino con el marxismo y el catolicismo tercermundista, y en ello la figura del sacerdote Ernesto Cardenal fue fundamental.
Uno de los más grandes poetas latinoamericanos, a su vez fue un hombre de acción que no titubeó en luchar contra las injusticias, aunque ello le valiera la reprimenda de Juan Pablo II, o la persecución tanto de la dictadura de Anastasio Somoza -previo a la revolución- como del gobierno de Daniel Ortega una vez vuelto al poder ya sin los viejos postulados sandinistas. Cardenal vivió casi un siglo, en el que escribió gran cantidad de versos inmortales, pero también la propia historia de su país y del continente latinoamericano.
En febrero de 2019, el Papa Francisco le había otorgado el perdón de la Iglesia y devuelto sus atributos para oficiar misa, quitados en 1984, por una sanción que le impuso Juan Pablo II. Célebre es la imagen donde Cardenal, arrodillado en la pista de aterrizaje de Managua, mira con gesto de sumisión al Papa polaco, que lo reprende con un dedo en alto y gesto adusto. Fue durante una visita a la Nicaragua revolucionaria, en 1983. Woyjtila, enemigo declarado del comunismo, asistía al convulsionado país latinoamericano de mayoría católica. Juan Pablo II amonestó al sacerdote poeta por su encendida defensa de la Teología de la Liberación, y por su actuación pública como funcionario de la revolución, donde se desempeñaba como ministro de Cultura. Durante las misas celebradas en la capital nicaragüense, el Sumo Pontífice había observado atónito cómo los seguidores del gobierno cantaban consignas revolucionarias mientras él pronunciaba sus sermones, ante la mirada impávida del presidente Daniel Ortega y de Cardenal.
Cardenal supo escribir sobre un revolucionario anónimo que:
Aquí pasaba a pie por estas calles,
Sin empleo ni puesto y sin un peso.
Sólo poetas, putas y picados
Conocieron sus versos.
Nunca estuvo en el extranjero.
Estuvo preso.
Ahora está muerto.
No tiene ningún monumento…
Pero
Recordadle cuando tengáis puentes de concreto,
Grandes turbinas, tractores, plateados graneros,
Buenos gobiernos.
Porque él purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo,
En el que un día se escribirán los tratados de comercio,
La Constitución, las cartas de amor,
Y los decretos.
Esos versos podrían aplicarse a su propia figura. Marginado del relato oficial por enfrentarse, a partir de abandonar en 1994 el Frente Sandinista y de enfrentarse a la pareja presidencial formada por Ortega y Rosario Murillo, acusándolos de haber abandonado los postulados de la Revolución Sandinista.
Cardenal quedó íntimamente identificado como la voz moral de una Nicaragua en decadencia. Silvio Rodríguez contó que dejó de cantar su propia Canción Urgente para Nicaragua debido a su propia decepción con la autocracia de los Ortega, pero siempre siguió reivindicando la figura de Cardenal como faro ético de una revolución tristemente traicionada.
Nunca se pasó a la reacción, sino todo lo contrario: dio su apoyo al Movimiento Renovador Sandinista junto a otros ex militantes de la primera hora de la revolución. Fue amigo y admirado por figuras de renombre internacional como Salvador Allende, Pablo Neruda, o Fidel Castro, con quien compartieron la obra Cristianismo y Revolución, escrita a partir de dos encuentros entre ambos. Alumno del escritor, sacerdote y místico estadounidense Thomas Merton, afirmaba ser “cristiano y marxista” cuando se le preguntaba sobre su posición política.
“Entre cristianismo y revolución no hay contradicción”, entonaban el pueblo sandinista durante aquella visita de Juan Pablo II. Un hombre como Cardenal demostró, durante toda su vida, la verdad de esta consigna. Que tanto el verdadero cristiano como el revolucionario se mueve por grandes sentimientos de amor, como dijera alguna vez Ernesto “Che” Guevara, y no hay amor más grande que el que se siente por los marginados, por los expulsados de un sistema que descarta y mata.
El poeta le había hecho llegar un libro a Francisco a comienzos de su pontificado, declarando que se sentía “identificado” con el nuevo Papa. “Es mejor de lo que podríamos haberlo soñado”, había dicho por aquel entonces.
Con Ernesto Cardenal se fue un hombre de la estirpe de históricos personajes de la Iglesia latinoamericana, como Carlos Mujica, Camilo Torres o Monseñor Romero. Un auténtico representante de otros tiempos en América Latina, cuando se ponía el cuerpo por las grandes utopías, aún posibles, y sin traicionar. Y cuando la palabra se hacía carne hasta las últimas consecuencias.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta