El hombre que duerme a mi lado, el amor en todas sus formas 

El hombre que duerme a mi lado, el amor en todas sus formas 
4 diciembre, 2019 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

El hombre que duerme a mi lado es la primera novela del dramaturgo y cineasta Santiago Loza, publicada en el año 2017. Nélida es una mujer que siente la proximidad de la vejez con un cuerpo que registra cada vez más los dolores del paso de los años. Está repleta de demonios; es viuda de un hombre al que nunca quiso y madre de un hijo por el que nunca sintió amor verdadero. 

Nelly, después de idas y vueltas, decide mudarse a la Capital para vivir con su hijo Mauro y su pareja Daniel, alguien que desde siempre la deslumbra, y que no sólo la atiende, sino que la complace en todos sus caprichos. Santiago Loza, a través de una historia inquietante y conmovedora, nos describe todas las formas posibles del amor. 

santiago-loza-2“A veces me digo: Nelly, aflojá por favor. No te des tanta manija, que a nadie le importa tu enojo. Me digo: Nelly, calmate que te hace mal. Muy mal. Tengo miedo de morir de bronca. Quedarme frita del odio que me toma. Que me descubran muerta con los dientes apretados. Nelly, no tiene sentido tanta bronca. Me lo repito.  Hay motivos para ser feliz, me digo, y me pregunto después: ¿cuáles?  Tenés un hijo, es un pesado, ya sé, pero es tu hijo y tiene una casa donde te puede recibir y acompañar en estos años duros. Tenés salud todavía, un poco, con todos estos achaques encima, pero la salud sigue acompañando de a ratos. Nelly, estás en el colectivo, viajando. El novio de tu hijo te recibirá mañana en la terminal. Cargará tu valija. Te dará un beso en la mejilla y le dirás: no me beses mucho porque tengo la piel mojada, transpiración. Estaba sofocante el colectivo, prendían la calefacción de manera innecesaria, nos calcinaban como si fuésemos animales para una cena y el muchacho sonreirá y te dará otro beso y dirá: nada me gusta más que las pieles resbalosas. Y eso te dará alivio y un poco de esperanza de que la estadía será grata. Ahora me calmo. Estoy en un colectivo, apagaron las luces. Pusieron una película tonta, en silencio. Algunos la mira; otros, lo afortunados, duermen. Yo no puedo, ya tomé la pastilla, pero el sueño no se digna a venir. Miro la ruta, esa nada que avanza oscura. Parecida será la muerte. Así de larga y silenciosa como esta ruta que me hipnotiza. Las luces de adelante del colectivo alumbran las rayas blancas que fosforecen. En la próxima vida, si existe cosa parecida, me gustaría saber manejar. Conduciría sola en una ruta infinita. Es más, me gustaría ser chofer o camionero. Viajar en silencio llevando trigo. Tener un colchoncito y quedarme dormida o dormido con el camión parado en la banquina. Mear entre los yuyos mientras amanece. Todo eso me gustaría de la otra vida. Una macana que yo creo más en el cielo y ahí de rutas y camiones nada. Mirá adónde me fui. Qué loca, me vi camionero y todo. Con pelos en el pecho y todo el cuento. Me sonreí sola, nadie se dio cuenta. Miro la oscuridad de la ruta, el resplandor de los metros adelante, los carteles. Los bichos que se revientan contra el parabrisas. Como si yo fuera un astronauta, no me conformo con el camión”.

El encuentro entre Nelly y su hijo Mauro revive viejos rencores y genera mucha tensión entre ambos. Nelly tiene poco y nada para hacer, excepto quejarse para sí misma de las desgracias que le han tocado en suerte, y, en las horas de trabajo de Mauro, entabla con Daniel un vínculo que, de tan blanco y puro, se vuelve vacío y, en sí mismo, amenazante. 

“-¿El puré tiene nuez moscada? -pregunto de puro curiosa. -Un poquito, además tiene pimienta negra molida. Le pusimos poco porque no sé si te gusta bien sabroso. -No me va a gustar desabrido. Tengo paladar todavía. La nuez moscada me cae un poco pesada pero me gusta. La pimienta le queda bien, así, moderada. -No tiene que invadir el sabor la buena pimienta. Prefiero la sal a la pimienta -dice Mauro, mientras yo bostezo de lo aburrido del comentario. -Me pasa lo mismo -dice Daniel buscando alianza de paladares. 

 A mí la verdad me da lo mismo, la sal, la pimienta, me da igual. Nunca fui demasiado buena condimentando. -Sí, me acuerdo -dice Mauro y se sonríe.  ¿Cómo puedo leer esa sonrisa que hace mi nene? Ahora le hace un guiño a Daniel, su pareja. ¿Cuándo comencé a llamarlo ´pareja´? La primera vez que le dije a Pirucha ´viene Mauro con su pareja a visitarnos´, me sentí tan rara. Esta es la cena inaugural del resto de mi vida. Debería tener otra importancia, menú incluido. No ser todo tan improvisado y tristón. -¿De dónde sale la pimienta? -pregunta Daniel sacando tema de la galera. -No tengo ni la más pálida idea- respondo. Regresando del país de los pensamientos a esta pobre mesa. -Del Asia, la pimienta viene del Asia. De allí proviene. De Singapur mayoritariamente- dice el sabelotodo de Mauro. -Daría cualquier cosa por ir a Asia- comenta Daniel mientras baja la vista y se ruboriza un poco, vaya a saber por qué. – A mí no me atrae nada del Asia- acoto. -Antes utilizaban los granos de pimienta negra como dinero. Como la sal – sigue Mauro con la lección de interés pimenteril – de allí la palabra “salario”, del intercambio que se hacía con la sal y el trabajo. -¿Quedan más milanesas en el horno?- pregunto. -Algunas pero no hay limón- No importa, le pongo un poco de mayonesa. Total, con lo mal que ando del colesterol, no se va a notar la diferencia. -Te sirvo una, Nelly, crocantita si así te gustan -dice el amoroso de Daniel, siempre tan atento. -Dos servime si son chiquitas. -La pimienta blanca son los granos procesados, refinados. Pierden un poco las propiedades. El sabor intenso de la pimienta. Concluye Mauro y ahí caemos en el silencio. Yo le doy un bocado a la milanesa crujiente, mastico fuerte como si masticara la bronca. Lo miro de reojo a Mauro y pienso: a vos te haría falta un poco de pimienta. Nunca tuviste demasiado encanto. Pobre mi niño, me salió tan desangelado. No sé por qué Daniel lo soporta. Daniel es un paciente, uno de los que soportan todo, hasta lo insoportable. Lo dije, me lo dije, Mauro es insoportable. Y ahora me queda este resto de vida en la casa de Mauro, escuchando hablar estupideces como la pimienta y otras bobadas. A mí, que me gustaba comer sola y en silencio. Ahora me toca padecer este tipo de charlas vanas. Estoy en el purgatorio”.

En El hombre que duerme a mi lado, la mayor parte del tiempo habla Nelly, en primera persona, una mujer de pueblo que, por problemas de salud, se instala en la casa de su hijo, en la ciudad. En esa casa, Mauro vive con su pareja, Daniel, y, en la convivencia forzada, Nelly entablará con su yerno una relación muy particular. 

La verborrágica y peligrosa Nelly es la representación cabal de una clase media venida a menos. Prejuicios y pensamientos fascistas invaden su mente. 

“Vuelvo al changuito y a Daniel, no sé por qué ando tan pero tan dispersa últimamente. Me digo: Nélida, por el amor de Dios, concéntrate un poco. Ahora estás con Daniel, que te habla de no sé qué cosa. Te señala los negocios del barrio y vos movés la cabeza como si te interesara un poco. Hay una luz violenta, severa. Me molesta. No se lo voy a decir porque, para él, este paseo es de lo más hermoso. A mí ya me duelen las piernas. Entramos a la verdulería. Hay una silla espantosa al lado de los cajones de madera. Una silla con el tapizado de sintético barato, abierto, dejando ver, de manera indecorosa, partes de goma espuma sucia. Le pido a la señora que atiende si puedo sentarme allí.  En esa silla donde se debe sentar ella y su cuerpo gigante y sudoroso cuando no hay nadie. Me siento en esta silla inmunda. Qué pérdida de dignidad, yo que no me sentaba en cualquier lado. Ahora está mi trasero apoyado donde la doña que pone las papas en la bolsa anduvo sentada.  Transpirando, sentada su pollera floreada que parece un trapo. La puedo ver acá, pelando chauchas durante horas, con el calor y las moscas, rompiendo el tapizado con el ácido del sudor y la grasa. Dejando este pantano de goma espuma, madera y fierro. ¿No me contagiaré de alguna peste? ¿No me trasmitirá un bicho? ¿Por qué mi cansancio no conoce un límite? No doy más. ¿Y si no me levanto de aquí? ¿Qué pasa si no me levanto más? Si me quedo sentada en esta verdulería para siempre. Si me van olvidando y me quedo acá como un tótem. Quieta y sentada como la Pacha Mama. Como la diosa que custodia todas las verduras. Si un día no camino más y me quedo así, detenida en esta silla mugrosa. Le digo a Daniel: no puedo levantarme, las piernas me duelen mucho. El pobre ya compró todo lo que necesitaba, papas y cebollas para preparar una buena tortilla, frutas para el postre, lechuga morada para una ensalada y limones, que siempre hacen falta. No necesita nada más. Me dice que tiene que ir a la panadería. Insisto con que no doy más de las piernas. Daniel le pregunta a la doña si me puedo quedar un rato hasta que él termine las compras; la doña lo permite con desinterés. Le da lo mismo. La silla, las frutas, la verdura y la mar en coche, hace todo y mira todo sin expresar nada. Está hecha de madera esculpida, es un oscuro leño,  una vasija quemada, un ladrillo recién horneado, húmedo, terroso. Así de oscura y silenciosa acomoda los cajones cuando Daniel se retira. Nos quedamos las dos imbuidas en la pesadez de la tarde”.

El hombre que duerme a mi lado es una novela de Santiago Loza que describe un melodrama poco convencional. Nelly, la protagonista, es poseedora de una conciencia que ya no puede consigo misma, y la primera novela de Loza encuentra su efecto a partir de la tensión entre la historia y el lenguaje. 

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Sobre el autor

Santiago Loza (1971, Córdoba). Dramaturgo, cineasta, escritor. Dirigió los largometrajes Extraño, La invención de la carne, Rosa Patria, La Paz, Si estoy perdido no es grave, entre otros. Sus películas participaron en festivales nacionales e internacionales como el de Cannes, Locarno, Berlín, San Sebastián y Londres. Recibió importantes premios: el Tiger Award del Festival de Róterdam; mejor película, mejor director y premio especial del jurado en diferentes ediciones del BAFICI; premio especial de la Sección “Una Cierta Mirada” del Festival de Cannes. 

Como dramaturgo, escribió Nada del amor me produce envidia, He nacido para verte sonreír, Matar cansa, Pudor de animales de invierno, Todo verde, La mujer puerca, El mal de la montaña, Almas ardientes, Esplendor, Un minuto feliz, Todas las canciones de amor. Sus obras han sido representadas en los circuitos alternativos, comerciales y oficiales en la Argentina y en el exterior. Fue distinguido como dramaturgo en los premios Teatro XXI, Trinidad Guevara y Konex Letras. 

Fue creador de la serie televisiva Doce casas, ganadora del Martín Fierro mejor unitario 2014. Y también publicó los libros Textos reunidos y Yo te vi caer.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: El hombre que duerme a mi lado, literatura, Novelas para leer, Santiago Loza

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