Arabia Saudita, en la histeria
El reino saudita se encuentra empantanado en Yemen y sus tropas reciben cada vez más golpes que destruyen su moral.
Por Robert Fisk para La Jornada
Los sauditas están recibiendo una paliza. Las imágenes de video de hutíes y soldados sauditas y sus aliados, que son abatidos o se rinden en la población fronteriza de Najran, representan un golpe devastador a un reino que constantemente amenaza con la guerra a Irán.
Si no puede proteger a sus fuerzas armadas en su propio territorio, ¿qué caso tiene amenazar a Irán con una acción militar por la destrucción masiva de las instalaciones petroleras en Abqaiq y Khurais, hace casi dos semanas?
Esta es la misma Arabia Saudita que secuestró al primer ministro libanés Saad Hariri, que bombardeó a millares de civiles en Yemen y trató de aniquilar la independencia de Qatar. Para no mencionar el pequeño asunto de cortar en pedazos a Jamal Khashoggi hace casi un año en el consulado del país en Estambul, y luego enterrar en secreto partes de su cuerpo, de lo cual Mohamed Bin Salmán -tal vez el peor príncipe heredero en la historia saudita- ahora asume la responsabilidad nacional, pero no personal.
La noticia de que el guardaespaldas personal del rey Salmen ha sido asesinado en Jeddah -por un “amigo”, nos dicen- sólo agrega una nota histérica al caos dentro del país.
¿Pedirán ahora a los estadounidenses actuar como mercenarios para este reino extraño?
Es evidente que las propias fuerzas armadas sauditas, dotadas de jets, misiles, asistentes estadounidenses y británicos, son tan deplorables como siempre. ¿Recuerdan cuando no pudieron defenderse de Saddam Hussein tras la invasión iraquí de Kuwait en 1990, lo cual provocó un desfile de ejércitos internacionales para “protegerlas”? Tal vez los iraníes han concluido que Donald Trump -en las palabras inmortales del columnista estadunidense Nicholas Kristof- es “la madre de todas las conejitas”, pero parece claro que la decisión de Trump de romper los compromisos de su país conforme al tratado nuclear con Irán es un desastre colosal.
Ahora se supone que debe defender a una monarquía feroz que amenaza con la guerra a Irán por los ataques (¿hutíes?) contra las principales instalaciones petroleras sauditas, pero ¿con qué? ¿Bombardeará a Irán y luego le pedirá que no devuelva el ataque contra naves estadounidenses? ¿Contra los soldados estadounidenses en Arabia Saudita?
De hecho, toda esta penosa saga comienza a parecer cada vez más farsa que tragedia. Se supone que debemos tomar en serio a Irán, pero ¿podemos hacerlo cuando su principal enemigo -un reino que hablaba de “cortar la cabeza de la serpiente” (Irán)- se porta como un bufón?
Tal vez sea demasiado pronto para decir que esta es la crisis final en las relaciones entre Washington y Riad; sabemos que el dinero saudita puede apaciguar la moralidad de todo el mundo por la disección del pobre Jamal. Puesto que nuestro propio bufón de Downing Street se ha alineado con los sauditas, no tiene caso esperar algún comentario británico.
Pero, muy pronto, los estadounidenses o la Unión Europea tendrán que hacer lo que Eisenhower cuando envió a Dulles a amonestar a Eden durante la guerra de Suez de 1956 y decir: “¡Bueno, muchacho!”.
Entre tanto, estemos atentos al nuevo capítulo de la comedia. ¿Otro rugido saudita de desafío a la república islámica? ¿Otro buque petrolero enviado a Bandar Abbas? ¿Más drones -30 de un jalón- muy dentro del territorio saudita? ¿O sólo más bodas bombardeadas o cuerpos de prisioneros en el polvo de Yemen?
Yo apostaría por lo último. Será un nuevo intento de destruir a uno de los países más pobres del mundo por parte de uno de los más ricos.
*Por Robert Fisk para La Jornada