Rara, el reverso del sueño burgués de armonía y perfección

Rara, el reverso del sueño burgués de armonía y perfección
2 octubre, 2019 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Rara es la primera novela de la escritora y psicoanalista Natalia Zito, recientemente publicada. Una separación, una mudanza, un hijo compartido y otro que no llegó a vivir son los tópicos del libro. Escrito con un ritmo vertiginoso, Rara cuenta cómo la protagonista, mientras desmantela la casa donde vivió con su ex, repasa con amargura y bronca todos los momentos que revive con cada cosa que guarda en las cajas. Lo que parecía olvidado emerge de nuevo con mayor intensidad. Es la íntima tragedia existencial de una mujer contemporánea que sufre el revés del sueño burgués de una familia perfecta. 

natalia-zito-2“Tengo que bajar las latas de pintura del lavadero y vender la bordeadora, el gazebo de cuando hicimos la fiesta de su empresa con cincuenta desconocidos, la bicicleta vieja que me regaló mi ex cuñada, el cochecito de Ian, la practicuna, el caballito de plástico que le regalaron los amigos de él, su colección de muñequitos de Starwars. Tengo que desinstalar los artefactos de luz, descolgar el tender, bajar las cortinas, meter los zapatos en cajas, tirar o regalar las mamaderas que archivé en la misma época en la que todavía me parecía lindo que el nombre de Ian fuera un recuerdo de su familia y en la que todavía no tenía conciencia de que el parecido con su papá era un problema más para mí. Durante el día no logro decidir qué meter en cada caja. Pongo dos o tres cosas y dejo muchas afuera, por las dudas. A la noche, en cambio, me siento fuerte y eficaz como mi madre. Tengo que organizar los tuppers, embalar las copas de vino, empaquetar los jarrones de la entrada, sacar el espejo del dormitorio, tirar la mesita de luz de él, comer toda la comida del freezer, tirar revistas y diarios que guardo hace cinco años, quedarme solo con algunas noticias.  Cuando veo todo junto, me dan ganas de prenderlo fuego. Tengo un kilo de más por cada año de matrimonio. Doce kilos que parecen dieciocho. Siete años acá, luego de cinco en el departamento. Esta casa era la promesa de una vida que no engordara. Íbamos a salir a correr, nadar tres veces por semana antes de ir a trabajar, comer más verdura. Íbamos a tener una vida equilibrada con la armonía de saber cómo iban a ser los próximos veinticinco o treinta años. Saber cómo va a ser el futuro engorda.  Me pongo a vaciar el placard de Ian. Empiezo midiendo las remeras para descartar las que ya le quedan chicas. Hay cosas que no conozco, con las que no recuerdo haberlo visto, como si estuviera en el cuarto del hijo de una amiga. Me acuerdo cuando venía a este mismo placard, embarazada de mi primer hijo, anterior a Ian, a poner la ropa de bebé que me iban regalando. Pasaba largos ratos decidiendo dónde poner cada cosa. Separaba las batitas de las medias y los pantaloncitos. Los pijamitas, las medias y las babitas en el cajón, el resto a los estantes. Me acariciaba la panza y sentía que vivir era sencillo. Cuando algo se esparce en miles de partículas ya no hay manera de volver a componerlo. Estas remeras tendrían que ser de mi primer bebé, que ahora sería el hermano mayor. ¿Existiría Ian si él no se hubiera ido? La valija está llena. Las zapatillas no entran, las meto en una bolsa del súper que encuentro tirada en el suelo y la ato así nomás afuera de la valija. Ian no va a volver a esta casa. Me pregunto si la siente suya”.

A la protagonista le cuesta dejar una casa en la que construyó, con mucho esfuerzo, el proyecto de formar una familia que fracasó. Ahora, su ex marido vive en otro lugar y, tal vez, ya tenga otra pareja. El hijo de ambos, Ian, está con él durante esas horas anónimas en que la mujer sufre la agónica tarea de desmantelar un pasado que se le viene encima por las arbitrariedades de la memoria.

“Terminar una caja es como terminar de leer una novela, sin la tristeza de tener que dejarla.  Con la caja cerrada desaparecen los objetos y podrían no volver a asomarse nunca más. Sin embargo, otros no cesan de aparecer, y en esto el diablo no tiene nada que ver.  Le pongo la etiqueta y la levanto para llevarla al hall de la entrada: la espalda del vacío. Hice una pila de cajas a cada lado de la puerta. De un lado las que están listas, del otro las vacías, apoyadas sobre las luces del piso. Tuvimos un matrimonio con luces en el piso, con pasto verde y luego cenizas. Dos hileras de luces, tres de cada lado. Le robamos la idea al marido de una amiga de él, un morocho de rulos premeditadamente despeinados con el que a veces nos mirábamos de más. Era de esos tipos de los que no queda claro en qué trabajan, pero suenan poderosos y cultivan la sensación de que deberías saberlo, que todo el mundo lo sabe y que ya es tarde para preguntar. El de rulos un día se puso a hablar de las reformas en su casa. Me sentí una boba por no haberme dado cuenta de que era arquitecto o ingeniero o publicista. Los publicistas tienen buen gusto. Nos habló de luces en los peldaños que harían juego con unos estantes iluminados de madera y hierro. Mientras lo escuchaba me quedó claro que él cogía con la mujer más de dos veces por semana y que les gustaba decir coger aunque hicieran el amor. La obra de nuestra casa ya había superado la etapa eléctrica y la instalación estaba terminada, pero convencimos al electricista de que hiciera seis hoyos en el piso para poner unos spots que compramos a las corridas al día siguiente de la conversación con el de rulos, secretamente convencidos de que era la receta para aumentar nuestra frecuencia sexual. Fuimos al negocio que nos recomendó. El vendedor tenía un modo extraño de pronunciar la R y mi ex me miraba cómplice porque sabía que la R es mi debilidad, pero éste hacía un sonido que yo nunca había escuchado. Nos pusimos de acuerdo rápido en el modelo de spots y después nos fuimos al bar de la esquina a imitar al vendedor y reírnos como locos”.

Natalia Zito, a partir de un notable manejo del monólogo, logra describir la angustia existencial de una mujer que no puede sobreponerse a una pérdida y que ha experimentado uno de los peores abandonos que puede sufrir alguien que ama sin reservas ni especulaciones. Con una ironía filosa y sin dramatismo, la novela de Zito narra el fin de una pareja tras doce años de convivencia. Contempla la desaparición del deseo, las dificultades para concebir, los tratamientos de fertilidad, la rutina demoledora y el creciente rencor que surge cuando todo se termina de una mala manera. 

“Ian llegó poco más de un año después de las vacunas, cuatro inseminaciones fallidas y tres ICSI. Los ICSI son tratamientos de fertilización asistida donde meten el espermatozoide a la fuerza dentro del óvulo; a diferencia del FIV o in vitro, en la que ponen al óvulo con los espermatozoides en un platito y dejan que se arreglen entre ellos. Ambos, ICSI y FIV, implican inyectarse dos o tres hormonas diarias durante quince o veinte días, hacerse ecografías casi días por medio y luego una vuelta por el quirófano para que te saquen la producción de óvulos mientras tu marido entrega su frasquito. Una vez reunido todo fuera del cuerpo, lo ponen junto y al cabo de tres a cinco días, al quirófano de nuevo.  Si hay embriones te los meten en el útero para que aniden y, con suerte y viento a favor, por fin tengas tu bebé.  Llamo una vez más a Ian y tampoco atiende. Tengo miedo de que no me lo devuelva. Cuelgo la toalla. Todas son nuevas. Las que usé con él las tiré, contra la filosofía familiar en la que todo puede volverse útil mañana, de la que ya no estoy tan segura. Tirar puede ser a veces un placer. Es como tener un arma en la mesita de luz o contar con la mano rara. La posibilidad de matar alivia”.

Rara de Natalia Zito es una novela potente y visceralmente humana que muestra la otra cara del proyecto burgués de una familia en armonía y felicidad. 

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Sobre la autora

Natalia Zito nació en Buenos Aires en 1977. Es escritora y psicoanalista. Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires, en 2014, publicó Agua del mismo caño (cuentos), que adaptó luego para teatro en la obra El monumento desnudo. En 2011, obtuvo el primer premio del concurso de microrrelato de la editorial Outsider; en 2012, la mención especial del concurso Itaú Digital y, en 2013, el primer premio del concurso de crónica de la revista Anfibia. Cuentos y relatos suyos integran las antologías La frontera durante (2014), 8choy8cho (2014), El placer de las curvas (2015), Pobre diablo (2016), Persistencia (2017) y la edición especial Cien argentinos de la Revista Luvina de la Universidad de Guadalajara (2014). Ha publicado en Clarín, Anfibia, Lamujerdemivida, Paco, Hoy día Córdoba y varios sitios de contenidos culturales, así como en revistas y medios especializados en psicoanálisis. Desde 2004, dirige una pequeña escuela de posgrado para jóvenes graduados en psicología. Tiene formación actoral y participó de la película El cielo del centauro (2015), dirigida por Hugo Santiago. Coordina “Escribir con otros”, taller de lectura y escritura para adultos y adolescentes.

*Por Manuel Allasino para La tinta. Foto de portada: Alex de Marcos.

Palabras claves: literatura, Natalia Zito, Novelas para leer, Rara

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