Ante la guerra: cuidado comunitario y feminista
En este contexto de guerra, donde una de las manifestaciones marca violentamente los cuerpos feminizados, las estrategias tienen que estar a la altura de la realidad. Ante la guerra contra la mujeres, inventemos y opongamos autodefensas comunitarias.
Por Mercedes Ferrero y Anabella Antonelli para La Luna con Gatillo
«Logro organizarme en palabras cuando me encuentro con la rebeldía estampada en sus rostros. Rebeldía… que a veces me acaricia desde su sonrisa y otras me sorprende detrás de su cara-super-seria. Las miro… una y otra vez…
una-y-otra-vez.
Hace un instante la desesperación me tenía anonadada, muerta-en-vida. No podría afirmar si aterrada, angustiada o embroncada.
Puedo ahora -por fin- sentir y pensar diferente.
Ahora su pequeño gesto de rebeldía me es inspiración para la vida, para ponerme de pie: es motor para nuestras luchas. Son trece las hermanas, amigas, compañeras, vecinas… asesinadas en Córdoba en lo que va del año.
Trece, sólo en este año en la provincia de Córdoba.
155 en Argentina, en poco más de mitad de año».
La urgencia por defendernos se evidencia virulenta cuando, mientras organizamos una marcha por el femicidio de una hermana, preparando nuestras heridas para salir a la calle y gritar que no queremos “Ni una Menos”, que queremos otra justicia, que queremos que esto ¡YA!-de-una-vez-por-todas se acabe… de pronto nos arrojan el cuerpo de otra mujer en una alcantarilla.
Una alcantarilla de un barrio popular, en la periferia de la ciudad. El cuerpo de una joven compañera muerta, con la indiferencia de muchos, con la impotencia de otras. Lamentablemente también con la violenta complicidad de algunos que todos los días alimentan este sistema de muerte. No sólo son femicidios, son feminicidios, porque a Giuliana Silva y a Evelin Jimenez Condori, últimas hermanas asesinadas en Córdoba por la violencia patriarcal, igual que a tantas, las abandonó y asesinó también el Estado, con su cuota de inacción y desprotección.
El asesinato de Giuliana Silva nos tocó de cerca. Era vecina, compañera, hija, nieta, hermana. Fueron y son días de mucho diálogo con compañeres, sobre todo con compañeros varones: de preguntar, de intentar encontrar también en ellos pistas que ayuden a entender, que sirvan para saber por dónde seguir. Además -es cierto- es buscar consuelo: necesitar mirar a otros varones, necesitar sentir y saber que hay muchos, miles, que conscientemente o no están desmontando la masculinidad hegemónica y asesina del patriarcado, que están experimentando modos otros, más sanos, más lindos, más equilibrados de vivir sus vidas y nuestras vidas compartidas.
Es en ese andar buscando diálogos sanadores que un compañero muy jovencito, que recién inicia sus primeros pasos en la organización popular, me dice: “Tranquila, la nueva generación tiene que cambiarlo todo, vamos a cambiarlo todo”. Me ayuda, le creo. Quiero que sea cierto. Busco las edades de los femicidas cordobeses de este año: 36 años, 55 años, 39, 28, 48, 41, 30, 29, 40, 20… ¿cuándo empieza la “nueva generación”?
Rápidamente, otro compañero más viejito me devuelve a la crueldad: “Tienen que prepararse, porque la cosa se va a poner peor, van a ser necesarias más alianzas, más cuidados, más defensas… mirá lo que está pasando en Brasil, y en tantos lados”. Hubiese preferido que me hablara en plural, que me dijera que “vamos a prepararnos juntes”, pero igual le agradezco el “pesimismo de su inteligencia”.
Tiene razón, nada parece ser más violento que la respuesta del opresor tambaleante frente a la rebeldía de les oprimides.
Como un flash-back me vuelve la rebeldía estampada en los rostros de las asesinadas. Entiendo que a su tiempo, su lugar y su modo, las trece, las 155, y todas las hermanas asesinadas, levantaron algún gesto de resistencia y subversión, se insubordinaron en algún punto, tal vez un punto muy sensible de la red de expropiación y muerte que sostiene al patriarcado. Ellas levantaron tal vez algún gesto casi anónimo, casi invisible, esos gestos que sólo se nos muestra cuando llega su muerte. Una acción desobediente que les valió su vida.
¿La cosa se va a poner peor? ¿O tenemos la capacidad, juntes, de dar vuelta todo?
La Guerra
Cuando nos secamos las lágrimas y estamos prontas a aclarar la mirada, emerge detrás de cada femicidio un entramado social de violencias: el femicida mata, el pariente amenaza, el Estado abandona, la policía se pasea tranquila, la sociedad juzga, y ese asesinato, ese femicidio, es parte de un tejido de muerte que lo trasciende. La sensación primera, intuitiva, casi animal, se confirma: esto es una guerra, pero una guerra en la que no sabés quién puede disparar ni de dónde viene el tiro.
La antropóloga y compañera Laura Rita Segato, difundió el concepto de “guerra contra las mujeres”, acuñado desde la observación y el sentir. Se trata de guerras que no son libradas formalmente por los Estados, ni se dan entre estados, aunque sí participen efectivos y corporaciones armadas estatales y no estatales. Son Guerras que vinculan el crimen organizado, las fuerzas paramilitares, las fuerzas de seguridad oficiales, todos los escalafones del narcotráfico y todas esas violencias que parecen ser casos aislados. Estas guerras sirven a los objetivos de barrer a los pueblos de sus territorios de ocupación tradicional o ancestral, y ponerlos a disposición del gran capital. Son guerras para desplazar, rapiñar, esclavizar, desarraigar, explotar, y descomponer cualquier espacialidad en donde puedan gestarse formas de vida alternativas a los comandos del mercado.
Como estas guerras son informales, tienen la particularidad de llevarse adelante en cualquier tiempo y lugar, en un continuo entre el espacio íntimo-espacio público, campo-ciudad, democracia-dictadura, tiempo de “paz”-tiempo de conflicto, etcétera.
Son programadas y perpetradas en grandes acciones, pero también se hunden y expanden capilarmente en nuestros territorios, en nuestras relaciones, en nuestras organizaciones, en nuestras familias.
Segato también nos convida pensar la expresividad de la violencia sobre los cuerpos feminizados. Estos crímenes son cada vez más públicos, quizás cada vez más organizados, tienen una potencia y función fundamentalmente expresiva: nos quieren mostrar algo. Buscan enrostrarnos una y otra vez la fuerza de la conquista, de la apropiación, del control y propiedad sobre los cuerpos y territorios: la dueñalidad, que sólo se consolida cuando vemos ese dominio, y lo aceptamos. Se trata de un lenguaje, de una forma de demostrar y fijar el poder.
En la actualidad, la violencia de géneros en Nuestra América Latina va de la mano y acompaña la radicalización del despojo, el etnocidio, el genocidio y la conquistualidad. La pedagogía de la crueldad, aparece entonces como una necesaria estrategia de reproducción del sistema de poder y acumulación. ¿Cómo asesinar a una mujer cada día sin la complicidad de una sociedad ensombrecida por la falta de empatía? ¿Cómo no prender fuego todo ante niñas violadas y embarazadas? ¿Cómo se explica la expansión del odio en el discurso antiderechos de las dos vidas ante estos casos atroces? ¿Cómo se logra sino que ante un nuevo feminicidio la sociedad siga juzgando a las mujeres?
En un contexto donde sólo se beneficia al 1% de la población mundial, y se arrasa con la Madre Tierra y los elementos elementales, destruyendo la humanidad toda, es necesario entrenarnos para tolerar y convivir con actos de crueldad cotidianos y repetidos. Es necesario acostumbrarnos a llevar la existencia sin sensibilidad ni empatía ante el sufrimiento ajeno, sin compasión, sin vínculos, siendo autómatas consumistas, productivistas, competitivas, individualistas, disciplinados, indolentes.
Ahora bien, por qué contra las mujeres. Las mujeres históricamente fuimos socializadas en roles de cuidado: cuidamos a les niñes y ancianes, cuidamos de las plantas y los animales, estamos conectadas con el mundo de la reproducción en hilos muy íntimos. Esos roles, que debieran ser equilibrados entre todas las personas, son los que toman fuerza e impulso en la defensa de las comunidades. No es casual que en nuestra Abya Yala sean las mujeres las que primero salen a defender los territorios, contra la muerte, el saqueo y la destrucción. Así, la violencia sobre lo femenino -sobre las mujeres y los cuerpos feminizados- es la forma de atacar el arraigo territorial, lo vincular, las tecnologías de sociabilidad, la comunidad, los cuidados de lo humano y no humano, de los alimentos, las aguas, los bienes comunes, lo sagrado. Algo central, esencial, fundacional para el sistema ciertamente depende de que las mujeres y cuerpos feminizados no salgamos de los lugares de sujeción, no desafiemos el control, no nos deslicemos fuera del tutelaje del poder.
Autodefensas comunitarias
Si nuestras muertes no son casos aislados, si no son tragedias, si son sistemáticos crímenes de guerra… ¿entonces qué? Nos han arrinconado en lo íntimo, nos han despolitizado y privatizado el espacio doméstico, nos han nuclearizado las familias, nos han desmontado las tramas comunitarias.
¿Cómo resguardarnos de una guerra brutal, enorme y capilar? ¿Cómo dar cada batalla preparadas para la reacción violenta que nos vuelve cual boomerang? ¿Qué dicen los femicidios y a quién se lo dicen? ¿Qué dicen los otros crímenes de género? ¿Cómo enlazan éstos con los-otros-muchos-crímenes de la etapa?
Los gestos de rebeldía de cada hermana que se nos va en manos de la violencia patriarcal nos interrogan fuertemente. Nos miramos y nos buscamos en lo común, reconociendo la fuerza que habita en nosotras.
Volvemos a la ronda comunitaria desde donde tejemos las resistencias. Recorremos las miradas… todes sabemos y necesitamos decirlo: sí, vamos a marchar y exigir justicia, vamos a gritar que el Estado también las asesinó, vamos a denunciar que 11 pesos por mujer no sostienen medidas de protección, vamos a enrabiarnos con el poder judicial machista, con la policía represora, con los femicidas que nos las arrancaron de nuestro lado.
Pero también necesitamos sincerarnos en otro plano: como comunidad no pudimos cuidarlas. Todas nuestras luchas, nuestra entrega, nuestras construcciones, nuestras herramientas, nuestra toma de consciencia, no están a la altura de las autodefensas que necesitamos.
Cuando decimos autodefensas comunitarias, estamos diciendo: redes, comunidad, amorosidad, sanación, organización, apoyo, compañía, espiritualidad, conciencia, paciencia, suspención del juicio. Pero también estamos diciendo que más de una vez va a ser necesario guardianar de manera activa nuestros cuerpos-territorios, y que para ello debemos prepararnos física y espiritualmente.
En los últimos años vimos desplegarse diversas estrategias de cuidado, creemos que hoy toca fortalecerlas, haciendo una lectura fina del momento que atravesamos, porque nunca hubo tanta información ni tantas leyes ni tanto discurso producido en torno a la violencia de géneros, y sin embargo, nos siguen matando: tal vez, con más intensidad.
Porque cuando decimos guerra, estamos diciendo guerra. Y si estamos en una guerra, entonces, las herramientas que construyamos para defendernos tienen que intentar por todos los medios estar a esa altura. Porque de eso depende nuestra supervivencia. Tenemos que inventar nuevas máquinas de cuidado. Es estratégico, es importante y es urgente. La defensa de nuestros cuerpos-territorios lo requiere.
Si no queremos más miedo, más obediencia, más servicio femenino malentendido, más seducción del poder sobre esas subjetividades femeninas que son su producto y buscan perpetuar nuestra vulnerabilidad, necesitamos ensayar cientos de experiencias de autodefensas populares y feministas.
Si queremos reapropiarnos de nuestro espacio-tiempo, del producto de nuestro trabajo y nuestro esfuerzo, de nuestras formas colectivas de organizarnos y hacer política en clave femenina, vamos a necesitar miles de experiencias de autodefensas populares y feministas.
Eso nos dicen a nosotras los femicidios: es tiempo de mirar, estudiar, ensayar a partir de las experiencias kurdas, indias, zapatistas, latinoamericanas. Es tiempo de comprender que en esta otra realidad que no pasa por la ley, donde hay un control no estatal de la vida (aunque vinculado al estado) nadie nos cuida, si no lo hacemos nosotras mismas, y en comunidad.
*Por Mercedes Ferrero y Anabella Antonelli para La Luna con Gatillo / Imagen de portada: Eloisa Molina para La tinta.