La derrota de Macri y la esperanza de Nuestra América
Las elecciones PASO en Argentina hacen temblar al continente, marcado por el auge de los gobiernos de derecha que ven perder terreno cada vez más.
Por Leandro Morgenfeld para Notas
La derecha regional, subordinada acríticamente a Donald Trump, hace tres años que insiste con el fin de la “marea rosa”, con el giro político conservador definitivo de la región, luego del ciclo abierto por las rebeliones populares de principios de siglo y el NO al ALCA en Mar del Plata, que había habilitado una coordinación y cooperación política e integración regional inéditas en Nuestra América.
Sin embargo, esta lectura era sesgada, parcial, incompleta. Como dijo recientemente el analista internacional Juan Gabriel Tokatlian, a pesar del apoyo de Trump, los sectores más conservadores no lograron consolidar una “hegemonía robusta” en América Latina.
Es cierto que el triunfo electoral de Mauricio Macri, en noviembre de 2015, fue el inicio de un vuelco a la derecha. Pocos días después, la oposición antichavista lograba un triunfo inusual en las elecciones legislativas en Venezuela, en febrero de 2016 Evo Morales perdía el referéndum para habilitar su reelección en Bolivia, Rafael Correa anunciaba que no iría por un nuevo mandato en Ecuador, se iniciaba el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff en Brasil y ganaba sorpresivamente el “No” en el plebiscito sobre los acuerdos de paz con las FARC en Colombia.
Pero ese diagnóstico ignoraba otros procesos con resultados contrarios. Los halcones de Washington no lograron en Venezuela consolidar un golpe de Estado ni una intervención militar al mando del Pentágono y la CIA; en Colombia, si bien el uribista Iván Duque ganó las elecciones el año pasado, la novedad fue que Gustavo Petro logró un resultado inédito en el ballotage, con una opción de centroizquierda que superó el 40 por ciento y que lo deja bien posicionado para el futuro; y en México, Andrés Manuel López Obrador quebró décadas de hegemonía del PRI y el PAN, en una elección histórica que modificó la correlación de fuerzas regional.
Claro que la llegada al poder de Jair Bolsonaro implica una regresión brutal en Brasil y una subordinación a Estados Unidos que casi no registra antecedentes históricos. Pero ese resultado electoral sólo fue posible porque el ilegítimo Michel Temer y el partido judicial, acaudillado por el juez Sergio Moro, encarcelaron y proscribieron escandalosamente al principal candidato, Lula, que encabezaba todas las encuestas. Su gobierno enfrenta el descrédito internacional, interminables tensiones internas y una situación económica crítica, que horada la base de apoyo que supo cosechar hace solo algunos meses.
Por eso la elección argentina era clave. Trump jugó en favor de la reelección de Macri en forma abierta y descarada, contra todo uso y costumbre.
A través del FMI, habilitó 57 mil millones de dólares para financiar una artificial estabilidad financiera con el objetivo de darle oxígeno a la Casa Rosada hasta octubre. En Estados Unidos, el Poder Ejecutivo, el Congreso, Wall Street, los principales think tanks y las corporaciones periodísticas, apoyaron explícitamente al candidato de Juntos por el Cambio, como no se veía desde 1946, cuando el embajador Braden disparó toda su artillería para intentar evitar el triunfo de Juan Domingo Perón. La Casa Blanca hasta convenció a Bolsonaro de que viajara en julio a Buenos Aires para inmiscuirse en la elección de la Argentina. Un papelón diplomático que traerá consecuencias. El secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, visitó la Argentina hace menos de un mes para ratificar este respaldo, con la excusa de una cumbre antiterrorista.
Sin embargo, en estas elecciones quedó demostrado que con el apoyo del establishment financiero y político internacional no alcanza. La palmada en la espalda de los jefes de las potencias occidentales y de los burócratas del FMI son indigeribles para un pueblo indómito como el argentino.
El caballito de batalla de Macri, “volvimos al mundo”, terminó siendo impotente frente al desplome económico y la catástrofe social. Casi un boomerang. Reforzó la correcta percepción de que Macri gobierna para el FMI, para los grandes bancos y los socios locales de las grandes corporaciones trasnacionales.
Su última jugada fue apostar por los tratados de libre comercio, como el alcanzado entre el Mercosur y la Unión Europea, desventajoso en todo sentido y ahora de improbable ratificación parlamentaria. En el país donde más se batalló para derrotar al ALCA, suponer que un acuerdo de este tipo podía rendirle frutos electorales muestra una vez más su miopía política.
Así como en 2015 el triunfo de Macri empoderó a las derechas regionales y puso en terapia intensiva a los organismos regionales como la UNASUR y la CELAC, su debacle electoral del domingo va a potenciar las posibilidades de una victoria en octubre de Evo Morales en Bolivia y del Frente Amplio en Uruguay.
Los vientos políticos parecen estar cambiando nuevamente. Como dijo Álvaro García Linera en noviembre pasado, en el Foro Mundial del Pensamiento Crítico de CLACSO: “Tenemos un neoliberalismo fallido de corto aliento y un mundo incierto. Se ha agotado el combustible neoliberal, este es un neoliberalismo zombie”.
Trump intenta reimponer la “doctrina Monroe” para retener el control de su “patio trasero” en un contexto de declinación hegemónica y ascenso de China. Macri venía siendo funcional a la histórica estrategia de Estados Unidos de fragmentar a los países de la región para dominarlos más fácilmente: divide y reinarás.
El ahora derrotado presidente argentino apoyó la política estadounidense de restaurar el poder de la decadente Organización de Estados Americanos (OEA), con sede en Washington, denunciada hace más de medio siglo por el Che Guevara como el “ministerio de colonias” de la Casa Blanca. El domingo a la noche, esa posición claudicante entró en crisis en Argentina.
El sorprendente resultado electoral en las elecciones del 11 de agosto abre una oportunidad histórica para recuperar la iniciativa regional de las fuerzas populares y democráticas: para lograr la libertad de Lula y el fin del autoritarismo en Brasil; para buscar una salida pacífica y negociada en Venezuela -pese al boicot de Trump-; para reclamar el fin del bloqueo a Cuba y para recuperar la UNASUR y la CELAC. Empezó otro capítulo en la histórica búsqueda latinoamericana de construir la patria grande.
*Por Leandro Morgenfeld para Notas