Litio, la tensión entre mente y corazón
Por Manuel Allasino para La tinta
Litio es la primera novela de la poeta Malén Denis publicada en marzo de este año. En ella se aborda la mudanza desde distintas perspectivas: como cambio, como transformación, como adquisición de nuevas costumbres; y sobretodo en su acepción más básica y conocida como la de cambiar de casa. La historia se desarrolla en permanente tensión entre mente y corazón, y en ese transitar, se toman las decisiones determinantes. Litio es un libro de género y de época, sobre duelos y despertares.
“El sentido del tacto siempre me dio curiosidad. Su funcionamiento. Una vez dijiste que no me puedo dar cuenta de que soy suave porque tengo las palmas de las manos ásperas. ¿Sentís? Me hiciste tocar primero tus manos, jabonosas y frías, como peces, para que tuviera punto de comparación. Las tuyas son como papel, concluiste. Me costó darte la mano desde ese entonces. El eje del problema del tacto se da cuando me intento sentir a mí misma, cuando intento evaluar mi propia textura. ¿Cuál es la parte que estás percibiendo? ¿Cómo se cómo me siento de verdad? No es un problema cabal, con el exterior no tengo dudas y este vestido es definitivamente agradable, es una espuma. Intento hallarme en las compras. Bajo la luz mortuoria del probador no hay forma, soy gris, una refugiada huérfana de la Segunda Guerra Mundial. La necesidad de gastar aparece en estos momentos, con la sensación de que hay que llenar los minutos, las horas, el tiempo-hasta-que. Como siempre, para no llegar tarde terminé llegando excesivamente temprano. Por eso me metí al local, por eso y por el aire acondicionado. Si bien algo me cautiva en mi imagen de huerfanita famélica, es inviable que alguna vez vaya a usar un vestido celeste, un vestido de chica que va al campo de tus padres y hace ensaladas. Mi mamá decía que en el espejo de casa nos vemos siempre mejor, que hay espejos que tenemos domesticados. Los demás son salvajes, indomables. Espejos que nos devuelven bestialidad. La réplica del Guernica en el hall. Espero que me abra Delia para buscar las llaves, aunque ya sé que no va a traerlas con ella y que me voy a tener que subir. Con la mente ya estoy arriba e imagino la última remodelación. Tiraron una pared para ampliar el consultorio. Doblar en tamaño, más precisamente. Repaso los cortes geométricos de los cuerpos, siempre encuentro un detalle nuevo: un filo que sale con urgencia de lo que pareciera ser la boca de un caballo enojado. El mismo frío de siempre, la frescura del mármol, catacumba de cerámica oscura. Ascensor: no se habla. Me invita a sentarme y de inmediato me trae un vaso de agua. Se acuerda de mis súbitas bajadas de presión, en verano hay que estar hidratada”.
Malén Denis ocupa el difícil rol de ser una de las voces femeninas (y feministas) en las Letras. Desde ese lugar nace Litio, su primera incursión en la prosa narrativa. La novela tiene capítulos cortos que describen el intrincado viaje interno en primera persona de una chica sin nombre que, mientras cuida la casa y los gatitos de una ex pareja, atraviesa un profundo duelo.
“Anoche me dieron un cristal y ahora estoy flotando. Los gatos duermen, veo sus lomos inflarse y desinflarse en un fundido encadenado con la paz de la tarde, un viento leve mueve las sábanas que dejaron cuando se fueron colgadas en el patio. Ya están secas, pero me limito a observarlas: una música, un campo, el mar. La primera vez que me drogué estábamos en Mar del Plata. Como la mayor parte de mis primeras veces, esa también fue con vos. Decías que el éxtasis me iba a ayudar a relajarme, que era cero mental, tuviste razón. Para bajar, indicaste con seguridad médica que me concentrara en movimientos simples, que era una droga muy física. Puedo vernos tirando arena mojada hacia arriba para verla caer en forma de lluvia, puedo vernos caminando a la madrugaba por una medianera, haciendo el juego del equilibrio, puedo vernos volver en un micro con las manos enlazadas y colgantes, con la mirada clavada en el cielo rosado al costado de la ruta. Me cuesta irme y me cuesta volver. Cuando estoy adentro de la casa no quiero salir, pero cuando estoy afuera nunca quiero regresar. Es por eso que acepté aun siendo tarde, aun sabiendo que no me duermo más. Era un cristal grueso y amargo en exceso, aunque una vez en la lengua se disolvió a toda velocidad y bailar, bailar, bailar. En algún momento llovió, el sol volvió a salir instantáneamente y, de costado sobre el sillón, llego a ver un fragmento de cielo ridículo y limpio, tan azul como un detergente. Moebius se despertó y me trajo su ratón de felpa. Es un cachorro aunque ahora sea padre y todo lo que quiere es jugar. Tengo el cuerpo en punto muerto, de todas formas lanzo lo más lejos que puedo el ratón, al que preferimos no darle un nombre para no sentir piedad. Bautizar es dar comienzo a un vínculo, a la empatía. Reviso los cajones. Busco con desesperación cinta aislante, hay un cable que hace falso contacto. Si no lo arreglo me voy a quedar sin batería y por ahora no tengo otro modo de comunicarme. Estaba segura de que iba a encontrarme con tu laptop, por eso ni atiné a traer la mía, pero no está y no creo que la tengas vos, dejaron en claro que no ibas a estar comunicado de ningún modo por ahora. ¿Por qué guardás un cuaderno horrible que te hice? Lo encontré mientras buscaba la cinta. ¿Por qué habrás guardado, entre todo lo que hubo, eso en particular? Una manualidad patética y sin valor, o más bien con valor, sí, pero un valor confuso. Me enoja profundamente que, entre todas las cosas que nos podrían representar, decidieras elegir un cuadernito tapa blanda decorado por un collage presuntuoso y pseudosnob. Ciertamente no esperaba encontrarlo y me produjo una desazón tremenda, como si toda nuestra vida juntos se resumiera en ese símbolo tan poquita cosa. Lo abrí. Me invadió el cuerpo, comenzando por un estremecimiento en el estómago, la sensación de que podías verme encontrando tu secreto, violando la intimidad de la madera de los cajones cerrados. Como la mirada de una madre en la nuca, unos rayos equis que te cortan la circulación hasta dejarte pelada”.
El lenguaje poético atraviesa toda la novela. Litio tiene poco de estructura de causas y efectos y mucho de imágenes internas, retazos y evocaciones que no son estáticas. La metáfora, más que un recurso, es el núcleo duro del libro, que trata sobre lo no decible, eso silenciado que de todas formas sale de manera misteriosa.
“Leí en un libro que los días no son personas, que los días son soldados. Cuando no hay nada concreto que esperar es así, no hay forma de medir verdaderamente el tiempo si no hay hitos. Divido mi experiencia a través de los mensajes y los sueños e invento cuentas regresivas absurdas. Vos sos el aislado, pero yo me siento adentro de una cámara gesell. Soñé que le robaba el primer marido a mi hermana y que mi primo hacía un asado en su habitación. La parrilla estaba hecha de perchas y la comida mezclada con prendas de ropa. Para volver había que esperar un colectivo al costado de una estación del tren de la costa, yo comía alfajores con mis amigas y ahí veía al chico con el que salgo y le decía: “no me gusta que uses siempre la misma camisa” y me ponía a llorar, él no se movía, no registraba. Estaba duro. Hoy tocaba en un lugar y yo me quedé dormida, le dije que había sido un día complicado y no me contestó. Ya no me pregunta por vos ni cómo estoy, cómo me adapto; ya sabe todo. Se está terminando. Tocaba cerca del Abasto y todo lo que hay en el barrio me hace acordar a vos: los restaurantes peruanos y los teatros. No puedo tener un novio que no seas vos. No tengo energía para continuar con la simulación. Mientras dormía, Materia mudó el nido. Ahora duermen los dos bebés detrás del sillón, del lado de la ventana. Anoche bailé sola hasta la madrugada. El amor después del amor y Virus, toda la noche cerveza en lata. Bebidas más fuertes no, nada de eso, emborracharse suave en verano es lo más prudente. En el invierno es diferente, los licores y los chocolates tienen sentido, hay que poner capas, en el calor hay que imprimir distancias. El dolor es intenso y constante y se va a solucionar durmiendo un poco más. Vivo a modo de flote últimamente. Nadar con la cabeza afuera, haciendo círculos con los brazos cerca de la superficie, como las viejas en las piletas. Decías que tengo un costado hippie, pero que nuestros costados hippies son distintos. Que no nos cruzaríamos ni en un millón de años si solo dependiéramos de nuestros costados. Decías también que la idea del dolor no la había sacado de los griegos, sino de las películas norteamericanas, que no sería ese placer estético de festival, esa suspensión letárgica sobre el padecimiento en color pastel; sino el de una película mala. Películas de familias con conflictos en torno al consumo en Navidad. Con moraleja. Me pareció pasivo agresivo, pero entendí y sigo entendiendo que tenías un punto y te dejé. Una vez más nos convencimos de que lo que pensamos del otro es la más justa definición”.
Litio de Malén Denis es una novela llena de escondites secretos como la casa que la protagonista habita por pedido. Es una historia de ausencias, en donde la mudanza en vez de ser un camino, termina siendo un laberinto en donde la ropa del otro constituye un límite y ayuda a mitigar el dolor de su falta.
Sobre la autora
Malén Denis (Buenos Aires, 1989) publicó los poemarios Con una remera de Sonic Youth (2009), Buscar drogas en Wikipedia (2014), Un gran incendio de vidrios (2017), Brillante (2017) y participó en la antología Otros colores para nosotras (2018). Estudió producción de tv, filosofía y es magíster en Escritura Creativa por la Universidad de Tres de Febrero. Creó el taller de Escritura e Intimidad, basado en su investigación sobre las narrativas en primera persona. Litio es su primera novela.
*Por Manuel Allasino para La tinta.