Los lanzallamas, el pasado que nos persigue con sus ataduras

Los lanzallamas, el pasado que nos persigue con sus ataduras
10 abril, 2019 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Los lanzallamas es una novela del escritor Roberto Arlt, publicada en el año 1931. Es la continuación de Los siete locos (1929), de hecho, los personajes siguen siendo los mismos: Erdosain y su angustia invencible, el farmacéutico Ergueta con la Biblia bajo el brazo, Hipólita con su conspiración y, por supuesto, el Astrólogo, junto a su inspirante idea de una revolución destructora. Pero también está presente la familia Espila con una profunda descripción del proyecto novedoso y ascético llevado a cabo por los hermanos Emilio y Eustaquio.

En esta segunda parte, la creación de una sociedad secreta pasa a un plano secundario y la vida pasada de cada uno de los personajes va tomando cada vez más protagonismo al punto de que pareciera primar más la realización personal que lo colectivo. Triunfan las acciones individuales. Pero hay también un empoderamiento de las mujeres, porque son las únicas que pueden ser el motor de la revolución.  

“Se había desprendido bruscamente el pantalón. Hipólita, retrayendo el cuello entre los hombros, miró de soslayo el bajo vientre de aquel hombre: era una tremenda cicatriz roja. El se cubrió con delicadeza y dijo: -Pensé matarme; muchos monstruos trabajaron en mi cerebro días y noches, luego las tinieblas pasaron y entré en el camino que no tiene fin. -Es inhumano- murmuró Hipólita. -Sí, ya sé. Usted tiene la sensación de que ha entrado en el infierno… piense en la calle durante un minuto. Mire, aquí es campo; piense en las ciudades, kilómetros de fachadas de casas, la desafío a que usted se vaya de aquí sin prometerme que me ayudará. Cuando un hombre o una mujer comprenden que deben destinar su vida al cumplimiento de una nueva verdad, es inútil que traten de resistirse a ellos mismos. Sólo hay que tener fuerzas para sacrificarse. ¿O usted cree que los santos pertenecen al pasado? No… no. hay muchos santos ocultos hoy. Y quizás más grandes, más espirituales que los terribles santos antiguos. Aquéllos esperaban un premio divino… y éstos ni en el cielo de Dios pueden creer. -¿Y usted?- Yo creo en un único deber: luchar para destruir esta sociedad implacable. El régimen capitalista en complicidad con los ateos ha convertido al hombre en un monstruo escéptico, verdugo de sus semejantes por el placer de un cigarro, de una comida o de un vaso de vino. Cobarde, astuto, mezquino, lascivo, escéptico, avaro y glotón, del hombre actual debemos esperar nada.  Hay que dirigirse a las mujeres, crear células de mujeres con espíritu revolucionario; introducirse en los hogares, en los normales, en los liceos, en las oficinas, en las academias y los talleres. Sólo las mujeres, pueden impulsarlos a estos cobardes a rebelarse. – ¿Y usted cree en la mujer? Creo – ¿Firmemente?- Creo- ¿y por qué? – porque ella es el principio y fin de la verdad.  Los intelectuales la desprecian porque  no se interesa por las divagaciones que ellos construyen para esquivar la Verdad… y es lógico… la verdad es el Cuerpo, y lo que ellos tratan no tiene nada que ver con el cuerpo que su vientre fabrica. -Sí, pero hasta ahora no han hecho nada más que tener hijos.- ¿Y le parece poco? Mañana harán la revolución. Deje que empiecen a despertar. A ser individualidades. Hipólita se levantó: -Usted es el hombre más interesante que he conocido. No sé si volveré a verlo… Creo que usted volverá a verme. Y será entonces para decirme: “sí, quiero ayudarlo”… -Puede ser… no sé… voy a pensar esta noche… -¿Va a volver a la casa de Erdosain?- No. Quiero estar sola y pensar. Necesito pensar. De pronto, Hipólita se echó a reír. -¿De qué se ríe usted?-Me río porque he tocado el revólver que traje para defenderme de usted- Realmente, hace bien en reírse. Bueno, ahora váyase y piense… ¡Ah! ¿No necesita dinero?- ¿Puede darme cien pesos?-Como no- Bueno, entonces vamos saliendo. Acompáñeme hasta la puerta de esta quinta endiablada.-Sí. Al salir, el Astrólogo apagó la luz. Hipólita iba ligeramente encorvada. Murmuró: -Estoy cansada.”

En Los lanzallamas, Roberto Arlt finaliza la historia que comenzó con Los siete locos haciendo un tratamiento individual de los mismos personajes. No hay tragedia, sino que la aniquilación es racional y científica como lo es la guerra química.

“Las diez de la noche. Erdosain no puede conciliar el sueño… Los nervios, bajo la piel de su frente, son la doliente continuidad de sus pensamientos, a momentos mezclados como el agua y el aceite, sacudidos por la tempestad, y en otros separados en densas capas, como si hubiera pasado por el tambor de una centrífuga. Ahora comprende que bailen en él distintos haces de pensamiento, agrupados y soldados en la ardiente fundición de un sueño infernal. El pasado se le finge una alucinación que toca con su filo perpendicular el borde de su retina. Él espía, sin atreverse a mirar demasiado.  Está atado como por un cordón umbilical al pasado. Se dice: <>, pero es difícil, pues aunque el sueño termine por disolverse, siempre quedará allí en su interior un sedimento pálido: Barsut estrangulado, Elsa retorciéndose entre los brazos de un hombre desnudo. Más de pronto se sacude: Barsut no existe, no existe ni como pálido sedimento y esta certidumbre no aliviana ni rompe el nudo que eslabona la franja de sus pensamientos, sino que introduce un vacío angustioso en su pecho.  Este semeja un triángulo cuyo vértice le llega hasta el cuello, cuya base está en su vientre y que por sus catetos helados deja escapar hacia su cerebro el vacío redondo de la incertidumbre. Y Erdosain se dice: “Podrían dibujarme. Se han hecho mapas de la distribución muscular y del sistema arterial, ¿cuándo se harán los mapas del dolor que se desparrama por nuestro pobre cuerpo?”. Erdosain comprende que las palabras humanas son insuficientes para expresar las curvas de tantos nudos de catástrofe. Además, un enigma abre su paréntesis caliente en sus entrañas, este enigma es la razón de vivir. Si le hubieran clavado un clavo en la masa del cráneo, más obstinada no podría ser su necesidad de conocer la razón de vivir. Lo horrible es que sus pensamientos no guardan orden sino en escasos momentos, impidiéndole razonar. El resto de tiempo voltea anchas bandas como las aspas de un molino. Hasta se le hace visible su cuerpo, clavado por los pies en el centro de una llanura castigada por innumerables vientos. Ha perdido la cabeza, pero en su cuello, que aún sangra, está empotrado un engranaje. Este engranaje soporta una rueda de molino, cuyo pistón llena y vacía los ventrículos de su corazón”.

En Los Lanzallamas, reaparecen los mismos conflictos que en Los Siete Locos: la ansiada revolución del Astrólogo, y el personaje de Erdosain con su alma atormentada. Por otro lado, el personaje de Haffner, el Rufian Melancólico, es asesinado y Elsa, ex mujer de Erdosain, abandonó al capitán con quien había huido y se refugia en un convento en donde relata su historia a las monjas.

“A pesar de disponer de dinero, Hipólita ha alquilado una mísera pieza amueblada en un hotelucho de ínfimo orden. Después de cerrar la puerta asegurándola con llave y de extender una toalla sobre la almohada, tira los botines en un rincón, y en enaguas entra a la cama. Aprieta el botón de la corriente eléctrica y su cuarto queda a oscuras. Entre los resquicios de una celosía distingue una claridad verdosa, proveniente de un cartel luminoso que hay en la fachada frontera. Hipólita se frota las sienes. Sobre su cabeza gira un círculo pesado. Son sus ideas. Adentro de su cabeza un círculo más pequeño rueda también con un ligero balanceo en sus polos. Son sus sensaciones. Sensaciones e ideas giran en sentido contrario. A momentos, sobre las encías siente el movimiento de sus labios, que fruncen impaciencia, cierra los ojos. La cama, que conserva soso olor de semen resecado, y el balanceo lento del círculo de sus sensaciones la sumergen en un abismo. Cuando el círculo de sensaciones se inclina, entrevé por encima de la elíptica el círculo de sus ideas. Giran también un vértigo de espesura, de recuerdo, de futuro. Se aprieta las sienes con las manos y dice despacito: “-¿cuándo podré dormir?- Hay un guiño de dolor en sus rótulas, las piernas le pesan como si toda la pesantez de su cuerpo hubiera entrado a sus miembros. El Astrólogo, a la distancia de dos horas de conversación, está más lejos que su infancia. Sufre, y ninguna imagen adorada toca su corazón. Y sufre por ese motivo. Luego se dice: “¿Cuántas verdades tiene cada hombre? Hay una verdad de su padecimiento, otra de su deseo, otra de sus ideas. Tres verdades. Pero el Astrólogo no tiene deseo. Está castrado. “Reventaron mis testículos como granadas”, resuena la voz en sus oídos, y la visión del eunuco pasa ante sus ojos: un bajo vientre rayado por una cárdena cicatriz. Una sensación de frío roza el oído de Hipólita como saeta de acero. Le taladra los sesos. Cada vez es más lento el balanceo de sus sensaciones. Arriba de su cabeza puede distinguir casi el círculo de sus ideas. Son proyecciones fijas, pensamientos, con los que naces y mueren un hombre y una mujer. En ellos se detiene el ser humano, como en un oasis que el misterio ha colocado en él para que repose tristemente. ¿Qué hacer? Cierra nuevamente los ojos. El esposo loco. Erdosain loco. El Astrólogo castrado.  ¿Pero existe la locura? Busca una tangente por donde salir. ¿Existe la locura? ¿O es que se ha establecido una forma convencional de expresar ideas, de modo que éstas puedan ocultar siempre y siempre el otro mundo de adentro, que nadie se atreve a mostrar?  Hipólita mira con rabia la fosforescente mancha verde que brilla en las tinieblas. Quisiera vengarse de todo el mal que le ha hecho la vida. Células revolucionarias. El Hombre Tentador aparece ante sus ojos, sentado en la orilla del cantero, deshojando la margarita. No puede más. Murmura: -¿Dónde estás mamita querida?- El corazón se le derrite de pena. ¡Ah, si existiera una mujer que la recibiera entre sus brazos y le hiciera inclinar la cabeza sobre sus rodillas y la acariciara despacio! Busca con la mejilla un lugar fresco en la almohada y pone atención a su pecho que despacio se levanta y baja, en la inspiración y espiración. ¡Ah, si esa oblicua de la almohada coincidiera con la pendiente por la que se puede resbalar el infinito desconocido! Ella se dejaría caer”.

Los Lanzallamas de Roberto Arlt es una novela en la que el escritor intensifica su forma de interpretar el caos y la incertidumbre del mundo contemporáneo describiendo un entramado social en donde no existen valores ni principios, y los personajes están habitados por una angustia metafísica y perseguidos por un pasado que los altera.

Sobre el autor

Roberto Arlt (1900-1942), novelista y dramaturgo argentino, que abrió el camino a una nueva narrativa de tema urbano. Nació en Buenos Aires el 2 de abril de 1900, sus padres eran humildísimos inmigrantes europeos: su infancia estuvo muy signada por las penurias y las privaciones. Muy joven aún, escapó del hogar a manera de rebelión contra la autoridad paterna y de diversas maneras se ganó la vida, hasta desembocar en el periodismo, que terminó por ser su actividad principal. Abandonó la escuela primaria antes de aprobar el tercer curso, aunque a los ocho años ya escribió sus primeros relatos. Pronto fue un fiel frecuentador de la biblioteca del barrio donde leía libros de tendencia anarquista y luego a los escritores rusos Gorki, Tolstoi y Dostoievski. En 1924, comienza a relacionarse con los escritores de Florida y Boedo a cuyas diferencias poéticas y políticas asiste, pero sin adherirse a ninguna en particular. Entró como secretario de Ricardo Guiraldes en 1924 y empezó a publicar en la revista Proa que Guiraldes dirigía; también escribió crónicas policiales en el diario Crítica y, desde entonces, se dedicó al periodismo. En 1930, obtuvo el tercer premio del Concurso Literario Municipal con su novela Los siete locos (1932). Murió el 26 de julio de 1942, víctima de un ataque cardíaco.

*Por Manuel Allasino para La tinta. Foto: Alice Wellinger.

Palabras claves: literatura, Los Lanzallamas, Novelas para leer, Roberto Arlt

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