La demorada primavera argelina
Argelia atraviesa fuertes protestas que apuntan contra el presidente Bouteflika y las políticas del Frente de Liberación Nacional.
Por Guadi Calvo para Línea Internacional
Desde el 22 de febrero, en que comenzaron las multitudinarias manifestaciones en protesta tras el anuncio del presidente Abdulaziz Bouteflika de postularse para las elecciones del próximo 18 de abril -lo que significaría un quinto mandato consecutivo-, las marchas no han dejado de crecer y vigorizarse convirtiéndose en las más importantes desde los años de la lucha por la liberación del país.
Estos movimientos obligaron a Bouteflika a retirar su candidatura el 11 de marzo, pero en una nueva jugada por continuar en el poder, anunció la postergación de los comicios sin una fecha cierta, permaneciendo en el cargo hasta que se adopte una nueva Constitución y el nuevo presidente sea elegido, por lo que su mandato, que expira el 28 de abril, podría extenderse hasta 2020. La declaración exacerbó los ánimos y agravó las protestas. Por lo que la marcha del viernes 15 de marzo, la cuarta consecutiva, fue todavía más importante.
Si bien no se han producido desbordes de importancia, de mantenerse la situación podría agravarse. Hasta ahora, las manifestaciones han sido extremadamente ordenadas y pacíficas, compuestas fundamentalmente por sectores medios, colectivos de jóvenes (el 70 por ciento es menor de 30 años en el país y cuya tasa de desocupación alcanzan el 15 por ciento), mujeres, estudiantes, profesores, comerciantes e incluso familias. Los sectores populares y los obreros aunque han estado presentes, su presencia se diluye dado que la UGT, la central obrera argelina, a través de su secretario general Sidi Said -que ha estado siempre demasiado cerca de Bouteflika-, ha impedido la participación de los sindicatos.
Las manifestaciones no solo se dan en Argel, capital del país, y en las principales ciudades del país como Béjaïa, Orán, Batna, Tizi Ouzou, sino que también están replicando en innumerables pueblos y aldeas del interior profundo argelino. De continuar, eclosionarán en mayo, cuando comienza el Ramadán, el festejo más importante de la comunidad islámica en todo el mundo.
Mientras tanto, ya es palpable que la elite económica y política del país, conocida como le pouvoir (el poder) ha dado las primeras señales de su distanciamientos con el presidente, dejando caer a uno de los suyos, el impopular Primer Ministro Ahmed Ouyahia, cuya destitución no ha logrado el efecto deseado por el gobierno.
Los manifestantes, que ya se conocen como el Movimiento 22 de Febrero, han comenzado a buscar cómo representarse políticamente, al tiempo que la dirigencia del Frente Nacional de Liberación (FNL) ha iniciado un proceso de alejamiento de su líder. Al mismo tiempo, el omnipresente Ejército argelino, que históricamente ha ocupado un papel de central en las sombras, también se ha distanciado de Bouteflika y ha optado por el silencio y mantenerse aislado en sus cuarteles. Desde que se inició la crisis, no hubo mayores expresiones del ejército aunque se supo que el Jefe de Estado Mayor Gaïd Salah, un aliado histórico del presidente, participó de una reunión con diferentes mandos de las fuerzas armadas, jefes de inteligencia y comandantes de varias regiones militares. Por lo cual, los expertos creen que de profundizarse la crisis el ejército podría decidir hacerse cargo de la situación para reconstruir la “democracia” y no perder sus privilegios.
El presidente Bouteflika, de 82 años, gobierna el país desde 1999 y tiene un pésimo estado de salud desde 2013, año en que sufrió un derrame cerebral, por lo que desde entonces sus apariciones públicas han sido escasas, al igual que sus comunicaciones. Las últimas imágenes del presidente que su equipo de propaganda ha distribuido son al regresar de la internación en Ginebra, Suiza, el último 10 de marzo. La prensa argelina insiste que esas imágenes fueron obtenidas en 2017 a la vuelta de un viaje anterior y no hay imágenes actuales del presidente.
Dado el estado físico de Bouteflika, y sus permanentes internaciones en el exterior por sus problemas de salud, nadie sabe con certeza quién gobierna verdaderamente el país más extenso de África, uno de los más grandes exportadores de petróleo y gas del continente, con grandes nichos de corrupción en el marco de los colosales gastos en obras públicas, autopistas, centrales eléctricas, puertos y aeropuertos, edificios públicos, que generaron cientos de millones de dólares de sobornos comprobados en la justicia, pero sin ningún condenado. Para muchos, el verdadero gobernante, junto a una camarilla de ministros y funcionarios, es su hermano Said, de 61 años, mientras que Abdulaziz desde su llegada al país estaría internado en una clínica en Zeralda, a unos veinte kilómetros de Argel, con todos los poderes constitucionales aunque sin las condiciones físicas de ejercerlos.
Más allá del “renunciamiento” de Bouteflika, muchos analistas dudan si el hecho de postergar las elecciones no es una manera de ganar tiempo por parte del gobierno para reforzar el sistema represivo, borrar las huellas de la corrupción antes de que Bouteflika y su camarilla gobernante tengan que dejar el palacio de El Mouradia, la sede del gobierno argelino.
Bouteflika, un experimentado dirigente del FNL, movimiento que llevó la responsabilidad de la guerra anticolonialista contra Francia de 1954 a 1962, emerge como presidente tras la guerra civil que se extendió desde 1991 a 2002, y que dejó entre 150 y 200 mil muertos; supo sortear la Primavera Árabe de 2011, que se llevó a los gobiernos vecinos de la Túnez de Zayn Ben Ali, la Libia de Mohamed Gadaffi, el Egipto Hosni Mubarak y el Yemen de Ali Abdalá Saléh; también supo sortear la crisis dando préstamos a bajo interés, puestos de trabajo y viviendas para los sectores más jóvenes y postergados de la sociedad. Aunque en la actualidad, los 42 millones argelinos están sufriendo las consecuencias de la decadencia de su presidente.
Derechos robados
En enero de 1992, el Frente de Salvación Islámico (FIS) ganó con más del 55 por ciento de los votos en las primeras elecciones parlamentarias libres que se realizaron en el país, siendo el doble de lo que obtuvo el FLN. Debido a esto, el presidente Chadli Bendjedid, en el cargo desde 1979, disolvió el parlamento y renunció.
De inmediato, los militares ungieron a Mohamed Boudiaf, un miembro fundador del FLN, como jefe de estado, quien será asesinado en junio de 1992 mientras pronunciaba un discurso por uno de sus propios guardaespaldas, que era militante wahabita, lo que finalmente aceleraría la guerra civil entre el ejército y los fundamentalistas, que se prolongaría durante una década y dejaría más de 20 mil desaparecidos y 1.500 mil desplazados.
Los militares crearon milicias como la Organización de Jóvenes Argelinos Libres (OJAL) o la Organización para la Salvaguardia de la República de Argelia (OSRA), que operaron como escuadrones de la muerte, sembrando el terror entre la población civil. Mientras que los radicales organizaron un sin número de grupos armados sin mando unificado como el Mouvement pour un État Islamique (MEI), Groupe Islamique Armé (GIA), Front Islamique du Djihad Armé (FIDA), la Armée Islamique du Salut (AIS), Ligue Islamique pour le Da’wa et le Djihad (LIDD), Groupe Salafiste pour la Prédication et le Combat (GSPC) y Houmat Al-Da’wa al-Salafiyya (HDS). Algunos de ellos han sobrevivo hasta hoy como el GIA y GSPC con intensa actividad en la región del Sahara y el Sahel.
Bouteflika sería fundamental para sacar al país de las consecuencias de la guerra civil; incluso la sociedad, harta de la guerra, toleró la mano dura como camino a la pacificación. El presidente pactó con los líderes del FIS un acuerdo que se conoce como “Reconciliación Nacional”, que otorgaba una amnistía a los islamistas, autorizándolos a reintegrase a la vida civil pero sin poder hacer política.
El pacto con el FIS ha sido utilizado por Bouteflika como un fantasma para amedrantar cualquier movimiento que se le oponga, en una opción que se plantea como “Bouteflika o wahabismo”. Madani Mezrag, uno de los más importantes dirigentes del Ejército Islámico de Salvación (EIS), el brazo armado del FIS, declaró que el presidente Bouteflika lo autorizó, en un acuerdo personal, a realizar actividades políticas, más allá de que su organización no sea reconocida como partido político. También aseguró que “las leyes no le importan mientras exista su acuerdo con el presidente Bouteflika”, justificándose en que ese acuerdo está por encima de la Ley de Reconciliación Nacional.
Mezrag ha declarado que no se arrepiente de haber recurrido a las armas durante los “años negros”, porque su partido fue víctima y que luchaba para “defender derechos robado”, recalcando que está dispuesto a hacerlo nuevamente si se impide que el FIS regrese a la vida política.
Si bien el extremismo wahabita en todos estos años ha tenido pocas acciones en Argelia, muchos de los más importantes líderes de esas organizaciones que actúan en África son de nacionalidad argelina, surgidos de los combates en Afganistán y de la guerra civil.
El hecho más importante del fundamentalismo argelino desde el fin de la guerra se provocó en enero de 2013, cuando el grupo al-Mourabitoun (Los Enmascarados), liderado por el argelino veterano de la guerra afgana Mokhtar Belmokhtar, tomó la planta de gas In-Amenas donde capturaron 800 rehenes. Para desalojarla, debieron intervenir tropas argelinas, francesas, británicas y norteamericanas, provocando la ejecución de 37 rehenes.
Dada la actual situación, Bouteflika tiene pocos recursos para mantenerse en el poder, por lo que puede encontrar en el islamismo radical sus más inesperados aliados y su última opción para evitar su propia Primavera Árabe.
*Por Guadi Calvo para Línea Internacional