Cómo componer algo, cuando está todo descompuesto
Recetaria estrenó el viernes pasado. Maura Sajeva, Mauro Alegret y Fabricio Cipolla en escena, con la dirección de Daniela Martín, proponen, en Cirulaxia, una obra que estará durante noviembre poniendo en ebullición la escena del teatro local.
Por Soledad Sgarella para La tinta
Sabemos que los procesos creativos no son lineales y, mucho menos, ordenados. También sabemos que cuando un grupo de artistas se pone a construir colectivamente una obra, ese proceso en el cual las ideas implosionan para los adentros de cada quien y explotan como burbujas a mil grados, es un camino de idas y vueltas, donde no hay recetas ni fórmulas maestras para la producción y la creación.
Todo eso lo sabemos en teoría o nos lo imaginamos. Pero, esta vez, el equipo de actrices, actores, directora y técnicos conformado por Maura Sajeva, Mauro Alegret y Fabricio Cipolla, Daniela Martín, Ariel Merlo, Sara Sbiroli y Sergio Cuenca pone sobre la mesa la comida que se está preparando. O mejor, ponen en escena lo que está cocinándose, haciéndonos partícipes no sólo de las condiciones en que una obra se prepara (y es), sino también de los vínculos y las formas de estar con les otres en los procesos de construcción colectiva y de las afectividades.
La tinta habló con ellos y las respuestas que encontramos no tienen desperdicios, menos, en los tiempos que corren.
—Recetaria es una obra colectiva. ¿Por qué eligen trabajar así? ¿Cómo fue ese proceso?
— Maura Sajeva: Elegimos trabajar en grupo porque nos gusta, y porque es la forma en que sabemos y queremos trabajar. Esa construcción grupal surge de esa necesidad de sentir que todos y todas podemos decir lo que queremos decir en un espacio poético. Y eso demanda estrategias de saber decir y de escucha también.
Sobre el proceso de Recetaria, me parece como que hay algunos hitos que tienen que ver con este encuentro para trabajar la idea de los placeres. Empezamos a pensar en relación a la comida como un placer y, de ahí, a las recetas y cómo, y que hayan aparecido las recetas nos llevaron indefectiblemente hacia otro lado. Pero ese otro lado tampoco es tan lejano, porque, de algún modo, me parece que cada uno y cada una terminamos trabajando con los temas que nos atraviesan y encontramos la manera de, en esas recetas, poner esos temas que nos hacen tener insomnio o despertarnos más temprano, o seguir pensándolos cuando nos estamos bañando, eso que nos deja mudos ante ciertas situaciones o que nos interesa seguir compartiendo y pensando juntes para ver qué sale.
—Daniela Martín: El proyecto nació hace dos años. Maura, después de una función de Griegos, dice: tengo ganas de hacer una obra sobre los placeres o sobre la comida, me parece. Y yo le dije: sí, dale, la hagamos, yo, hace unos años, también tenía un proyecto que tenía que ver con la comida y unos cuentos. Entonces, nos juntamos, pensamos con quién teníamos ganas de trabajar. Las dos, al toque, dijimos Mauro y, después, cuando nos juntamos con él, pensamos y ahí lo invitamos a Fabri, con quien no habíamos trabajado nunca.
Como cuenta Maura, eso de la comida nos llevó a las recetas. Cuando nosotres empezamos, había asumido Macri hacía poco y todo el derechaje se estaba comenzando a manifestar. Entonces, bueno, si pensamos que la receta es una serie de procedimientos para lograr algo, nos empezamos a preguntar qué receta necesitamos para comunicarnos con el otro cuando el otro empieza a ser un desconocido.
Pero, más allá de esas preguntas iniciales, estuvimos viendo un montón de recetarios y un montón de cosas. Lo cierto es que sí nos pusimos una serie de premisas que tenían que ver con no apurar el proceso y experimentar hasta que la obra nos gustara. No tener un proceso en el que los tiempos de producción y esas cosas fueran una carga, porque eso también termina pasando… terminás estrenando porque te sacaste un subsidio o un premio, y tenés que estrenar en tal fecha, entonces, en eso fuimos bastante coherentes. En un momento, sí decidimos que necesitábamos una fecha, porque si no, ya iba a ser como demasiado, pero sostuvimos mucha coherencia en esto de respetar el proceso de experimentación, de búsqueda, de juego, de disfrute.
Muy inquietos por ese afuera cada vez más descompuesto, cada vez más en crisis, en este país cada vez más en crisis, ese afuera espantoso, amenazante por momentos, deprimente por otros momentos, empezó a generar condiciones de mucha circulación de afectividad en el grupo (que ya, de por sí, nos queremos mucho), pero de una afectividad diferente, hasta artística, muy particular eso.
—Fabricio Cipolla: A mí, un poco sobre lo colectivo, me queda el lugar que fue tomando los diversos puntos de vista nuestros en esas coincidencias, las diferencias y esas diferencias y coincidencias fueron generando un movimiento entre lo que se propone y lo que me resuena de otro. Y me queda también algo que fue muy concreto en la práctica y que me es más difícil explicarlo, que tiene que ver con esto de cuando en el proceso aparece, más que la idea de la receta, la anti-receta.
—¿Se puede adelantar un poco, sin spoiler, de qué va todo en la obra?
—Fabricio Cipolla: Recetaria sería la cocina de la actuación, de la creación, de la composición. Es algo que está en ebullición, que no está cocinado todavía. No es una receta hecha que seguimos al pie de la letra, sino que es como abrir la heladera y ver qué es lo que hay para cocinar. Llevándolo a nosotros, al teatro, qué tiene cada uno para poner al servicio de una acción poética. Creo que la obra, el trabajo, va sobre el sentido de los encuentros, las reuniones, de ofrecerse. De un modo abierto, a otro, a otra. Me parece que lo abierto es tema en la obra. Qué hago con eso que me llega en esto de estar reunidos.
Para mí, hay cierta solidaridad y escucha en la mirada. La obra necesita de eso en actores, actrices y espectadores y espectadoras. Me pasó en el estreno de estar sentado en escena como un espectador, mirando la actuación de mis compañeros, como diciendo: yo no tengo que estar actuando nada acá. Estoy presenciando la actuación de Mauro, de Maura. No interpretar nada, sino tratar de percibir lo más honestamente posible sus palabras, sus tonos, sus gestos y tratar de devolver algo. Me parece que esto también es tema en la obra: tomar y transformar.
Entonces, como actor, ahí me hago la pregunta: ¿a qué respondo en escena? ¿A una pauta que viene de afuera? O, en este caso, eso: tratar de responder lo más genuinamente, aunque, por ahí, no vaya con la regla de cómo se debería actuar esa situación. Recetaria va perfilando por ahí, es el trabajo de no interpretar al otro u otra bajo un preconcepto, sino de habitarnos en nuestras singularidades. En esto, abierto, que trabaja la obra, hay momentos durante donde se producen quiebres y pasajes de sentido que cuestionan la idea de algo entero y unificado. La obra cabalga sobre lo roto. Sobre lo quebrado. Sobre lo diverso. Y ahí, de nuevo, esta necesidad de una mirada solidaria, a la escucha, que aloje, que dé lugar, que esté ahí para que estas cosas se manifiesten. Al mismo tiempo, todo el tiempo, actores y espectadores nos ponemos en qué vemos cuando vemos, con qué ideas estamos respondiendo a lo que hay.
—Daniela Martín: La obra propone eso: abrir la cocina del teatro. No es que es un ensayo de una obra. No. Muestra las condiciones en las que la creatividad surge, se desarrolla, se traba, no encuentra su forma, deviene de una cosa en otra. La obra muestra eso, es decir, los tipos de actuación, de composición, y está interrumpida todo el tiempo, entre nosotros nos hemos interrumpido, interceptado, y eso también es algo que fue pasando en el proceso de cómo, en el encuentro de personas diferentes con inquietudes diferentes, van generando un lenguaje, una forma de estar que todo eso se empieza a mixturar, a interceptar, a interrumpir en el otro, ¿no? Esas interrupciones también están en la obra, están hablando de una cosa y, de repente, se interrumpe y va para otro lado.
—¿Cómo pondrían en palabras la respuesta a la pregunta que ustedes mismos hacen en la invitación a la obra: “¿Cómo componer algo, cuando está todo descompuesto?”, pero aplicada al hoy en nuestros contextos?
—Mauro Alegret: Creo que este proceso, para relacionarlo con la actualidad en la que vivimos, me parece que se basa en -así, haciéndolo muy breve- dos cosas principalmente: una, la aceptación de los tiempos de cada uno en los procesos creativos y lo otro es en la escucha. Ahí, hay, sobre todo en la escucha, un cambio de actitud que difiere de lo que vivimos cotidianamente en donde, creo yo, desde mi humilde parecer, perdemos esa capacidad de escuchar en esta hipercomunicación en la que nos manejamos. Porque, justamente, es esa hipercomunicación a través de redes y comunicaciones apersonales que se responde más a una fuerte actitud narcisista, ¿no? Que se está mirando a sí mismo y que no puede responder a la interpelación del otro. Y esta escucha y aceptación del otro en ningún momento fue nunca un acto de quietud, pasivo, sino que es todo lo contrario. Es una escucha atenta, propositiva. Una escucha singular.
Es una escucha que recibe la propuesta del otro, que atiende lo que el otro tiene para decir y cómo lleva su cuerpo, su existencia, al ensayo. Este proceso habilitó todo un espacio de escucha y de resonancia entre los cuatro que, para mí por lo menos, fue muy visible y pude, por primera vez, hacerlo consciente y escuchar y resonar con el otro. Es esa escucha que, de alguna manera, me conecta con esa actitud que antecede el habla. Escucho y estoy atento de lo que el otro hace, antes de hablar. Se transformó también en una suerte de invitación a la creatividad, un espacio de muchísima libertad creativa, en donde los otros eran todos potenciadores de esa escucha, una escucha amable, amorosa, pero también era esa escucha que continuamente, de alguna manera, reacciona no por obligación, sino por una suerte de rebote existencial. Este cambio de actitud, de cierta rebeldía frente a lo que está pasando hoy y que tiene que ver con el tiempo también, es quitar la necesidad de una eficacia o de este caso actoral o de dirección o de escenografía, o de iluminación, es decir, de todo el equipo de trabajo colectivo. Quitar esa necesidad de efecto, de eficacia productiva… creo que también es habilitarnos un espacio donde no hay un juicio sobre el otro, sino que hay una aceptación total de lo que el otro es, de lo que el otro propone, de lo que el otro hace y, bueno, el mayor trabajo, en el mejor sentido del término, modificar esas materialidades que aparecían, esas materialidades escénicas que aparecían durante todo el proceso, que fue larguísimo. Me parece que fue un trabajo de altísima coordinación y de solidaridad entre nosotros, y una tremenda preocupación (porque era pre-ocupación) de que esa solidaridad afectiva y esa participación se pudiese abrir a los espectadores.
—Fabricio Cipolla: Esto de no seguir estrategias de actuación y de dirección que cada uno, cada una, venía empleando hizo que perdiéramos bastante el dominio sobre el material que estábamos trabajando, por no poder abordarlo de un modo conocido para cada uno, eso, al mismo tiempo, nos pone en el lugar de responder a esas cuestiones que, por afecto, resuenan, enganchan, tiran.
Para mí, esto fue re lindo e interesante, motivador, de que ya no sea la dirección la que propone las pautas y los temas, la que rescata, la que compone, y la actuación la que repite e interpreta, sino que todos esos roles y esas actividades son compartidas por todos. Todos, en algún momento, fuimos ocupando esos roles y tareas, y nosotros como sujetos, quedamos, nos ponemos, a resonar en una red de miradas. Colocarnos en una red de miradas, entre nosotros, que nos construye y que fue haciendo escena. Y es esto, para mí, lo que conecta con la pregunta de cómo componer algo cuando está todo descompuesto. Cuando hay valores, temas, imágenes, vínculos que son atacados, desarmados, puestos en crisis, la pregunta es de qué agarrarse, qué es lo que queda.
Y a mí, me queda de este trabajo lo afectivo y el sentido de comunidad, de pertenencia, de algo comunitario: el sentido de pertenecer a esa red de miradas que te decía antes, a seguir estando ahí, para que esa red no se desarme. Yo creo que la obra, o me gustaría, que la obra muestre algo de eso. Es un deseo. Que esos afectos son los que trazan recorridos, los que imprimen una fuerza, los que tienen puntos para hacer ancla cuando no se sabe muy bien cómo se sigue. A mí, el proceso me maravilla eso: la afirmación de cada uno en esta afectividad, en entregarse al proceso que, para mí, fue muy costoso en distintos momentos, porque hay que sostener esa mirada, hay que sostener la incertidumbre para saber cuál es el próximo paso y tratar de caminarlo juntos. Un deseo que tengo de la obra es poder proponer, en esa hora y pico que dura, poder proponer una experiencia con la gente que esté ahí sobre esto.
—¿Para qué seguimos haciendo arte?
—Daniela Martín: Mucho es para esto que dicen Mauro y Fabri, que tiene que ver con escuchar al otro, ver qué tiene, qué sabe, qué trae, dónde tambalea. Eso empezó a hacernos preguntar, a ver, nuestras formas de hacer y de, justamente, para qué hacer, porque, a veces, nos preguntamos eso: ¿vos hacés una obra y cuál es tu público? ¿Cuál es tu público en una Córdoba que 70% votó a Macri? ¿Cuál es ese otro que te va a mirar?
Empezó eso a generar una pregunta por nuestras formas de estar en escena y es muy fuerte porque yo siento que llegamos al estreno sin poder leer en toda su complejidad aquello de lo que estamos hablando, y eso me parece fascinante y tiene que ver con eso de lo abierto que dice Fabricio: que no puedas capturar, narrar en una síntesis argumental o algo aquello que estás haciendo es así como uffff (risas).
Para mí, que soy una controladora del sentido, me sumerge en algo que es fascinante y que, bueno, abrís un mundo, una experimentación. Fue un proceso, como decía, fascinante y difícil por momentos. Porque ahí lo decían… mirá, a ver, hay dos personas que fueron a ver el ensayo y dijeron: Rodri dijo que la obra era inasible. Jazmín dijo que era ingobernable. Y creo que lo mejor que pudimos hacer es ni querer gobernarla ni querer asirla.
Ni querer agarrarla, sino dejar ser esa cosa abierta de sentidos. Pero eso, también a nivel grupal, personal, es difícil. ¿Cómo habito eso que no puedo terminar de agarrar? Tuvimos discusiones si el nombre era ese para la obra, cómo era el subtítulo, la gráfica qué tenía que tener… siento que a mí, en lo personal, algo se me fue para otro lado. En el mejor sentido, en algo que se me cambió en mi relación con el hacer una obra. Para mí, son estos laburos, este estar con el otro en una escucha abierta, las posibilidades de salvarte de un afuera que es, cada vez, más duro. Ahí, hay formas políticas de estar, les unes con les otres, en la que a mí me interesa indagar, profundizar y ahí vamos.
Ahora veremos qué pasa con el público. Fue un muy lindo estreno, lleno de amigos, de amigas, de amigues. Veremos cómo sigue, pero nosotros queremos compartir todo ese universo de deseos, de potencias, de posibilidades que somos haciendo una obra, permitiéndonos reírnos, reírnos de nosotros mismos haciendo.
*Por Soledad Sgarella para La tinta. Fotografías: María Palacios.