La última vez que vi a Le Parc
Por Soledad Sgarella para La tinta
El flechazo
Yo tenía 17 años y él, 72, pero no estaba. No lo vi. Estaban solamente sus obras, sus coloridas e impactantes obras, sensacionales -literalmente- para una piba que iba a sexto año del secundario y poco sabía de artes visuales.
Corría el año 2000 y proliferaban las promesas, pero no los presupuestos. El intendente Germán Kammerath había armado un acuerdo con quien en aquel entonces era el director del Museo Nacional de Bellas Artes, Jorge Glusberg, en el que se comprometían a inaugurar el MNBA Córdoba, refuncionalizando el Ex Mercado de Abasto.
Nada de eso sucedió. Lo único que sucedió es que yo vi la muestra de Le Parc en la única inauguración que hubo en los galpones y decidí que, al año siguiente, empezaría la Licenciatura en Artes Visuales, en el terrible 2001. Podemos decir, entonces, que el mendocino de más de 90 años fue uno de los responsables de lo que sucedería en mi vida, aunque, por supuesto y como debe ser, él no lo sabe.
Julio
Nació en en 1928 en Palmira, una localidad al noreste de Mendoza y, a los trece años, se mudó con su familia a Buenos Aires. En el 55, ingresó en la Escuela Superior de Bellas Artes donde fue presidente del Centro de Estudiantes de Artes Plásticas y miembro del Consejo Directivo de la Escuela Nacional de Bellas Artes y, tres años después, ganando una beca del Servicio Cultural Francés, viaja a París y se instala en la capital francesa en 1960.
Siempre en búsqueda de la confrontación de ideas y la resistencia a los circuitos comunes que el mundo del arte tenía (y tiene), en ese mismísimo año, fundó junto a otros artistas el GRAV: Groupe de Recherche d’Art Visuel, en castellano Grupo de Investigación de Arte Visual. Se proponían modificar las actitudes conserva del mundo artístico, suprimir la categoría de obra de arte y liberar a los espectadores de las inhibiciones. Repartían al público folletos didácticos durante sus exposiciones donde preguntaban: “¿El arte es inútil? /¿El arte es vital? / ¿El arte es un lujo? / ¿El arte es libertad? / ¿El arte es creación? /¿El arte sirve a la revolución?” , como cuando Spinetta repartió su manifiesto en 1973, durante el lanzamiento de Artaud en el Teatro Astral.
El GRAV buscaba, sobre todo, la participación del público. En 1975, a quince años de su fundación y a siete de su disolución, le preguntaron a Le Parc acerca de las razones para crear el colectivo. Julio respondió con claridad: “Romper el aislamiento, buscar la confrontación permanente, compartir la aventura de la experimentación, intentar el trabajo colectivo, demostrar que se podía tener una actitud diferente de aquella en la cual uno ha sido condicionado”.
Vino, años después de la fundación del grupo, el Mayo Francés. Le Parc participó activamente en los llamados “ateliers populares”, donde la lucha se imprimió en afiches que quedaron en la retina de las memorias revolucionarias del siglo pasado, cuya gráfica -que inundó las calles parisinas- transcribió en dibujos y colores lo que se estaba pidiendo a gritos en las universidades y en las fábricas.
En medio de las protestas, Julio -que era protagonista activo- fue expulsado de Francia por más de cinco meses hasta que la medida se levantó, gracias a la presión que artistas e intelectuales hicieron, con Víctor Vasarely a la cabeza.
Vasarely era un artista húngaro radicado en París, con quien Julio había entrado en contacto debido al interés que el Op Art le suscitaba. Éste es un movimiento artístico basado en la composición pictórica de fenómenos puramente ópticos, que busca generar sensaciones de movimiento en una superficie bidimensional, engañando al ojo a través de ilusiones pintadas.
Antes y después del 68, Le Parc fue produciendo obra en este marco estilístico y participando de diferentes salones y premios, pero agregando la experimentación con resonancias, reflejos, movimientos rotatorios y giratorios, luces y sombras, e investigando el movimiento y los colores, convirtiendo sus producciones e investigaciones en clave de lo que sería el Arte Cinético. Buscando siempre una relación más directa con el espectador y esperando poder crear vínculos directos entre las obras y quienes iban a disfrutarlas, Le Parc se convirtió en pionero y representante de los artistas cinéticos.
Después de todo eso, vino mucho más. Más luchas, más salones, premios, exposiciones, intervenciones artísticas, investigación. Pasó más de medio siglo y Julio está más cerca de los 100 años, trabaja incansablemente y yo, que también trabajo incansablemente, otra vez, me perdí conocerlo en vivo.
La otra cita
“He tenido siempre fe en el trabajo de grupo. Es necesario para una confrontación, un intercambio, para una puesta en marcha de la capacidad de concepción, de realización, para llevar a cabo las investigaciones colectivas, y es necesario el trabajo en grupo, sobre todo, inscrito en la realidad y con la intención de cambiarla dentro del contexto social actual y, sobre todo, en nuestro medio. No se está en grupos cada vez que se desea y un trabajo de grupo no puede ser hecho individualmente. La finalidad inmediata, en cada ocasión, ha sido salir del aislamiento individual al cual nuestro medio nos obliga y en el cual se puede ser fácilmente manipulado por los poseedores del poder cultural”, dijo en una entrevista hace muchos años y me conquistó.
Desde el 20 de septiembre pasado, 18 años después de aquel encuentro nuestro en lo que nunca fue la filial Córdoba del Nacional de Bellas Artes, Le Parc muestra en la ciudad del 70/30 otra vez. Inauguró Visión Le Parc en Casa Naranja, nuevamente mirando al Suquía, pero del otro lado de la costanera.
Todavía no la fui a ver. Dicen que hay esculturas y serigrafías. Notas, artículos y reseñas tratan de explicar cómo es la exhibición, pero yo sé algo: si para Le Parc la obra de arte es una experiencia, entonces nadie me puede describir cómo es, porque solamente yo sabré lo que me pasa cuando esté ahí y tengo tiempo hasta enero.
*Por Soledad Sgarella para La tinta.