El viejo y el mar, la lucha en la adversidad
Por Manuel Allasino para La tinta
El viejo y el mar es una novela de Ernest Hemingway, publicada en 1952. Fue escrita en Cuba y retrata, entre otras cosas, la soledad, la lucha contra la adversidad y la muerte. Llegó a la pantalla grande en numerosas oportunidades, siendo la adaptación de 1958 protagonizada por Spencer Tracy una de las más populares y conocidas.
La historia narra la experiencia de un viejo pescador cubano, Santiago, que ha tenido una mala racha y sale de pesca decidido a terminarla. Desarrollada en el Gulf Stream – Habana, muestra las penas e ideas de Santiago, para muchos “El viejo”, que lleva 84 días sin conseguir pesca alguna. Un día, decide salir solo al mar y un enorme pez vela, similar al pez espada, pica el anzuelo, pero se resiste a ser capturado. La lucha dura tres días en donde el protagonista recuerda los tiempos en que la suerte estaba de su lado y la pesca era un trámite fácil de realizar.
“El chico se fue. Habían cenado sin luz en la mesa, el viejo se quitó los pantalones y se metió en la cama en la oscuridad. Enrolló los pantalones para hacerse una almohada y metió dentro el periódico. Se arrebujó en la manta y durmió sobre los otros periódicos viejos que cubrían los muelles del colchón. Se quedó dormido enseguida y soñó con África cuando era un muchacho, con las playas largas, doradas y tan blancas que herían la vista, y con los cabos y las gigantescas montañas marrones. Últimamente habitaba esa costa todas las noches y en sus suelos oía el rugido de las olas y veía los botes de los nativos entre la espuma. Olía el alquitrán y la estopa de la cubierta mientras dormía y también el olor de África que traía el viento terral por las mañanas. Por lo general se despertaba al oler aquella brisa, se vestía e iba a despertar al chico. Pero esa noche el olor de tierra llegó muy temprano y supo que era demasiado pronto, por lo que siguió durmiendo para contemplar los picos nevados de las islas alzarse en el mar y luego soñó con los puertos y las radas de las islas Canarias. Ya no soñaba con tormentas, ni con mujeres, ni con grandes acontecimientos, ni con grandes peces, ni con peleas, ni con demostraciones de fuerza, ni siquiera con su mujer. Solo soñaba con lugares donde había estado y con los leones en la playa. Jugaban como gatitos al atardecer y los quería como quería al chico. Nunca soñaba con él. Solo se despertaba, veía la luna por la puerta abierta, desenrollaba los pantalones y se los ponía. Orinaba fuera de la cabaña y subía por el camino para ir a despertar al chico. Temblaba con el fresco de la mañana. Pero sabía que temblando entraría en calor y que pronto estaría remando. La puerta de la casa donde vivía el chico no estaba cerrada con llave, la abrió y entró descalzo sin hacer ruido. El muchacho dormía en un catre en la primera habitación y lo vio claramente a la luz desfallecida de la luna. Le cogió suavemente el pie y se lo sujetó hasta que el chico se despertó y le miró. El viejo movió la cabeza, el chico cogió los pantalones de una silla que había al lado y, sentándose en la cama, se los puso.”
El viejo y el mar describe las peripecias por las que pasa el pescador Santiago para atrapar un pez fuerte y voluminoso, y la decepción que siente cuando ve que su capacidad de defensa no es suficiente para evitar que los tiburones devoren, poco a poco, su codiciada presa. Pero no se reduce sólo a eso, sino todo lo contrario, lo que nos revela la novela es que cuanto más pequeño es el hombre ante la naturaleza, más grande puede ser el honor y la dignidad para afrontar las dificultades.
El mar personifica a la naturaleza. A su vez, hay una sub-trama, la de Manolín, que es quien acompaña al viejo pescador hasta su salida a la mar número 40 sin éxito. El viejo Santiago desea y ruega que el muchacho vuelva con él y lo acompañe en sus días solitarios, pero eso no es posible debido a su mala suerte.
Hay muy poca descripción de Santiago, Hemingway sólo emplea un párrafo y, más que nada, detalla las manchas y arrugas en la cara; y dice que sus ojos son del color del mar. Nada cuenta acerca del pasado del viejo, apenas menciona que, en una pared, él tenía una foto de su esposa, pero que la quitó porque lo hacía sentirse muy solo. No se menciona si Santiago tuvo hijos.
“No recordaba cuándo había empezado a hablar a solas en voz alta. En los viejos tiempos cantaba cuando estaba solo y a veces también cuando estaba al timón durante el turno de guardia en los botes de pesca o en los barcos tortugueros. Lo más probable era que hubiera empezado a hablar solo cuando se marchó el muchacho. Pero no lo recordaba. Normalmente, cuando el chico y él pescaban juntos, no hablaban si no era necesario. Hablaban de noche o cuando les sorprendía el mal tiempo. En el mar se consideraba una virtud no hablar más de la cuenta y al viejo eso siempre le pareció bien y lo respetó. Pero ahora decía a menudo en voz alta lo que pensaba porque no había nadie a quien pudiera molestar. – si los demás me oyesen hablar en voz alta pensarían que me he vuelto loco -dijo- Pero como no lo estoy, no me importa. Y los ricos tienen radios para hablar desde los botes y oír el béisbol. Ahora no es momento de pensar en el béisbol, se dijo. Ahora tengo que pensar en otra cosa. Aquella para la que nací. Podría hacer un pez grande acechando a ese banco. He pescado solo a un rezagado de los que estaban alimentándose. Pero se están alejando muy rápido. Todo lo que se asoma hoy a la superficie se aleja muy deprisa hacia el nordeste. ¿Será por la hora? ¿O será algún aviso del tiempo que no he sabido interpretar? Ya no se distinguía el verde de la orilla, sino solo las cimas de las azuladas montañas, que parecían cubiertas de nieve, y las nubes que asomaban por encima como enormes cumbres nevadas. El mar estaba muy oscuro y la luz cabrilleaba en el agua. Las miríadas de motas de placton quedaban borradas ahora por el sol y solo se veían los profundos cabrilleos en el agua azul que el viejo contemplaba mientras los sedales se hundían directamente en el mar, que tenía allí más de una milla de profundidad. Los atunes-los pescadores llamaban atunes a todos los peces de esa especie y solo los distinguían por sus verdaderos nombres a la hora de venderlos o de canjearlos por carnada-habían vuelto a sumergirse. El sol calentaba mucho, el viejo lo notaba en la nuca y sentía cómo le caían gotas de sudor por la espalda al remar. Podría dejarme arrastrar por la corriente, pensó, dormir un poco y hacerme una gaza en torno al dedo gordo del pie para despertarme. Pero hoy hace ochenta y cinco días y debería pescar como es debido“.
En El viejo y el mar, Ernest Hemingway, pone empeño en retratar una pequeña comunidad de pescadores cubanos. Santiago representa una forma arcaica de pescar, donde el valor individual se mide en la resistencia a las presas. La frase más célebre de la novela es engañosa: “Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. Santiago arde en su propia energía, sin embargo, no busca como el mártir que su suplicio sea ejemplar. Sólo él y Manolín, el joven que fue su escudo, conocen el alcance de su hazaña.
Sobre el autor
Ernest Hemingway, nacido en 1899 en Oak Park, Illinois, forma parte ya de la mitología del Siglo XX, no solo gracias a su obra literaria, sino también a la leyenda que se formó en torno a su azarosa vida y a su trágica muerte. Hombre aventurero y amante del riesgo, a los diecinueve años se enroló en la Primera Guerra Mundial como miembro de la Cruz Roja. Participó en la guerra civil española y en otros conflictos bélicos en calidad de corresponsal. Estas experiencias, así como sus viajes por África, se reflejan en varias de sus obras. En la década de los años veinte, se instaló en París, donde conoció los ambientes literarios de vanguardia. Más tarde, vivió también en lugares retirados de Cuba o Estados Unidos, donde pudo no solo escribir, sino también dedicarse a una de sus grandes aficiones: la pesca, un tema recurrente en su producción literaria. En 1954, obtuvo el Premio Nobel. Siete años más tarde, sumido en una profunda depresión, se quitó la vida. Entre sus novelas, se destacan: Adiós a las armas, Por quién doblan las campanas o Fiesta. A raíz de un encargo de la revista Life, escribió El viejo y el mar, por la que recibió el Premio Pulitzer en 1953.
*Por Manuel Allasino para La tinta.