La imagen y la palabra del Monte
El documental «Toda esta sangre en el Monte», de Martín Céspedes, es un viaje hacia el interior de la vida campesina para sentir los motivos de una muerte violenta, las alternativas de un juicio con suspenso, y la naturaleza de una fuerza vital que no se rinde. Desde que el agronegocio hizo foco en el monte, los territorios rurales se tornaron un escenario minado de tensiones. Este viernes el documental será estrenado en el Cineclub Municipal y luego de la proyección habrá una mesa debate con integrantes de MCC, Mocase, Colectivo de Investigación El Llano En Llamas, Gallo Rojo y La tinta.
Hernán Ouviña para La tinta
Hace casi un siglo atrás, en las páginas de la revista Amauta -dirigida por el joven José Carlos Mariátegui-, la pionera en crítica de cine María Wiesse reflexionaba acerca de la dialéctica entre la imagen y la palabra: “El ritmo precipitado, y quizás un poco inarmónico, de la vida moderna, concuerda perfectamente con el ritmo intenso y nervioso del cinema. Esta época es la época de la imagen, que triunfa sobre la palabra. Más que un diálogo nos emociona y nos seduce una actitud, una expresión, un gesto o una mirada”, escribía en diciembre de 1926. Ríos de tinta han corrido desde ese entonces, en torno a este dilema centrado en la tensión y complementariedad entre ambas dimensiones en términos estéticos.
Una de las grandes virtudes de Toda esta sangre en el Monte es, precisamente, su capacidad de cautivar tanto desde la imagen como a partir de la palabra, aunque sin apelar a representaciones sensibleras ni a la victimización de sus protagonistas, y omitiendo la trillada voz en off o las placas para orientar el sentido del audiovisual. Tal vez como desafío a aquel ritmo precipitado que supo inaugurar el cine con su artificialidad técnica que trastoca nuestra percepción, la película decide poner el foco en el Monte y en la belleza de una naturaleza que nos ofrenda sus contornos, tonalidades y múltiples sonidos, componiendo una temporalidad estacional que cuestiona las manecillas del reloj y la velocidad extrema de las grandes ciudades, activando el “inconsciente óptico” tan atrofiado por el cemento, la contaminación y la urbanidad capitalista. Esta particularidad se ve reforzada con la apelación recurrente que Martín Céspedes hace a la puesta del sol y a las variaciones de un cielo siempre imponente, que en cada cierre de pliego visual nos maravilla e interpela.
La sangre en el Monte se nos presenta como violencia en carne viva y sin mediación alguna: se impregna en las manos campesinas al acompañar el parto de un cabrito, pero también al degollar lo que luego deviene alimento familiar. Es sangre que salpica el hocico de los perros, lamida por ellos en la tierra, y que nutre también a gallinas picoteando el suelo. Vida y muerte se combinan en estos parajes desde un linaje común. Sangre que no se muestra, pero se intuye en el juicio que sienta en el banquillo de los acusados a sicarios y empresarios asesinos de Cristian Ferreyra, integrante del MOCASE. Sangre que late en las venas de brazos sacudiendo sin cesar un árbol añejo a hachazo limpio, hasta hacerlo sangrar. Sangre-miel que despunta de un panal de abejas que es defendido por el enjambre, tanto como el metro de tierra por quien deglute el néctar, mientras reflexiona acerca de este momento sublime que ofrece el entorno rural.
Desde el título mismo, la película denota una toma de partido y una denuncia, a pesar de lo cual no hay bajada de línea ni entrevistas guionadas que induzcan al espectador. La única pedagogía que se deja traslucir es la que ejercita el MOCASE en su vida cotidiana, sin grandes académicos ni educadoras con delantal: aquella que se vivencia y resignifica en la cría de cabritos, en la paciente cosecha del suelo sin agrotóxicos y en la búsqueda de aves escopeta en mano, la que circula en las rondas de mate y en la asamblea realizada debajo de un tinglado o a cielo abierto, la que se aprende y convida de manera colectiva en las movilizaciones, flameando whipalas para exigir justicia por Cristian al grito de “¡Ni un metro más!”. Una verdadera pedagogía de la tierra que sabe que es preciso convencer, para lograr vencer. Es toda esta sangre en el Monte, exuberancia y diversidad de sentidos en la disputa por la tierra, y a la vez toda esta sangre, porque siempre somos las y los de abajo quienes ponemos los muertos en cada conflicto.
El documental retrata la simultaneidad de realidades y tiempos que se contrastan: la de un poder judicial tan precario e improvisado en su estructura mobiliaria como insensible al clamor de las clases populares, y la de comunidades campesinas que enfrentan al desarraigo poniendo el cuerpo, la cabeza y el corazón en una lucha profundamente desigual. Estos actores que libran una relación de fuerzas tan asimétrica, quedan “fuera del encuadre” de las películas de ficción, que tienden a acontecer casi sin excepciones en locaciones urbanas, donde si aparece, la violencia social y política es atravesada más por motivaciones psicológicas o amorosas que sistémicas. Y si bien el cine documentalista argentino y latinoamericano ha abordado en mayor medida este tipo de conflictividades, suele predominar en él una mirada empática y de idealización de los procesos de resistencia campesinos e indígenas, que restan complejidad al análisis y obturan la reflexión crítica en torno a las dinámicas contradictorias que los condicionan.
El decidir colocar al “campo” profundo dentro del campo visual y sonoro (si cabe el juego de palabras), resulta un excelente disparador para debatir y problematizar las transformaciones que se vivieron durante todos estos años en los ámbitos rurales. ¿Quiénes fueron los verdaderos ganadores y quiénes los que perdieron? ¿En qué medida sufrieron una invisibilización las múltiples formas de violencia inherentes al modelo de los agronegocios, a partir de la bonanza relativa y transitoria extraída precisamente del excedente generado en esos territorios? ¿Hasta qué punto esa inyección dineraria que abonó a un consumo acrítico, no operó adormeciendo la sensibilidad en las grandes ciudades, configurando un silencio cómplice frente a estos atropellos distantes geográficamente? ¿No hay, acaso, una especie de daltonismo constitutivo de la mirada citadina, que impide ponderar a estos asesinatos de manera análoga al de otros caídos en la lucha popular?
Más allá de las posibles respuestas y de una polémica que queda abierta, el documental deja en evidencia que el extractivismo no respeta ni siquiera a quien lo gestiona, y deglute comunidades enteras y cosmovisiones de largo aliento en pos de consolidarse hasta en el último rincón donde puedan germinar esos brotes verdes que, por paradójico que parezca, son la maldición de la abundancia para quienes pretenden defender un modo de vida antagónico al del monocultivo de la soja transgénica.
En tiempos de ajuste y creciente criminalización de la protesta, la película de Martín Céspedes se adentra en el Monte santiagueño cámara en mano, para desmenuzar la compleja y ardua trama que se teje, desde abajo y a pulmón, en la digna lucha en defensa de la tierra y contra el despojo. La pantalla es al mismo tiempo un espejo donde mirarnos y confrontar la supuesta “bonanza” del extractivismo en las megalópolis, desde su contracara necesaria en los territorios rurales, sin romantizar la resistencia campesina e indígena, pero tampoco negar la potencia plebeya de lo popular-comunitario, que nos incita a con-movernos a partir de lo sentí-pensante.
Si buena parte del documental es un duelo entre la imagen y la palabra, el cierre del film, con la fuerza telúrica de la “Deo” -militante campesina que, a pesar de la adversidad del poder judicial y represivo del Estado, arenga a sus compas a grito pelado para no bajar la guardia y redoblar la lucha, en un escenario circular donde la carga dramática alcanza su máxima expresión-, parece definir la partida no por uno de aquellos polos en tensión, sino por su abigarrada y cautivante conjunción.
En su imprescindible libro Zapata y la revolución mexicana, John Womack inicia su obra con una provocativa frase, que bien puede ser la puntada para enhebrar el doble relato que, a cara y cruz, se hilvana en Toda esta sangre en el Monte: “Esta es la historia de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución”. Luego de ver la película, no quedan dudas de que -a su modo- las y los integrantes del MOCASE también la están haciendo.
► Toda esta sangre en el monte. Estreno oficial del documental en Córdoba y mesa debate con integrantes de MCC, Mocase, Colectivo de Investigación El Llano En Llamas, Gallo Rojo y La tinta. Viernes 14 de septiembre a las 20:15 hs. en el Cineclub Municipal Hugo del Carril (Bv. San Juan 49).
«Toda esta sangre en el monte»
Documental. 71 min.
Dirección, Guión y Fotografía: Martín Céspedes.
Edición: Alejandra Almirón.
Argentina, 2018.
*Por Hernán Ouviña para La tinta.