“Daniel Ortega dejó de ser de izquierda hace muchísimo tiempo”
Gioconda Belli, ex dirigente del FSLN y escritora, esgrime una fuerte crítica contra el gobierno de Nicaragua y se lamenta por la situación que atraviesa su país.
Por Gerardo Szalkowicz y Lucio Garriga para Tiempo Argentino
En la novela El país de las mujeres, Gioconda Belli imagina un país gobernado exclusivamente por mujeres. Las audaces integrantes del Partido de la Izquierda Erótica ganan las elecciones en Faguas y emprenden el desafío de transformar la geometría del poder. A la ciudadanía la redefinen como “cuidadanía”. No se trata sólo de problematizar la inequidad en la participación sino de repensar las lógicas de hacer política. A ocho años de su publicación, la escritora nicaragüense asegura que, más que una ficción, el libro es “una guía para la acción”, con pistas concretas para trastocar la cultura política patriarcal. Belli, quien aborda en varios otros textos el tópico mujeres y política -otro emblemático es La mujer habitada-, se entusiasma con el auge del movimiento feminista en América Latina: “Para que el mundo sea mejor, las mujeres tenemos que tener más poder”.
Nacida en Managua en 1948, publicó sus primeros poemas en 1970 y, como muchos intelectuales, se metió de lleno en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Fue correo clandestino, transportó armas, y luego como exiliada viajó por el mundo difundiendo la lucha sandinista. Después del triunfo de la revolución, fue vocera del FSLN y ocupó varios cargos, hasta que en 1993 fue parte de la camada que rompió con el partido y recorrió un camino desde el desencanto a la indignación con la conducción de Daniel Ortega.
A la conflictividad social que vive Nicaragua desde el 18 de abril la caracteriza como “una explosión espontánea y de todos los extractos sociales”. Niega tajantemente la injerencia estadounidense, denuncia que “han reprimido con una violencia nunca vista” y despotrica contra el presidente: “Daniel Ortega dejó de ser de izquierda hace muchísimo tiempo”.
—¿Cuál es su lectura de lo que viene pasando en Nicaragua? ¿Cómo es la composición de los sectores movilizados?
—El 18 de abril se dio una protesta contra la reforma del seguro social, pero la manera en que fue reprimida generó una explosión social. Una explosión de todos los estratos sociales. Lo más interesante es que se ha dado una unidad nacional alrededor del repudio a la actuación del gobierno, a un gobierno que nos venía oprimiendo, asfixiando, quitándonos todas las vías de una solución cívica porque desnaturalizaron completamente el proceso electoral. Nos sentimos atrapados con este gobierno que tiene dominio de todos los poderes. Fue como que la gente dijo “ya, esta va a ser nuestra manera de votar” y empezó este enorme movimiento a nivel nacional. El problema es que han reprimido con una violencia nunca vista. Hay más de 400 muertos, miles de heridos, mucha gente que tuvo que huir.
—Daniel Ortega caracteriza la situación como un “golpe blando”, como un intento de desestabilización fogoneado y financiado desde Estados Unidos.
—Eso es totalmente falso, es como una muletilla. Lo dice por desesperación, no quiere aceptar el gran descontento. No hay plata de los Estados Unidos, ahora están diciendo que son las ONG, pero tampoco es cierto. Lo más hermoso que ha pasado es que esto fue autoconvocado, ni siquiera se le puede echar la culpa a un partido o a un grupo. Es un movimiento completamente espontáneo.
—Mucha gente progresista y de izquierda en América Latina se posicionó junto a Daniel Ortega y avaló la tesis de la injerencia norteamericana. También está la inquietud de que si cayera el gobierno sería la derecha quien lo capitalizaría. ¿Qué opina?
—Yo estoy muy desilusionada con lo que está diciendo la izquierda latinoamericana con relación a Nicaragua. ¿Porque es Daniel Ortega se puede matar a 400 personas y no me importa porque es de izquierda? Y no es cierto que sea de izquierda, Daniel Ortega dejó de ser de izquierda hace muchísimo tiempo, una vez en el poder se alió con los grandes capitales. Nosotros tenemos la enorme capacidad para tomar el poder sin la necesidad de la derecha. Hay mucha gente de izquierda luchando porque nosotros no vemos, como izquierda, que Daniel Ortega sea de izquierda. Daniel Ortega es una ficción, autorizó un robo que se llamó “La Piñata” donde se repartieron tierras y casas, se creó una burguesía sandinista, se privatizó la energía de la ayuda venezolana y toda su familia es dueña de los medios de comunicación. Hizo fraude para dominar la Asamblea Nacional, cambió la Constitución para reelegirse indefinidamente, puso a su mujer de vicepresidenta en un país donde tuvimos una dinastía, manejan un lenguaje horriblemente religioso, la esposa de Ortega habla todos los días y parece la Madre Teresa de Calcuta, abolieron el aborto terapéutico. Definitivamente no puede considerarse un gobierno de izquierda.
—Pensando a Nicaragua en el contexto latinoamericano, ¿qué reflexión hace sobre el momento que atraviesa la región?
—Creo que lo más importante es que tenemos que creer en nosotros. Necesitamos una democracia más radical, que venga de abajo hacia arriba. Ha habido mucho cinismo, mucha desilusión, y eso a veces nos hace tener miedo o volvernos indiferentes, individualistas y no salir de nuestro pequeño mundo. Yo animo a todos los que quieren cambiar América Latina a que participemos más, a que nos involucremos en política, en luchas comunitarias, en las luchas de las mujeres, porque somos nosotros y nosotras los que la vamos a cambiar, nadie lo va a hacer por nosotros.
—¿Cómo está viviendo el auge del movimiento feminista en América Latina y el cambio cultural que se viene dando en algunos países como aquí en Argentina?
—Creo que el movimiento feminista en América Latina ya no puede ser detenido. En todo el mundo se están exigiendo cambios. Uno de los grandes retos que tenemos en la región es superar el machismo, que sigue teniendo una fuerza tremenda. ¿Cómo es posible que en Argentina no se haya aprobado el aborto siendo que las mujeres van a seguir abortando pero en condiciones peligrosas? Toda esta corriente de cambios lleva a los sectores más conservadores a atrincherarse en unos valores que ya no pueden seguir siendo predominantes en el mundo de hoy. Esos valores se están acabando. Un gran problema de la humanidad es que nos intentaron inculcar que el cuerpo de la mujer es algo pecaminoso y que no tenemos derecho a ser dueñas de nuestros cuerpos. Para que el mundo sea mejor las mujeres tenemos que tener más poder, porque somos más conciliadoras, tenemos una ética del cuidado, un sentido de la ecología, porque nuestro cuerpo está conectado con la naturaleza. No digo que todas las mujeres sean buenas pero creo que tenemos un sentido mucho más agudo de lo que significa cuidar un país. Lo que pasa es que también entramos al poder bajo unas reglas masculinas, por eso en mi novela El País de las Mujeres hablo de un gobierno de mujeres donde se cambien las reglas.
—¿Qué cree que se puede tomar de esa novela para aplicar a la realidad política? Y ¿cuáles son los desafíos para que una mayor participación de las mujeres implique también un cambio en esas reglas de la política?
—Una de las cosas más importantes que planteo en esa novela es la reformulación del espacio del trabajo. La vida laboral no se adaptó a que muchísimas mujeres que trabajan tienen gran responsabilidad en la crianza, faltan mecanismos sociales como guarderías o lugares en los trabajos donde tener a los niños si se enferman. Hay muchas cosas que se podrían hacer. Están habiendo cambios pero es necesario repensar todo el mundo laboral. Creo que la explotación de la mujer en sus diferentes formas es la semilla de todos los males porque esa dominación empieza desde la infancia. Y en relación al poder, la mujer tendría que entrar de otra manera. Es un proceso largo, en esa novela doy un montón de ideas, lo central es que el poder tiene que cambiar de naturaleza.
—Más que ficción es una guía de acción…
—Sí, no es tan ficción, realmente si esas cosas existieran se podría cambiar mucho la mentalidad. Todo el mundo lo ve como ficción pero todo es practicable. Lo que falta es la voluntad política.
*Por Gerardo Szalkowicz y Lucio Garriga para Tiempo Argentino