Por qué volvías cada verano, una batalla contra el silencio
Por Manuel Allasino para La tinta
Por qué volvías cada verano es la primera novela de Belén López Peiró publicada en abril de este año por Madreselva. El relato sigue el proceso de denuncia contra su abusador, que a su vez, es un integrante de su familia: el tío. Se encuadra dentro de lo que se denomina no ficción, pero también es un hecho político que interpela, porque lo más importante es que es una batalla ganada por Belén López Peiró contra todos los que intentaron callarla, logrando una obra exquisita de su propia experiencia de vida. Haciendo arte de la oscuridad.
“Formula denuncia. Sr. Juez: I – Objeto. Vengo por el presente a formular denuncia por la comisión de un delito de acción pública, del que resultó víctima y por lo cual solicito la inmediata intervención de la justicia para que se dé inicio a la investigación penal tendiente a lograr el esclarecimiento de los hechos y la determinación de su autor. II – Denunciado. Sexo masculino. Ocupación: integrante del Ministerio de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Comisario, 47 años de edad, domiciliado en calle Belgrano N° 86 de Santa Lucía, Provincia de Buenos Aires. III – Hechos. Nací en Capital Federal un 24 de febrero de 1992 en una familia compuesta por mi mamá, mi papá y mi hermano. Actualmente tengo 22 años, soy estudiante y escribo este texto para poder contar lo que viví, sufrí y padecí en mi adolescencia y poder hacer justicia. Mi tío abusó sexualmente de mí reiteradas veces desde los 13 a los 17 años. IV – Calificación legal. Conforme el relato efectuado y sin perjuicio de que la investigación arroje como resultado la acreditación de otras figuras delictivas, la conducta denunciada constituye el delito de <<Abuso sexual>> en virtud del inciso 119 del Código Penal Argentino. V – Petitorio. Por todo lo expuesto solicito: 1 – Tengase por presentada la denuncia y se disponga audiencia para la ratificación. 2 – Se inicie la investigación penal tendiente al esclarecimiento de los hechos y a la individualización de sus autores. Tener presente y proveer de conformidad que. Será justicia”.
Por qué volvías cada verano es un relato polifónico, porque puede ser leído de diferentes maneras, como novela, denuncia o construcción de la autora a partir del dolor. Belén López Peiró describe de manera desgarradora y magistral, el abuso padecido en la adolescencia en manos de un ser despreciable, un macho de familia, un hombre armado, un policía de pueblo, en fin, el tío que nadie desea ni quiere tener.
El abuso que narra ocurre entre los 13 y los 17 años, y empieza en el ámbito de lo más íntimo, en una casa familiar, en el pueblo de su infancia, Santa Lucía, al que iba cada año. Como todo abuso, también es un hecho social que tiene que ver con uno de los usos de las mujeres que el macho cree tener habilitado. Por eso las distintas voces que aparecen impactan, porque habla la víctima pero también la Justicia, el fiscal, su abogado, los miembros de la familia, la madre, el hermano, el padre, el novio de la madre, la tía, la prima, los otros parientes del pueblo, el primer novio, la psicóloga, los peritos y el tío abusador.
“Tocó timbre y lo dejé pasar. Sabía que iba a venir tarde o temprano. Siempre pasaba por mi casa cada vez que viajaba a La Plata, al menos una vez al mes. La usaba como a un galpón, venía a hacerse chapa y pintura, a poner su pija en remojo. Era como un depósito de carne que se deshacía al sol mientras esperaba la próxima visita. Mi mamá se había ido temprano a trabajar. Casi siempre tomaba el bondi al mediodía, pero ese día la revista cerraba temprano. Y mi hermano estaba trabajando. Así que estaba sola, acostada en mi cama de una plaza, en mi cuarto de paredes rosas, con el pijama de verano que mi madrina me había regalado para mi cumpleaños de quince: un short turquesa que se ajustaba a mi cadera y una musculosa negra, con algunas mariposas que bailaban a la altura del pecho. Entró sonriente con si uniforme puesto. Ya me había olvidado lo que era desatarle los cordones. Dejó su arma arriba del armario del comedor, ahí donde casi no se ve, y se fue a la habitación de mi hermano a desvestirse. Quería bañarme rápido antes de seguir viaje. Me metí en la cama otra vez y cerré los ojos. El ruido del agua cayendo me volvía loca. Lo imaginaba en pelotas, enjuagándose con mi jabón. Pero no. De pronto abrió la puerta de mi cuarto, en cuero y bóxers de color amarillo vencido. Me preguntó si quería masajes. <<Podemos usar el gel de tu vieja>>, me dijo. Le contesté que no, pero no me escuchó. Enseguida lo tenía en mis espaldas. Había sacado las sábanas que me tapaban y me había subido la remera. Me bajó el pantalón y la bombacha hasta las rodillas. El primer escalofrío lo sentí cuando puso ese gel sobre mi espalda. Me quedé inmóvil. Pero después giré mi cabeza a la derecha y lo vi. Vi su pija dura. Con una mano me tocaba el culo y con la otra se hacía una paja, despacio, no acababa nunca. Sólo tuve una reacción y fue la última: apoyé mis dos manos rápido a los costados de mi cabeza e intenté levantarme, pero con su otra mano me tiró hacia abajo y ahora sí, ya no podía ver; ni respirar. Sólo pude sentir mi boca temblando y el crujido de mis huesos cuando sus 150 kilos de mierda se abalanzaron sobre mí. Me ahogaba. Sonó el timbre. Había alguien en la puerta que intentaba entrar pero no podía. Me había olvidado las llaves puestas en la cerradura. Él se levantó y corrió a la ducha. El agua seguía cayendo y el timbre sonaba cada vez más fuerte. No me acuerdo cómo pero me arrodillé en la cama, me subí el pantalón y caminé hasta la entrada. Abrí. Era mi papá que había vuelto a casa para almorzar. Lo abracé y le dije que prefería dormir. Por un momento recordé quién era yo sin miedo y quién había sido antes de que el peligro cayera sobre mí como una trampa”.
La infancia y adolescencia de Belén transcurrieron entre Capital Federal y la localidad bonaerense de Santa Lucía, el pueblo de su mamá. Cada año, cuando las clases terminaban, Belén armaba sus cosas e iba a pasar el verano a la casa de sus tíos y sus primos. Allí su tío abusaba de ella. Siempre de noche. Siempre de espaldas, sin mirarla a los ojos. Un tío policía bien macho, de pueblo chico, de poder adquisitivo alto, destilando su poder y su fuerza. Un tío que creía que podía apropiarse de la niñez de una mujer y destrozarla.
Con un lenguaje que le suma crudeza al relato, cada palabra se siente como un puñal. La autora es explícita, va al hueso, escribe sin vueltas. Nombra las cosas por su nombre, no las suaviza ni las tiñe, sino que caen con todo su peso sobre los lectores.
“Abrí los ojos. Estaba todo oscuro. Sólo podía ver la mesa de luz de colores claros que estaba pegada a la cama. Y sentir los dedos adentro mío y la pija apoyada en mi culo. Su cuerpo pesado hacía que me hundiera en el colchón. Otra vez me quedé sin aire. Yo dormía de costado, apoyada sobre mi brazo derecho. Cuando supe qué era lo que estaba pasando hice fuerza para dormir, pero no pude. ¿Y si giraba y lo miraba a los ojos? ¿Si gritaba para que todos me escucharan? O tal vez mejor me quedaba inmóvil y dejaba que siga tocándome y rompiéndome. No tenía otro lugar dónde dormir. Era la primera vez que alguien me tocaba, y era él. Lo sabía porque sentía su respiración, siempre agitada, porque conocía su peso, su cuerpo. Lo sabía porque antes de apagar la luz él decidió dormir en el piso, junto a mi cama, como si se tratara de un favor, de un simple mimo. Yo seguía con los ojos cerrados sintiendo cómo sus dedos gruesos y peludos me revolvían la concha. Su revólver estaba en la mesa de luz. La espalda me dolía. El cuello, la cintura y los muslos se me endurecían. Estaba inmóvil. Hasta que sin pensarlo me levanté y corrí al baño. No giré porque no me animé: no tuve el coraje de mirarlo a los ojos. Nunca lo hice. Él tampoco, porque siempre se aparecía de noche y por atrás. Nunca me miró a los ojos. No se animaba, ni a verme abusada ni a verse abusador. Entré al baño. Como pude me bajé la bombacha y me senté en el bidet. Estaba toda manchada. Un coágulo cayó y lo pude ver porque tardé en abrir la canilla de agua y dejarlo correr. Tenía miedo de que pudieran escucharme, de que supieran que estaba ahí. Tenía miedo de que él abriera la puerta o que se despertara mi tía. No podía saber qué hora era. Florencia todavía no había vuelto de bailar. Me quedé sentada. Dejé que el chorro de agua me alivie el dolor. Sentía un hueco en el estómago, me sentía al borde del abismo. Tenía terror de volver y encontrarlo en la cama. No podía, no quería que fuera verdad. Cuando escuché a Florencia poniendo las llaves en la puerta me tranquilicé. Él no podía hacer nada con ella en la casa pero me equivoqué. Corrí a la habitación y lo vi durmiendo en el piso, como la noche anterior”.
Por qué volvías cada verano es el proceso de construcción de Belén López Peiró, porque primero tuvo que reconocerse como víctima, para poder salir de ese lugar y animarse a denunciar. Y con todo lo ocurrido hacer literatura para transformarse en escritora.
Sobre la autora
Belén López Peiró nació en la Ciudad de Buenos Aires en 1992. Pasó su infancia en Santa Lucía, provincia de Buenos Aires. A los 22 años decidió no volver más al pueblo. Se fue del país y luego regresó. Es Licenciada en comunicación y trabaja como redactora en diversos medios nacionales e internacionales. Es parte del colectivo Ni una menos y Por qué volvías cada verano es su primera novela publicada.
*Por Manuel Allasino para La tinta.