Programa del 1ro de Mayo, recuerdos de un tiempo luminoso
Para quienes ya no somos jóvenes y hemos participado (algunos lo hacemos aun) en diversas expresiones de la militancia social y política de los ’60, los años presentes acumulan aceleradamente recuerdos, esperanzas e ilusiones compartidas.
Por Eduardo Lucita para Resumen Latinoamericano
Son cinco décadas largas del Mayo del ’68, de la Primavera de Praga, del Otoño Caliente Italiano, de los movimientos estudiantiles en Japón y México, del Che en Bolivia. Un tiempo en que, como espejo del “in crescendo” mundial de la lucha de clases, se expresó también entre nosotros, con formas y particularidades propias. Si desde el reflujo de 1967, bajo la coerción de la dictadura militar de entonces, nuestro movimiento obrero y las clases subalternas del país permanecían como telón de fondo de los procesos políticos en la superestructura, fueron esas mismas clases y fracciones, con nuevas formas de comprender la lucha y el combate, las que pasarían a ocupar el centro de la escena política.
En Argentina fue este reverdecer de las luchas sociales el que dio origen a la llamada rebelión de las bases. El Congreso Normalizador de la CGT a fines de marzo de aquel año eligió como Secretario General a Raimundo Ongaro. La dictadura, con la anuencia y complicidad de los viejos burócratas del sindicalismo peronista, partidarios de acuerdos con los militares, no vaciló en utilizar variados artilugios jurídicos para desconocer un acto democrático como pocos.
La fractura estaba consolidada. El debate era cómo pararse frente a la dictadura militar, los “partipacionistas” buscaban defender sus intereses corporativos, los “colaboracionistas” ser parte del régimen, no eran ajenas a estas posiciones las instrucciones de Madrid y el “desensillar hasta que aclare”. Nacía así la CGT de los Argentinos, opuesta a estas corrientes, expresión concreta de la rebelión de las bases, que nucleó a lo mejor del sindicalismo combativo de esos tiempos.
La pluma de Rodolfo Walsh radiografió como solo el podía hacerlo ese primer acto rebelde: “No se trata de un simple reemplazo de hombres ya entregados sino (…) de la transformación radical del sindicalismo en instrumento de la liberación nacional, aunque ello exigiera la destrucción formal de los sindicatos que la encaraban”.
«Durante años solamente nos han exigido sacrificios. Nos aconsejaron que fuésemos austeros: lo hemos sido hasta el hambre. Nos pidieron que aguantáramos un invierno: hemos aguantado diez. Nos exigen que racionalicemos: así vamos perdiendo conquistas que obtuvieron nuestros abuelos. Y cuando no hay humillación que nos falte padecer ni injusticia que reste cometerse con nosotros, se nos pide irónicamente que «participemos». Les decimos: ya hemos participado, y no como ejecutores sino como víctimas en las persecuciones, en las torturas, en las movilizaciones, en los despidos, en las intervenciones, en los desalojos. No queremos esa clase de participación» (fragmento del Programa 1ro de Mayo).
Pero la CGTa fue también una formidable experiencia de unidad social de los trabajadores y de los que enfrentábamos a la dictadura -y un ejemplo para esta actualidad de sectarismo, fraccionalismos varios y disputas estériles-. No sin discusiones y debates convivíamos peronistas combativos, socialcristianos radicalizados, radicales honestos y marxistas de distintas vertientes.
“Honra sin sindicatos que sindicatos sin honra” era el lema que presidía los conflictos de ese entonces: los petroleros de Ensenada; los portuarios de la Capital; los azucareros del Tucumán; las grandes movilizaciones sociales en Rosario y Tucumán, las huelgas de Fabril y el Chocón, todas y cada una de esas luchas fueron cobijadas por la nueva central. “Unirse desde abajo, organizarse combatiendo” fue la consigna que repetíamos hasta el cansancio y bajo la cual infinidad de agrupaciones de base de los sindicatos controlados por la burocracia nos reuníamos día tras día, sea en la Federación Gráfica, sea en el Sindicato de Farmacia o en el de Viajantes, y esto se repetía en los principales centros obreros del país. Así estos locales albergaban una multitud de militantes, un verdadero torbellino de hombres y mujeres, que los convertía en centros de debate y deliberación, también de acción práctica.
Hoy, cuando se privilegian los acuerdos de escritorio, la institucionalidad jurídica por sobre todo, cuando cada paso se calcula casi con formulas matemáticas y debe estar incluido en alguna agenda, releer los párrafos del programa: “El movimiento obrero no es uno ni cien edificios, no es una ni cien personerías…”, aquellas consignas y estas concepciones nos golpean, y nos vuelven a golpear, con un valor ético y moral que se extraña.
No lo sabíamos pero se preparaban así las condiciones para que un año después en Córdoba, se diera ese hecho semi-insurreccional obrero-estudiantil dirigido por Agustín Tosco y Elpidio Torres, que conocemos como el Cordobazo, que dio un nuevo impulso al ciclo de luchas sociales y políticas que se prolongó hasta 1976. Esa fecha en que la noche más aciaga ensombreció nuestras vidas.
El semanario CGT
Si el acto fundacional de la CGTa fue aquel Congreso Normalizador, el salto a la política nacional se da con el primer número del semanario CGT y el Programa del 1º de Mayo: “Mensaje a los Trabajadores y al Pueblo Argentino” publicado en ese número. Así como con el acto en la Plaza de San Justo, violentamente reprimido, con cientos y cientos de encarcelados.
Para muchos de nosotros el programa no era clasista, creíamos ver mucha confusión populista y llamados al empresariado nacional y a los militares patriotas, pero no dudábamos que recogía la experiencia histórica de los programas de La Falda y Huerta Grande y que captaba el aire de los tiempos. No se nos escapaba que ponía como centro de su accionar político a la clase obrera; que era profundamente antidictatorial, democrático y antiburocrático; antiimperialista y rupturista con el FMI, el BM y el BID; que reivindicaba el rol intervencionista del Estado en la economía; que cuestionaba la propiedad privada de los medios de producción y el régimen de compraventa de la fuerza de trabajo. Así en su desarrollo resultaba objetivamente anticapitalista aunque no lo dijera como tal.
«Agraviados en nuestra dignidad, heridos en nuestros derechos, despojados de nuestras conquistas, venimos a alzar en el punto donde otros las dejaron, viejas banderas de la lucha» (fragmento del Programa 1ro de Mayo).
No poca cosa era, si además convocaba a la lucha a otros sectores sociales cruzados por la crisis: pequeños propietarios, profesionales, artistas, estudiantes, intelectuales. “Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiéndolo no actúa tendrá un lugar en la antología del llanto no en la historia viva de su tierra”. Para mí una frase de una belleza y contundencia que hablaba por sí sola y que tiene hoy mayor vigencia.
El periódico semanal fue un formidable instrumento organizador y propagandístico. El Comité de Redacción, no recuerdo si así se llamaba, reunía plumas excepcionales: Walsh, García Lupo, Verbitsky, Pasquini Durán, Guagnini, un nivel periodístico inédito en ese tipo de emprendimientos, que no ha vuelto a repetirse. El diseñador era el “Oso” Smoje un artista plástico como pocos. La ausencia de aquel periódico ha dejado un vacío que, aun hoy, cincuenta años después, se siente.
Se editaron 55 números, alrededor de un millón de ejemplares. Los primeros impresos y distribuidos en la legalidad, pero con las intervenciones y persecuciones la clandestinidad se adueñó también del periódico. Aquel equipo de redacción tuvo entonces la complementación de otro, constituido por militantes anónimos, entre los que me contaba, encargados del armado y la distribución.
Una vez por semana a eso de la medianoche, una camioneta blanca paraba frente a una de las casas colectivas que están detrás del parque Los Andes, en el barrio de Chacarita. Allí descargábamos los impresos, compaginábamos el periódico y organizábamos la distribución, por ese entonces ya reducido a unos 12.000 ejemplares de los 50.000 originales. El flaco Román, administrador del periódico y dueño de casa, coordinaba las tareas y su madre, una vieja y querible republicana, nos cebaba mate hasta la madrugada cuando regresaba la camioneta y se llevaba los paquetes.
Un tiempo luminoso
La CGT de los argentinos fue una experiencia de unidad social de la clase, de ruptura con la burocracia sindical y de fusión de los intereses reivindicativos con los políticos. Experiencia inédita y demasiado breve -1968/1970- pero que abrió senderos. Las luchas que la prosiguieron y el compromiso militante de muchos de quienes participamos en ellas son una clara muestra de ello.
Aquellos dirigentes fundacionales fueron perseguidos y encarcelados; hubo quienes desistieron rápidamente, otros siguieron hasta el final, enfrentaron la dictadura del 76, algunos cayeron en esa lucha, el devenir de otros mejor no recordarlo. La militancia de base nutrió las filas de las organizaciones revolucionarias. Las figuras de Raymundo Ongaro, Agustín Tosco y Jorge Di Pasquale se yerguen en nuestra memoria con luz propia.
La CGT de los argentinos marcó a fuego nuestras vidas militantes y ha quedado redactada con tinta indeleble en la historia de nuestra clase obrera. Este recuerdo y homenaje a tantos y tantas no otra cosa intenta que, como escribiera el poeta, reponer “La memoria en donde ardía”.
*Por Eduardo Lucita para Resumen Latinoamericano. Ilustraciones: Ricardo Carpani.
Militante de la izquierda revolucionaria de los años ‘60 y ’70. Autor del libro “La patria en el riel. Un siglo de lucha de los trabajadores ferroviarios”. Integrante del colectivo EDI-Economistas de Izquierda.