El Brote, un espacio para despertar la escritura que resuena dentro
Por Julieta Pollo para La tinta
En medio del cemento bullicioso de Colón y General Paz, hay un espacio donde germinan las letras. Cálido, luminoso y calmo como un invernadero en otoño, El Brote, escritura creativa es terreno fértil para dejar que fluya la creatividad en sus múltiples formas. Concebido como centro de formación integral, ofrece talleres presenciales y virtuales de poesía, narrativa y hasta de escritura de géneros académicos, como el etnográfico.
Además, se organizan ciclos y encuentros que propician el entrecruce de lo literario con diversas disciplinas como la música, el cine, el arte performático, entre otras. Las posibilidades son infinitas porque somos, esencialmente, la lengua oral y escrita que nos constituye, con la que significamos y construimos el mundo que nos rodea -y nuestros micro universos internos-.
El Brote está pensado como un espacio de escritura que promueve la reflexión y la transformación, por lo que también organiza jornadas de creación en torno a temáticas específicas, como el Taller de Poesía Orgullosa que tuvo lugar en la última Marcha del Orgullo y la Diversidad, o los talleres y fanzines con motivo del Paro Internacional de Mujeres.
La tinta conversó con la poeta, comunicadora y docente Florencia López, gestora del espacio, acerca de la importancia de los talleres en el desarrollo del oficio de escritor, los tabúes existentes en torno a la poesía, las peripecias cotidianas del trabajo autogestivo y los proyectos futuros -el lanzamiento de la editorial y una residencia poética entre las sierras- que ya laten bajo tierra y verán la luz en el transcurso del año.
—¿Cómo surge el espacio de escritura creativa El Brote?
—El año pasado, en medio de un viaje, decidí gestar un proyecto cultural para formalizar los talleres que venía dando. La idea fue enriqueciéndose y así nació este espacio específicamente centralizado en la enseñanza y la práctica de la escritura, no solo literaria sino también académica, que es propia de nuestra identidad y central en el desarrollo de la persona.
En principio surgió un nombre que era Centro de estudios de la escritura creativa y a dos días de presentar el proyecto, cuando ya tenía la tipografía, los logos, todo, dije no… me parecía que no expresaba del todo la apertura del espacio. Si bien es un centro de estudios, porque hay una pata de investigación y de metareflexión de la escritura, ese nombre me sonaba muy contracturado. Entonces, pensando metáforas de lo que sucede efectivamente en los talleres, surgió El Brote. Es una palabra hermosa que tiene que ver con algo que de repente es una cosita chiquitita y esconde adentro todo un mundo. Cuando brota esa semilla aparece algo que es bello de mirar, es un proceso mágico y que requiere de muchos cuidados y en este sentido me pareció que es análogo al proceso de acompañamiento que yo quería en el espacio. Cuando ponés a brotar semillas, lo que día a día va apareciendo requiere de un acompañamiento muy cuidado de parte tuya.
Por otra parte, es un espacio creativo en el sentido de que más allá de tener un lugar físico donde funcionamos, se plantea como una comunidad que van conformando quienes participan en El brote, ya sea dando o tomando talleres presencial o virtualmente. Además, si bien es un proyecto que llevo adelante yo, siempre hablo en plural porque la idea es abrir el espacio a otros profesionales que lo enriquezcan como centro de formación de la escritura y a otras actividades que excedan las instancias de taller. Ahora en mayo comienza uno de Literatura policial coordinado por Guillermo Bawden y Lucía Feuillet y este sábado Rosario Bléfari va a compartir uno de Poesía y canciones.
Por último, lo creativo tiene que ver con siempre poner el foco en la expresión artística de toda práctica que se haga con escritura. Además de narrativa y poesía, doy talleres de escritura etnográfica, que es la forma de escritura de la antropología y que es super interesante para explorar. Es un género totalmente diferente pero que está muy emparentado con la narrativa porque vos contás una historia -siempre contás una historia en etnografía- solo que de sujetos reales, casi como si fuese un documental escrito. El enfoque creativo en este sentido es indispensable porque a la hora de contar la historia, de hablar sobre los sujetos a los que vos fuiste a ver y con quienes hablaste, hay un momento de crear ese rompecabezas que si no sos creativo es un bodoque. La creatividad es una de las variables, es entrar en un hechizo, esa es la magia de la escritura.
—El tema de la práctica sobre el propio arte es una materia postergada en los ámbitos académicos vinculados a las letras. En este contexto, ¿cuál es la importancia de los espacios de formación especialmente orientados al entrenamiento del oficio de escritor?
—La enseñanza de la escritura en Latinoamérica se da en los talleres literarios, es una especie de tradición te diría. Ahí se aprende lo que podríamos decir sociológicamente la carrera del escritor, hay un libro de Murakami que habla un poco de esto. Por ejemplo, si vos querés ser médico sabés que vas a la universidad y tenés un camino pautado… en la escritura ese camino es un poco anárquico ¿no? La vía está en los talleres literarios, en las relaciones sociales, en comenzar a dialogar y vincularte con quienes llevan adelante el oficio. Obviamente tiene que ver con el talento, pero esa es un poco la cadena. En Madrid y Barcelona por ejemplo existen escuelas con materias donde vas a estudiar ser escritor, que es algo que muchos anhelan pero que no existe en Córdoba. En Buenos Aires hay un espacio que empezó siendo una casa cultural y ahora tiene un perfil más de escuela de escritura, se llama Espacio Enjambre y está buenísimo.
—¿Quiénes se acercan a los talleres de escritura?
—Es muy diverso… viene mucha gente que nunca escribió. Lo primero que dicen es ‘yo no sé escribir, no tengo experiencia previa, siempre quise escribir pero nunca lo hice’. Existe todo ese tabú de lo que es la escritura, sobre todo la de poesía, que está muy relacionado con la intelectualidad, la universidad, cierto grado de snobismo y “lo culto”. Eso aleja a muchas personas que no se identifican adentro de ese ámbito porque en su vida cotidiana no se dedican a algo vinculado con la lengua escrita y tienen otras profesiones, pero que siempre han querido escribir o les nace intuitivamente la escritura. Entonces en los talleres de primer año se trabaja en principio que se abran a la escritura.
—Existe una suerte de preconcepto muy arraigado a lo tradicional respecto de lo que es poesía, aunque es un género muy versátil. En este sentido, ¿es un espacio de descubrimiento?
—Algunas de las personas que toman los talleres ya han hecho otros, como los de Pablo Natale en Casa 13, entonces conocen poesía contemporánea… pero hay mucha gente que capaz nunca leyó poesía fuera de los clásicos, entonces le mostrás un poema más oral o cotidiano y dicen ‘ahhh, ¿eso es poesía?’, y eso es fabuloso. El Taller de verano estuvo bueno porque era mixto, de poesía y narrativa, entonces se acercó mucha gente por lo de narrativa -porque hay gente que tal vez ve «Taller de poesía» y dice ‘no, ni loca, la poesía no es para mí’, y al final todos terminaron escribiendo poesía porque vemos muchos elementos de la narrativa aplicados a la poesía.
—¿Qué elemento considerás crucial para alentar a alguien que nunca se animó a escribir o a compartir sus escritos con otros?
—Creo que la clave es sentirse cómodos en un espacio para hacerlo. Justo el martes tuvimos el cierre del Taller de verano y una de las cosas que decían era ‘yo tenía vergüenza, no sabía que se leía en público lo que uno escribió y al final me animé y estuvo bueno, me siento bien leyendo’. La dinámica de escribir y leer en el momento del taller termina entusiasmándolos mucho y en ese sentido que se propicie el ambiente para que el otro pueda expresarse es importante. En esa última clase trabajamos con Cartas a un joven poeta de Rilke, que es un clásico en que un presunto escritor amateur le pide a Rilke que critique sus cosas. Entonces la actividad consiste en que cada uno tiene que escribir una carta a alguno de sus compañeros de acuerdo a un poema que ellos producen ahí, y en medio de eso hablamos de la importancia de cómo le respondo al otro cuando ese otro se abre y te muestra algo que es tan comprometido para ella o él, un escrito poético que fue a veces producido desde una vivencia super íntima y que decide ponerlo en palabras y mostrarlo ahí. Esa cuestión de interacción tiene mucho que ver con la posibilidad de ellos de expresarse y abrirse para leer. Después de generar ese espacio grupal de libertad y confianza vienen otros momentos… corregimos, editamos, vemos cómo ir alejándonos de esa cosa catártica para que en un momento puedan escribir por la misma práctica de la escritura.
—¿Qué lugar ocupa la oralidad en la práctica de la escritura?
—Desde la perspectiva de El Brote no existe escritura sin la voz, que es ponerle el cuerpo a lo escrito. La lectura modifica el sentido todo del poema. En los talleres tenemos varias clases de oralidad donde se practica la lectura con diferentes técnicas de oralidad porque es un componente central de la lengua. La escritura en sí tiene un componente de oralidad aunque no sea leído. Vos agarrás un poema, por ejemplo de Oliverio Girondo, y se lo das a leer a alguien que nunca leyó poesía y lo va a leer de corrido, sin hacer las pausas, los énfasis en las palabras, sin tener en cuenta que no es lo mismo un verso que es una palabra sola o según cómo esté cortado… todo eso modifica plenamente la forma del poema. La conciencia de la necesidad de la lectura en función de cómo se propone desde el poema es necesaria, hay que aprender a poner la voz.
—¿Utilizás otros lenguajes artísticos como modo de estimular la escritura?
—En los talleres de poesía trabajamos con textos y audios y en los de narrativa también con imágenes o videos. Antes yo trabajaba con estos soportes más por la cuestión del estímulo, pero ahora también me parece que sirve para mostrar cuáles son las herramientas o los elementos propios de cada lenguaje: una misma temática, una misma estética inclusive, se puede trabajar desde la poesía, la narrativa, el cine… pero vas a tener distintas herramientas. Entonces es interesante distinguir cuáles están ahí y cuáles usamos acá. Cuando vos te hacés consciente de esa herramienta te empoderás porque empezás a trabajar con eso como un recurso que te sirve para salir de los lugares en los que siempre estuviste, correr un poquito el registro. Te da libertad para elegir hacer otras cosas. Podés agarrar una imagen y escribir sobre ella, pero si después tenés que prescindir de esa imagen tenés que saber cómo hacer para que siga estando ahí, en el texto. El atravesamiento con otros lenguajes permite ver sus especificidades y también correrte de ellas una vez que las incorporaste.
—En tiempos de achique y recorte en los ámbitos de la educación y la cultura, ¿cuáles son los desafíos y las gratificaciones de sostener un proyecto de manera autogestiva?
—Es algo que vivo día a día. Cada vez estoy más convencida de que no podría hacer otra cosa. Hace un tiempo tomé la decisión de laburar en lo que creo, y creo en esto. No solamente por cómo me siento yo haciéndolo sino porque veo los resultados en la gente, en algún punto les transforma la vida… suena grande decirlo pero no es tan lejano. Al margen de ser un taller literario, por cómo funciona abre un espacio que le permite a otro sujeto transformarse. Más allá de no plantearse como terapéutico, aunque lo sea, sí hay algo que se modifica. Es una veta que tiene la docencia y que es lo más satisfactorio: transmitir un mensaje en el cual creo. La libertad es para mí un bien preciado no solo por ofrecer los talleres como quiero, sino porque es un espacio conquistado. Para que hoy exista El brote he tenido que hacer un montón de cosas y eso también genera una responsabilidad muy grande, y en ese sentido tengo una conciencia completa de todo el tiempo pensar y repensar. En términos de lo dificultoso, cargarte al hombro un espacio es un tema porque hay otras tareas que acompañan necesariamente lo que hacés: el diseño de la publicidad, el diseño de los eventos, la difusión, la comunicación en redes… puede llegar a ser un poco agotador, pero es apasionante y aprendes un montón de cosas en el medio.
—Además de los talleres de escritura, ¿qué proyectos se desarrollarán este año en El Brote?
—Además de los talleres que te conté, este año vamos a lanzar la editorial. La idea es que sea abierta y editar a mucha gente. No se plantea apegada a una determinada línea estética, luego se hará una sección de catálogos para ordenar un poco el caudal. Por otro lado, cerca de fin de año vamos a organizar una residencia poética en la que podamos convivir un fin de semana en las sierras, tomar talleres con escritores que vengan de otros puntos del país y realizar actividades más clinicales si se quiere. Este verano hicimos una residencia poética en La Bolsa con los chicos del Taller de poesía anual y fue una experiencia muy hermosa.
—Este sábado Rosario Bléfari estará en El Brote, ¿cómo surgió la idea de invitarla a compartir un taller de poesía y canciones?
—Rosario Bléfari es una artista que yo sigo hace tiempo… no es masiva pero tiene una trayectoria impresionante y es un poco una representante de una estética que laburamos siempre en los talleres que yo le llamo estética anecdotaria y que conjuga a muchos que tienen una trayectoria en distintas artes: son escritores, cineastas, poetas, pintan, cantan. Se especifican en una disciplina pero tocan de todo, son una generación de artistas producto de los años 90 que no se forman en las universidades necesariamente sino más bien en talleres, ciclos, amigos de amigos que se enseñan a tocar, a cantar, que editan libros. Ahí nace esta estética de lo independiente que hoy es furor. En medio de todo esto, nació una editorial que se llama Belleza y felicidad que hacía unos libritos chiquititos en la época en que se empieza a poder imprimir y hacer tus propios libros, boom en el 2000 pero que en realidad comienza a surgir a fines de los 80. Rosario Bléfari, una de las editadas de Belleza y Felicidad, viene a compartir sus canciones a Córdoba y me pareció genial que diera un taller en El Brote así que la convoqué. Va a ser este sábado 7 de abril a las 11 de la mañana.
►Las canciones y los poemas. Taller de escritura coordinado por Rosario Bléfari. Sábado 7 de abril a las 11 hs. Informes e inscripciones: elbroteescrituracreativa@gmail.com
*Por Julieta Pollo para La tinta.