Modrow: “Se puede pasar a una guerra caliente en cualquier momento”
Hans Modrow es historia viva de Europa. Siendo adolescente participó en la II Guerra Mundial. Fue hecho preso en la URSS y después se afilió al Partido Socialista Unificado de la RDA, donde se convirtió en el último presidente de Alemania oriental. Tras la caída del muro fue diputado en el Bundestag de la reunificación y posteriormente estuvo en el Parlamento Europeo. Modrow vivió los sueños de emancipación del siglo XX y advierte de que las pesadillas de ese tiempo están regresando a Europa.
Por Carmela Negrete para El Salto
—¿Cuándo fue la primera vez que usted oyó hablar de la revolución de octubre?
—La primera vez fue cuando la II Guerra mundial comenzó y los fascistas dijeron que los bolcheviques en Rusia habían ganado y que había que luchar contra ello. Yo fui prisionero de guerra en la Unión Soviética cuatro años. Desde los 17 años ya era prisionero. En 1948, antes de irme en enero a casa, visité una escuela antifascista y allí tuvimos un curso sobre la revolución de octubre, que formaba parte del plan de estudios. Me quedé medio año mas como asistente de mi profesor.
—¿Y en su familia se hablaba de ella?
—Mi padre era miembro del NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, partido nazi) ya en 1933 con la idea que hoy se observa en los miembros y votantes del partido AfD. Era panadero y se había arruinado y creyó que con sus 33 años volvería a tener su panadería, que se subvencionaría la artesanía, ya que la crisis había arrasado con su negocio. Los nazis explicaron que superarían la crisis. Mi padre, sin embargo, no trató de convertirme en un joven fascista, seguramente porque él mismo estaba desencantado.
—¿Qué significado tuvo para usted la revolución de 1917?
—La historia de las revoluciones está muy ligada a la historia de las guerras. Cuando estudiamos en Moscú sobre la revolución de octubre no se hablaba de lo que hoy sabemos, que era un proceso revolucionario que comienza con la guerra ruso-japonesa en 1905. Es un proceso que comienza como resistencia contra la guerra. Que se forma en una situación controlada por el zarismo. Todo ello supone un contexto que no se nos enseñó en toda su profundidad. Entonces, después vino la Primera Guerra Mundial y se confirma que la Rusia zarista va a la guerra y Alemania y Rusia se enfrentan en esa guerra. Quedará claro que el Ejército ruso está formado sobre todo por personas que provienen del campo, que son dependientes de los grandes propietarios de tierras mientras que esta primera guerra fue asimismo un impulso a la industrialización.
—La guerra tiene que acabar. Es el primer mensaje asociado a la revolución de octubre
—La imágenes que conocemos de esa guerra muestran la dimensión de la industria armamentística y de los cañones que se construyeron ya en esa época. Los tanques también fueron construidos en Rusia. Es decir, que se forma una clase trabajadora en torno a la preparación y desarrollo de la guerra. Las contradicciones crecen y las fuerzas políticas en el país se plantean la cuestión de si la guerra continuará o si se puede parar.
La ilusión de que se podía terminar la guerra permaneció,y en febrero de 1917 tuvo lugar una revolución en la que se acaba con el zar, pero no termina la guerra. La guerra continúa y cuando Lenin en abril llega a Petrogrado hay una situación en la que todo está a punto de irse a la porra. Seguir con una revolución burguesa, que al parecer esta teniendo lugar cuando la Rusia feudal pierde su poder, o bien ver cómo la historia sigue su curso.
Creo que hay dos momentos de la historia que hay que tener en cuenta cuando se habla de la Revolución de octubre. Lo primero es Lenin que, en el marco de ese movimiento socialdemócrata, pedía que la guerra se terminase. La guerra tiene que acabar. Es el primer mensaje asociado a la Revolución. Ese decreto para la paz, que hoy tiene más actualidad que nunca, que dice que no se quería tener ninguna guerra y que no era posible llevarlo a cabo con un gobierno provisional. Era por ello necesario seguir adelante con la revolución.
El segundo gran problema es lo que ocurre cuando los soldados vuelven a casa y el señor feudal sigue teniendo el poder. La pregunta por tanto del reparto de la tierra, una pregunta que ha permanecido actual hasta nuestros días: miremos a Latinoamérica. Brasil, Venezuela o cualquier otro país. En todas partes la pregunta de la tierra está en el aire. Los bosques son talados no para que los campesinos reciban tierras, sino para que los grandes propietarios puedan seguir teniendo beneficios. La revolución de octubre es una historia de hace cien años, pero los problemas que se plantearon entonces siguen siendo actuales.
Con la II Guerra Mundial se da un nuevo proceso revolucionario. En las conferencias de Yalta y Postdam se llevan a cabo negociaciones entre los poderes ganadores de la guerra y Stalin, Churchill y Truman toman una decisión en función de la cual después de la guerra tienen que tener lugar cambios fundamentales en la sociedad. Incluso CDU en aquel momento dijo algo así como que el capital no puede seguir dominando de esta forma.
La guerra dejó un convencimiento, un conocimiento del funcionamiento del capital. Y vino la guerra fría en la que vivimos una fase de paz caliente mas que una guerra fría, ya que los acontecimientos se movían entre la guerra y la paz.
—¿Qué pasó en ese periodo, cómo fueron los hechos de 1961 en Berlin que dieron lugar al nacimiento del muro?
—La forma de escribir la historia hoy dice que hubo el 13 de agosto [ese día se cerraron las fronteras entre la RDA y la república federal], pero sobre lo que pasó en junio en Viena no se habla. Kennedy y Kruschev se encontraron y ambos hablaron de la guerra o la paz. Kruschev le dice al joven presidente de Estados Unidos que el había vivido tres guerras, la primera guerra mundial, la guerra civil y la segunda guerra mundial: «No quiero vivir otra».
Hoy vivimos una situación en la que ni siquiera se está dispuesto a llevar a cabo conversaciones de esta calidad. Es inimaginable que el presidente de EE UU y de Rusia se encuentren. En junio de 1961 parecía posible, hoy parece todo imposible. La situación de conflicto sigue escalando. La guerra y la paz están relacionadas, pero la guerra y la revolución van también de la mano. Con este aniversario esto es lo que creo que debería recordarnos a todos nosotros, llevarnos a reflexionar.
—¿Cómo se desencadenó el final de la RDA?
—Tenemos una fase después de la segunda Guerra Mundial que fue un tiempo de guerra fría, entre la OTAN, la UE, el Pacto de Varsovia… Pareciera que con el año 1990-91 comenzase una fase que trae esperanza de paz. Para mí estaba claro que las potencias ganadoras seguirían muy de cerca el desarrollo de Alemania. La RDA entró en la República Alemana. ¿Fue una colonización? ¿Una agresión? Todas estas preguntas pueden ser utilizadas en el ámbito político. Yo quería ir hacia otro camino y en 1990 estuve en Moscú con Gorbachov negociando.
Mi idea era claramente que la situación de los ganadores estaban moviéndose a favor de una reunificación de los dos Estados alemanes. La conclusión fue que las potencias firmarían un contrato cediendo los derechos a una Alemania reunificada y en segundo lugar yo creía que se iba a necesitar una fase de tres, cuatro años para llevar a cabo la reunificación.
Se habló de una unificación mediante un contrato que Helmut Kohl había reconocido, sobre una confederación en acuerdo con un muy buen conocedor de Alemania como Valentin Fallin, con el que hablé sobre estas cuestiones. También en noviembre hablé con Egon Krenz [exsecretario del Partido Socialista Unificado de Alemania] y entonces se dio una situación en la que se formó un parlamento, que ya había tenido su precedente en la República de Weimar.
La pregunta clave sin embargo seguía sobre la mesa: ¿esta Alemania reunificada debía ser una Alemania neutral, ya que Austria permaneció también neutral? Gorbachov, Kriuchkov [director de la KGB], el ministro de exteriores Shevardnadze estaban en la mesa de negociación y al parecer estábamos de acuerdo.
En febrero, el ministro de exteriores de EE UU estuvo en Moscú y Gorbachov y él aceptaron una Alemania reunificada pero que pertenecería a la OTAN. El 10 de febrero de 1990 fue Helmut Kohl a Moscu y ya no tuvo que negociar nada. Él trajo apoyo para Gorbachov, que se enfrentaba al hambre del pueblo, que necesitaba carne y otros alimentos, lo que proporcionó Kohl.
—¿Cuáles fueron las consecuencias?
—Las preguntas claves quedaron fuera del acuerdo. En 2004, como miembro del Parlamento Europeo, fuimos con un grupo de parlamentarios al cuartel general de la OTAN y escuchamos una discusión de un almirante del Ejército alemán que nos informó sobre la posición de la OTAN. Mi pregunta fue cómo motivaban a sus soldados para llevar a cabo una guerra en Afganistán. Me mira y me dice: «por supuesto, contra los comunistas». Es decir, que el anticomunismo seguía siendo importante en 2004.
Tuve una discusión con un general alemán que también formaba parte de la dirección de la OTAN y le dije que cómo podía haber un equilibrio en Europa cuando la OTAN ha ido avanzando kilómetros y kilómetros hacia el Este y me respondió que nada de eso era un problema.
Miremos lo que pasa y vemos que desde 1991 hasta 2016 hay una fase en la que supuestamente ha sido normal que tanques alemanes se paseen por el Báltico, que se lleven a Polonia. Y en Rusia vemos que tampoco paran de hacer maniobras. Se puede pasar a una guerra caliente en cualquier momento, es la situación que en este momento se vive en Europa. Cuando se piensa que en 1999 en Yugoslavia hubo una guerra hay que preguntarse hoy en qué punto estamos hoy con el resultado de las elecciones que en Alemania han tenido lugar.
En Austria, en la República Checa, en Polonia, en Francia… Tenemos una Europa en la que estamos de nuevo en un punto donde la pregunta de la violencia y del terror no son las únicas en el aire, sino la pregunta de la guerra, que se ha vuelto de nuevo una posibilidad. Cuando hay sucesos como los que tuvieron lugar en Berlín en los días de navidad del año pasado, puede sea un desafío que lleve los tanques y los cañones a rodar de nuevo. Estos están de nuevo en la frontera con Rusia.
—¿Cómo se revierte esta situación?
—¿Quién quiere acabar con el equilibrio que se trató buscar en 1991? Los jóvenes tienen que comprender lo delicado de la situación. Yo también tuve que plantearme la cuestión con mis 17 años de por qué hubo la guerra cuando se acabo la II Guerra Mundial. Yo volví con el convencimiento de que la guerra no puede repetirse ni el fascismo tampoco. Es un riesgo que lleva a que millones de personas sean asesinadas. La generación joven de hoy no podrá decir que no sabía nada.
Vivimos en un mundo en el que los flujos informativos no son comparables con los que nosotros por aquel entonces teníamos. Pero también en ese sentido hay riesgos que no pueden ser ignorados. Las personas jóvenes se dejan manipular más fácilmente. El resultado es en Alemania, por ejemplo, que el establishment trabaja de nuevo con elementos fascistas, con todos los riesgos que estamos enumerando. En Alemania además tenemos una fuerza especial en todos los países de habla alemana.
Hace cien años la guerra y la paz estaban cerca. Y si miramos al pasado, a la revolución de octubre, debemos no olvidar un problema: cuando Lenin y los revolucionarios comenzaron la revolución esto podía tener una repercusión en otros países. En Alemania hubo tuvo lugar la revolución de noviembre de 1918, hasta entonces había un Kaiser alemán. Entonces vino la República de Weimar. ¿Cómo se fue a la porra? Quien no tiene en cuenta todas estas cosas, se puede ver superado por los acontecimientos y eso puede suponer catástrofes que ya creíamos superadas.
—El SPD (partido socialdemócrata alemán) no conmemora la revolución de octubre en la medida que lo hace Die Linke, ¿por qué? ¿Por qué cree que los nuevos partidos europeos como Podemos quieren separarse de la tradición de izquierdas?
—La ideología, la motivación en la primera Guerra Mundial estaba muy diseminada en la socialdemocracia porque ellos estaban dispuestos a todo para defender la patria. Esa defensa de la patria es el nacionalismo que debía superar a la confrontación entre capital y la clase trabajadora.
Es la diferencia con Rusia: lo que explotó con la Revolución de octubre en Rusia tuvo un carácter muy diferente. Se plantea la pregunta de que esa patria en realidad no existe. El zarismo se había acabado pero no había un país como tal. De momento se forma un campo de confrontación. Uno se puede abstraer de la relación entre guerra, paz y revolución. Sin embargo, en 1918 pasó también que la guerra se había acabado pero también la dominación del Kaiser.
Vivimos en un tiempo en que los pueblos tienen que desarrollar confianza los unos en los otros y no confrontación. Ese punto es la cesura en la que estamos: o bien lo conseguimos o...
Quien quiere armonía sabe que es necesario un equilibrio. Y en Europa si queremos paz necesitamos equilibrio. Es algo que tienen que hacer todas las partes. Encontrar la forma de deshacer o desmantelar las diferencias. En estos dos, tres años será lo fundamental bajo mi punto de vista. Los Estados Unidos de Trump, China, el Brexit, la OTAN, la UE… quien apueste por la guerra y la violencia tendrá que preguntarse cómo volver a la paz. Esta es la pregunta que casi nadie se plantea. Cómo conseguir la paz. Solamente se piensa en cómo imponer los intereses propios.
Una lección que he sacado de mi vida política es que los países no tienen amigos, sino intereses. Creo que Merkel también lo ha comprendido. La política tiene el cometido de imponer los intereses del país para el cual estos intereses tienen efecto. Cuando Merkel dijo que «No podemos confiar en nuestro amigo americano de forma incondicional» la pregunta era qué intereses alemanes están en confrontación con el superpoder de los Estados Unidos. No lo ha dicho de forma clara, pero la contradicción estaba sobre la mesa.
En este momento es la misma pregunta que se plantea en Europa. Esta problemática que se está creando en torno a un supuesto nuevo contrario, Rusia… Las posibilidades, los análisis de la realidad han de llevar a la pregunta de si los conflictos aun se pueden resolver a través de la negociación política. Mientras que se comprenda que hay que mantener los equilibrios que no conduzcan a la guerra va a tener que haber acuerdos.
Son preguntas que en la realidad de los cálculos políticos se plantean poco: ¿conozco mis puntos fuertes y puedo con ellos construir una relación de confianza mutua? Creo que es lo que Kruschov y Kennedy en 1961 comprendieron: ninguno quería una guerra, así que sabían que se tenían que comportar de tal forma que no tuviera lugar esa guerra. En el conflicto que tuvo lugar en Cuba no se llegó a la guerra.
Tenemos una fase en la que estamos muy cerca de una guerra caliente y hay que ser conscientes de que después de cien años de la revolución de octubre nos encontramos de nuevo ante las preguntas que tienen que ver con la guerra y la paz, y que solo tienen la oportunidad de ser resueltas con el sentido común.
–La revolución de octubre llevó al socialismo en los países soviéticos. Después de dos generaciones que fueron educadas en el socialismo, no se cambió fundamentalmente la naturaleza de las personas. Muchos funcionarios del partido se volvieron oligarcas en Rusia. ¿Cuál fue el error?
–Es una pregunta muy complicada, que yo no le puedo responder de forma definitiva. Parto de nuestra experiencia, y me refiero a la RDA, donde he vivido y di mis primeros pasos políticos, ya que después también seguí en la política en el parlamento europeo y en el alemán (nadie me puede echar en cara solo conocer una de las dos vidas políticas).
La idea que los socialistas llevaban consigo, de la cual yo formaba parte, educar un nuevo y crear un nuevo ser humano creo que es una ilusión. ¿Dónde empieza el nuevo ser humano? Yo en ese sentido soy mas de Fidel Castro, que siempre dijo, ¿a dónde va el hombre?
Si esa generación que hizo la revolución, que liberó a Cuba, ya no existe, cómo será la transmisión de las ideas revolucionarias y de los pensamientos. Nosotros teníamos la idea de que el socialismo ha ganado y el nuevo hombre ha aparecido de las cenizas. Y eso no es correcto. Las personas viven en una sociedad llena de contradicciones, en las relaciones a veces también somos imprevisibles. Creer que habrá una hora cero y ya se tiene el nuevo hombre y todos vivirán en paz… eso no va a funcionar.
Tenemos que ir mas al fondo de la cuestión y preguntarnos la pregunta central que siempre veo y vivo: ¿cómo es la base social? ¿cómo es la situación de la propiedad? ¿dónde están las fuentes de la riqueza y la pobreza?
Y en ese sentido Marx no se puede dejar de lado. Marx no tuvo nunca la intención de desarrollar una ideología, si no que trató de analizar un sistema económico y de poder y explicárselo a las personas: la plusvalía, el capital, el trabajo, con todas las contradicciones que vivimos aun.
Esas preguntas no se responden con la construcción en la hora cero de un nuevo hombre, sino que, y esto es lo que pienso ahora que me encuentro al final de mi vida, que si al final estas contradicciones se siguen acentuando, ya no serán solo contradicciones que afectarán a las personas, sino al entorno, ya que las personas son también elementos de la naturaleza, y podemos estar acabando con las posibilidades de supervivencia en la tierra. No podemos volar a la luna ni a Marte. Tal vez puedan hacerlo dos decenas de personas. Con todas las diferencias que tengo con la iglesia católica, la iglesia hoy con su papa que viene de Latinoamérica y conoce la necesidad y la pobreza y el poder y las estructuras, solo puedo decir que tiene razón cuando dice una y otra vez: «Personas, entrad en razón!».
*Por Carmela Negrete para El Salto.