El regreso de Twin Peaks: el arte (no) se explica
Suena una melodramática música ochentera, nos movemos por la carretera y enseguida estamos ahí, en Twin Peaks, el mítico pueblo que en los años ‘90 fue el lugar para las más desopilantes aventuras del Special Agent Dale Cooper y sus laderos locales y federales, y que además se constituyó como una pieza fundamental para la producción televisiva de culto.
Por Luca Miani para La tinta
La serie que se preguntó por el femicidio (sí, es hora de llamarlo tal cual es) de Laura Palmer volvió este 2017, a 25 años de su segunda temporada, para cerrarse en sí misma en un ejercicio temporal osado y desesperante. Una tercera temporada que nos llena de nostalgia, por momentos nos aburre, luego nos esperanza con la posibilidad de entender de qué va y ZAS!.. volvimos a no entender nada de vuelta. Esta temporada empieza donde termina y viceversa. Entonces: ¿es el futuro o es el pasado?
Claramente las 18 partes -no episodios- que dan forma al regreso de la serie del director estadounidense David Lynch y su coequiper Mark Frost han despertado opiniones diametralmente opuestas. Y si bien siempre fue polémica, parece ser que Lynch ha radicalizado su postura de hacer un guion sin concesiones ni fórmulas: “Hay clases de guion que lo reducen todo a reglas. Pero no hay fórmulas, no debería haber ninguna regla. Hay cosas que supongo que tradicionalmente funcionan. Pero siempre digo que las ideas dictan todo. Sigue las ideas de las que te has enamorado y sé fiel a ellas. Y ellas te lo dicen todo, así es cómo se hace” dijo a semanas del estreno, de lo que sería uno de los eventos televisivos más importantes del año y la apuesta más fuerte de la productora Showtime que, ,para tener el regreso de Twin Peaks, le dio total libertad al director (y él hizo valer plenamente esa libertad).
Pero el regreso ¿logró ser rentable en términos de audiencia y el evento televisivo que esperaba la productora? La respuesta es un rotundo no. La primera parte fue vista, según datos de Showtime, por 620.000 personas. Para tener una referencia, el primer capítulo de la última temporada de Game of Thrones fue visto por 10 millones de televidentes.
Sin embargo hay otro análisis posible acorde a los tiempos que hoy corren en materia de la industria del entretenimiento. Sucede que el regreso de Dale Cooper fue colgado semana a semana en el streaming predilecto Netflix y en la plataforma digital de Showtime. Y es acá donde los datos empiezan a mejorar: la primera parte cuenta 4,3 millones de espectadores y una avalancha de nuevos suscriptores para la productora. La jugada les salió perfecta. Y pasa por lo antes mencionado. Vivimos un nuevo movimiento dentro de la industria del entretenimiento que está atravesado por la internet y nuevos parámetros para saber si los productos son exitosos o no. Igualmente, la diferencia con Game of Thrones en este análisis es también abismal. A través de los medios digitales la audiencia alcanza los 30 millones.
Este cambio de época también ha sido materia para comentarios de Lynch, que ha sabido señalar que no es meramente una cuestión formal de la distribución del contenido, sino que además tensiona la forma de producción de ese contenido. No es lo mismo grabar 22 capítulos para los tiempos televisivos de los años ‘90, con anuncios publicitarios que cortan la atención del espectador por unos minutos y le permite al director volver a empezar luego de cada corte, que un continuum de 60 minutos en donde el realizador se ve ante la necesidad de aplicar ciertos artilugios que nos mantengan atentos.
¿Cómo hace entonces Lynch, para enfrentarse a la necesidad de algunas reglas que mantengan nuestra atención? Bueno si me permiten, acá es donde aparece la genialidad del director y no me refiero a los aspectos técnicos, que son una de las aristas para discutir la valoración de Twin Peaks. Sino en la conciliación entre las ideas centrales de la historia y la estrafalaria simbología en la lógica disfuncional de la trama que nos hace fallar incesantemente en su interpretación, pero al mismo tiempo nos despierta el deseo por aprehender algo que es inaprehensible. Esa lógica complicada y por momentos contradictoria, encierra un volumen artístico que no puede dejar de ser mencionado. David Lynch está haciendo arte. Arte contemporáneo en la época de las producciones televisivas pensadas para los mercados definidos por tendencias de consumo que registra el “Big Data”. Se mete en el mundo del algoritmo, se mezcla entre su oferta, y hace algo único e irrepetible.
Como en toda obra de arte, su realizador reúne una serie de elementos en pos de señalar un matiz, una intensidad, una iluminación, una perspectiva de aquella idea que ordena a dichos elementos. En esta temporada/obra vemos nuevos personajes e historias que se mezclan con las múltiples que venían desde su última emisión en 1992. La experiencia musical, también presente en sus anteriores temporadas, ahora cierra cada una de las partes con un despliegue de nombres conocidos y gratas revelaciones, que da cuenta de la dimensión de algunos lugares clásicos de la serie como el “Roadhouse”, bar de mala muerte del desgraciado pueblo yanqui.
A su vez vuelven los personajes que funcionan a dúo, dándose sentido mutuamente e incluso la sexualización burda de algunos personajes femeninos que nos lleva a pensar en el carácter irónico de la representación. Pero hay elementos realmente novedosos como la incorporación de escenas de sexo y violencia explícita que oscurecen más en relación al tono pintoresco y humorístico que tenía en sus principios. Twin Peaks se ha globalizado, y aquello que antes estaba entre montañas y bosques ahora explora nuevos escenarios a lo largo y a lo ancho de Estados Unidos, e incluso de Buenos Aires. Hasta la cafetería de Norma (The RR) se ha convertido en franquicia. Por todo esto se puede leer una autonomía relativa entre el resto de la serie y la última temporada que se cierra como una obra acabada y autocontenida. En ese sentido, cada una de las partes es fundamental a pesar de que algunas son un verdadero reto a la paciencia del espectador. Como obra acabada no se puede prescindir de ninguna y de hecho creo que Lynch es provocador denunciando la situación, que él mismo ha provocado, a través de su personaje Gordon Cole: “Albert, odio admitirlo pero no entiendo nada de esta situación».
Los misterios son misterios porque no se explican, Lynch lo sabe y quiere que lo sepamos. Sin embargo, nos vemos obligados a intentar saciar ese impulso por dar cuenta por como son las cosas. Como arte contemporáneo, el regreso de Twin Peaks nos interpela íntimamente, con su encantador desorden, para tratar temas clásicos como la muerte, el tiempo, la duplicidad y la experiencia onírica.
Hay detalles deliciosos que, a mi entender, dan cuenta de lo auténtica y comprometida que ha sido esta producción. Por ejemplo, la actriz que interpreta a “The Log Lady”, Catherine Coulson, que murió durante el período del rodaje, en su última aparición, ya con un avanzado cáncer terminal, se encarga de que su personaje que también muere en la ficción le comunique al espectador que la muerte no es un final sino un cambio. Un detalle que recuerda un poco a David Bowie, que oficia de un personaje clave en la serie e hizo de su último álbum un mensaje de ultratumba que, lejos de ser aterrador, fue artístico. Casualmente el personaje de Bowie, en esta temporada vuelve a hablar desde la muerte.
Si uno pretendiese dibujar todo esto, posiblemente no dude en esbozar un círculo, en donde no queda lugar para una frontera que delimite lo real de la fantasía, el sueño de la vigilia, el pasado del futuro. Los personajes de esta obra se encaminan a desandar la muerte, corregir los errores, vivir normalmente, pero jamás lo logran. Están condenados a preguntarse quién mató a Laura Palmer, si es que murió.
Lynch logró darle cierre a una serie que estará siempre abierta en el imaginario de aquellos que la han visto. Hizo propio un lenguaje visual que se convertirá en sello, si es que ya no lo es, como el de los grandes artistas. Nos provocó con un misterio que por momentos parecía pan comido, solo para mostrarnos, como nadie últimamente, que el mundo es raro.
*Por Luca Miani para La tinta
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