Daniela Martín: “Hay que trabajar la reconstrucción de los vínculos amorosos”
Directora teatral, dramaturga, docente universitaria, miembro del Consejo Directivo de la Facultad de Artes e investigadora, pero sobre todo teatrera y creyente en lo colectivo, tiene la fuerza de las que van por lo que quieren, con la transparencia de las que dicen lo que tienen que decir. Contundente en sus discursos y con una sensibilidad artística que se demuestra en sus obras, Daniela Martín aparece en la escena cultural cordobesa con protagonismo.
Por Soledad Sgarella para La tinta
Es jueves a la mañana y Daniela Martín llega a la Comisión de Enseñanza del Consejo de la Facultad en medio de preparativos para rendir concurso en una cátedra. Seria, pero con los ojos inquietos y llenos de brillo y de lucha, de la lucha esa que genera construcción y que no para. De esa que hace crecer en los pañuelos memorias bordadas en plazas, y en los diálogos hace brotar creatividad, tanto en sus obras como en la vida cotidiana. La tinta se acercó a preguntarle sobre su actividad teatral y sus trabajos colectivos. Acá van unas respuestas que mejor no perderse.
—¿En cuántos grupos estás trabajando actualmente y con cuáles funciones?
—Formo parte de dos grupos. Soy directora del grupo Convención Teatro que, en realidad, es un grupo bastante particular, porque no se organiza como grupo con integrantes fijos, por ejemplo. Convención Teatro, en ese sentido, es una identidad móvil, podríamos decir, a la que cada reunión de personas para un nuevo proyecto, le determina su forma particular de hacer y ser grupo. También es cierto que hay actores y actrices (amigos y amigas), como Mauro Alegret, Maura Sajeva, Analía Juan, Estefanía Moyano, Alicia Vissani, (y más…) que están en varios de los proyectos de Convención, y que son una parte importante de esta ética de trabajo que es privilegiar el trabajo grupal por sobre la tarea individual de cada uno o una. De ahí nombrar el trabajo como grupal, a pesar de no tener grupo estable. No me interesa la idea de “elenco concertado” (modalidad que se usa mucho) o de difundir la obra como la autoría de una sola persona. De ahí esta organización móvil.
También integro la colectiva Bordamos por la Paz Córdoba, que llevamos adelante con Carola Margara, Sandra Mutal, Claudia Abichain, y en los primeros años estuvo Jazmín Centeno. Quiero decir también que en esto que somos, somos muchas más que nosotras, porque las plazas se sostienen por todas las personas que le ponen el cuerpo a la acción, al trabajo silencioso e íntimo con cada caso, cada pañuelo…
—Contanos un poco cómo llegaste a Bordamos por la paz, y cómo sentís o construís este vínculo del arte y la política…
—Bordamos por la paz Córdoba es una colectiva que se propone, replicando el trabajo del grupo Fuentes Rojas, en México (y otros colectivos de bordadoras también de ese país) bordar en espacios públicos, en plazas específicamente, diferentes casos de violencia: bordarlos caso a caso, exponerlos, visibilizarlos. Es una acción de memoria, denuncia, un pedido de justicia en tela e hilos. Empezamos en el año 2012 bordando casos de asesinatos mexicanos a raíz del narcotráfico, casos que nos pasaron desde allá. Luego decidimos pensar esa acción en nuestro contexto, en nuestro país, con nuestra historia, y empezamos a bordar los casos de los nietos y las nietas apropiadas en la última dictadura cívico- militar. Hace dos años aproximadamente empezamos a bordar, porque consideramos que era urgente y necesario, casos de femicidios y transfemicidios. Desde el 2015, estamos invitando a diferentes especialistas a dar charlas en las plazas en las cuales hacemos la acción de bordar, para que ese espacio de reunión también lo sea de escucha, de debate, de intercambio de ideas y saberes.
—¿Elegiste siempre trabajar así, colectivamente?
—Me gusta mucho el trabajo grupal, me provoca, me estimula. Es desafiante, a veces cansador, pero sobre todo genera una circulación de afectos, una idea de comunidad que me interesa. Comunidad como aquello que te liga a los y las demás pero no por similitud, sino por las diferencias. Estar con otras pero en relación de singularidades, como dice Pál Pelbart, que es una idea que me gusta. Me parece que ahí también radica, por lo menos como yo lo entiendo, el vínculo entre arte y política, por el cual me preguntás. Porque la política tiene que ver con estar los unos con los otros en comunidad. Con esas formas de convivencia (o no). En ese sentido, más allá de la “obra”, de la “producción artística”, lo que me interesan son las formas por las cuales podemos producir algo de manera conjunta: un pañuelo, una juntada en una plaza, un acontecimiento teatral.
¿Cómo hacemos, nosotros que somos tan distintos, que tenemos intereses, deseos, sueños, imágenes, vidas diferentes, hacer algo que nos reúna, que nos encuentre? Necesariamente ese encuentro de diferencias va a tener un impacto en nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Por eso me gustan las artes que son colectivas. No me gusta la idea del artista solo, o en soledad. Creo profundamente (con todo lo complejo que es) que la relación arte-política deviene de las formas que podemos imaginar para construir algo que dé cuenta de nuestras singularidades, pero que nos contenga en un gesto potente a todos y todas las que participamos en su construcción. Ese es el diálogo primero que abre la obra al mundo, por ende, a la relación arte, política, sujetos, sociedad, humanidad.
—Sos docente de la UNC y además sos Consejera en el Consejo Directivo de la Facultad de Artes… ¿cómo estás viviendo la lucha de los educadores por sueldos dignos?
—Me parece que es un tema complejo. Complejo porque, de entrada, me parece tristísimo que los y las trabajadoras docentes tengamos que dar tanta pelea para que se reconozca la legitimidad de nuestro trabajo. Es tristísimo porque evidencia la poca valoración que tiene, para este gobierno, la educación. Pero esa poca valoración también la evidencian, manifiestan, muchos sectores de la sociedad, muchos ciudadanos, que defenestran con sus opiniones al trabajador docente. Es delirante. Delirante.
Creo que hay que trabajar, y mucho, en la reconstrucción de vínculos amorosos. En generar espacios –pequeños, quizás- en lxs que podamos estar, pensar, imaginar, cómo dar vuelta esta forma espantosa de vivir en sociedad. Hay un avance global de las derechas que es preocupante, y frente a eso, la imaginación. La circulación de redes afectivas. Modos de estar más porosas al otro, más atentos. Suena a cliché, pero creo en eso. En las micropolíticas, los pequeños gestos, las acciones en detalle, las militancias que inventan formas de militar. El trabajo pequeño pero que no para, que se reinventa, que se juega, que no cede terreno, mientras lo llena de semillas.
*Por Soledad Sgarella para La tinta. Fotografía: Foto Bruta | Gastón Malgieri. Video: Sandra Mutal para Bordamos por la paz.