«La literatura militante da como ecuación final mala literatura»

«La literatura militante da como ecuación final mala literatura»
6 julio, 2017 por Gilda

Por Sebastián Cantoni para Islandia

En su paso por Córdoba, invitado por la Facultad de Matemáticas, Astronomía y Física (FAMAF – UNC), Mempo Giardinelli dialogó con Islandia sobre su obra y búsqueda literaria.

–Islandia: ¿El periodismo trabaja (o debiera) en el ámbito de la verdad (y su descubrimiento) mientras que la literatura en el ámbito de la ficción y su verosimilitud?

–MG: Son dos preguntas, la primera sería la diferencia entre literatura y periodismo, que es una diferencia menos sutil de lo que se cree. El periodismo se supone que trabaja con la verdad, por lo menos tiene la misión moral de trabajar con la verdad. En cambio, la literatura necesariamente trabaja con la mentira, o lo que Juan Rulfo llamaba “trabajar con la mentira pero no con falsedad”. Esta diferencia sutil que hacía Juan determina dos propósitos, dos destinos, dos visiones que son completamente opuestas. Y la otra diferencia tiene que ver con el manejo del tiempo: en el periodismo siempre estás trabajando de prisa, a contrarreloj, mientras en la literatura el tiempo es raleado, no impositivo; si hay algo que no querés en la literatura es estar apurado.

–El concepto de morosidad del que Ud. ya ha hablado…

–Por supuesto, para mí la morosidad es parte de la felicidad de un texto. Si uno logra tener claras estas dos diferenciaciones, que curiosamente suelen ser negadas, uno tiene el camino allanado. Yo les decía siempre a mis alumnos en la universidad: no literaturicen el periodismo; no periodisticen la literatura. Esa es la otra gran diferencia.

–¿Cómo fue la experiencia con “¿Por qué prohibieron el circo?” (PQPeC), que es su primer novela escrita (en los años 70´s) y la última en publicarse en Argentina (2013, Edhasa Argentina, Buenos Aires)?

–Esa (PQPeC) fue una novela juvenil, escrita al calor del sueño de la liberación latinoamericana. Para mi generación era inevitable estar influenciado por la literatura del pre boom, y del boom también, pero sobre todo del pre boom: Huasipungo de (Jorge) Icaza , las obras de (José María) Arguedas, Cacao de (Jorge) Amado. Eran novelas que estimulaban un sueño, casi militante, aunque yo sabía desde muy chiquito que si quería hacer literatura la militancia había que mandarla al carajo. Porque la literatura militante da como ecuación final mala literatura. Salvo raras excepciones.

Como sea, escribí esta novela mientras hacía el servicio militar y unos años más, y creo que nunca me terminó de conformar, pero era lo que tenía y podía, digamos… Y como sea, me marcó mucho porque fue la novela que prohibieron en el año 76 después del golpe. Me tuve que ir de la Argentina y pasé un largo tiempo muy mal. Y supongo que quizás estaba enojado con esa novela. Que además era un proyecto abortado porque nunca llegó a salir. Programada para febrero de 1976, en marzo fue el golpe de estado y todo se demoró. Tanto que el único ejemplar que salvé y tengo no había llegado ni a encuadernarse y fue el único que se salvó del incendio. Yo quedé muy mal con eso.  ¿Por qué prohibieron el circo? es por eso una novela que negué durante prácticamente 30 años. 

–¿La cuestión de la morosidad en la forma de escribir es particular suya, o la fue tomando de lo que Ud. alguna vez definió como sus mentores (Osvaldo) Soriano o (Juan) Rulfo?

–Yo creo que cada escritor desarrolla su propia estrategia, y entonces le metés y va saliendo lo que tenés adentro. Sí he conocido y tenido maestros, pero los que considero los dos más importantes son los que llamo “mis dos Juanes”: Juan Filloy y Juan Rulfo. Con ambos tuve mucha relación, fui su amigo, fueron mis mentores, mis padres literarios. Y bien diferentes, lo que hoy aprecio mucho: Filloy era una catarata de escritura, no podía parar. Él mismo decía: “Para que no escriba van a tener que cortarme las manos”. La obra de Filloy es monumental. Y por el otro lado la obra de Juan Rulfo es más bien escueta: son tres libros. También monumentales, pero tres y breves. Y a mí no me parece que ninguno tuviera ni mejor ni peor estrategia. Escribir mucho o poco, extenso o breve, son decisiones de cada uno.

–Se podría definir como parte de una saga inicial de su obra a “¿Por qué prohibieron el circo?”, “La revolución en bicicleta” y “Luna Caliente”?

–En realidad son cinco novelas, y salvo PQPeC y La revolución en bicicleta, todas fueron paridas en México. Las tres mexicanas, por decirlo así, fueron: El Cielo con las Manos, Luna Caliente y Qué solos se quedan los muertos. Todas obras que escribí en el exilio, militando políticamente además, porque yo milité todos los años que viví en el exilio. El mío fue un exilio político militante. Formé parte de la Comisión Argentina de Solidaridad (CAS), e incluso fui miembro de la Directiva. Hay un libro que recupera toda esa etapa, que se llama México: el exilio que hemos vivido y lo escribimos a cuatro manos con Jorge Luis Bernetti. Podría decirse que con este libro se completa una etapa en mi vida, que yo necesité cerrar. Todas historias que, como me dijo un amigo muy querido que tuve hace años, Ignacio Xurxo, tenían “demasiado país”. Quizás pensando que él tenía razón, atendí su sugerencia y corté con eso. Y porque cuando volví a Argentina inicié todo otro proceso, otro laburo.

–¿Ahí fue cuando trabajó primero para Playboy México y luego como subdirector de Playboy Argentina?

(risas) ¡Es que estaba sin un mango! Y además necesitaba cortar con esa etapa y esos laburos fueron la única respuesta que encontré para pagarme el puchero (risas). En Playboy laburé y me pagaban muy bien, aunque duró muy poco tiempo. Fue mi período de laburar con Fontevecchia en Perfil, que entonces estaba empezando. Y me vino bien porque a mí me costó mucho dejar México; el primer año (1984/85) yo iba y venía, y aunque tenía la decisión de volver,  el desexilio, como lo llamaba Mario Benedetti, no era sencillo. 

Pero allá se había acabado la militancia cuando se logró la democracia, y muchos volvimos y la pregunta era: ¿y ahora qué hacemos? Y justo entonces había empezado a nacer otra novela que años después la viví un poco como mi re-encuentro con la Argentina, y que titulé Imposible Equilibrio. Ésa fue mi primera novela sin militancia, novela pura, ambientada en mi tierra desde una perspectiva festiva, algo jodona, irónica. Un verdadero reencuentro con la literatura, porque desde el 82 yo venía con algunos proyectos abandonados y con Santo oficio de la memoria, que me llevó unos 8 años.

–¿La guerra de Malvinas fue un disparador del Santo Oficio? (…)

–Claro, el disparador fue Malvinas. En el 82´uno se preguntaba: ¿A dónde va este país gobernado por milicos asesinos, con el pueblo que los apoya en las plazas para luchar contra Inglaterra y la OTAN? Sólo con el tiempo, a medida que pasaba y se perdió esa guerra y se recuperó la democracia, me fui dando cuenta de que, desde la literatura, la pregunta no era ¿A dónde va este país? sino ¿De dónde viene? ¿Por qué somos como somos? Y ahí empezó a salir esta saga familiar, ítalo-judía en cierto modo, que es Santo Oficio…

–Buceando en su trayectoria no encontramos muchas referencias acerca de la poesía.

 La mejor narrativa es la que logra una poética de la prosa. La que encuentra una poética propia.  Siempre he procurado alcanzar eso, pero en el camino también fui advirtiendo mis limitaciones. Y la mejor constatación que tuve fue que estaba condenado a ser un mal poeta, uno que podía desarrollar cierto oficio pero no iba a ser jamás un gran poeta. Y yo estoy convencido de que para ser poeta tenés que ser un gran poeta, o sino quedarte en tu casa. Por eso he sido un poeta secreto durante 50 años. Uno que sólo cada tanto despunta algún poema que acaso sea pasable y no merezca el tacho de basuras. No descarto de viejo, a lo mejor, darme el gusto de morirme con una selección de mis propios poemas, o al menos los menos malos (risas).

–¿A quién lee hoy en poesía o quienes son sus preferidos?
–Cuando uno lee mucho siempre vuelve y sigue prendido a los clásicos, latinoamericanos y españoles. Me gustan mucho Ungaretti, Elitis , Vicente Aleixandre. Entre los nuestros Juan Gelman, de quien fui amigo y además fue mi jefe en la editorial Abril. También Diana Bellessi, Olga Orozco, y uno de mis maestros fue Alfredo Veiravé, un gran poeta no del todo valorado. Y ahora estoy interesado en una notable poeta cordobesa, Elena Anníbali.

Por Sebastián Cantoni para Islandia. Fotos: Carlos Bosch.

Palabras claves: Libros prohibidos, literatura, Mempo Giardinelli, Por qué prohibieron el circo

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