Veinte años después de aquella primera trompeta que le regalaron una navidad, Hugo Lobo agita la boquilla y digita los tres pistones para cientos y miles de personas en Buenos Aires, después en el interior, más tarde en América latina y ahora, también, en Londres, la cuna del culto que profesa: el ska 2 Tone. Fue en abril, en el London International Ska Festival, uno de los más importantes del género en todo el planeta. Lo invitaron a tocar una noche y, aprovechando el viaje, se quedó dando vueltas por Inglaterra tres semanas más, con una compu y su trompeta pocket en la mochila. Todo para tocar y grabar con los pioneros vivos del ska 2 Tone, de los que se hizo amigo trayéndolos a Argentina y llevándolos a comer a una conocida parrilla sobre Alvarez Thomas, en Urquiza. Como los grupos fundamentales The Specials o The Selecter, de lo cual se desprendió una gran amistad con Pauline Black, su cantante, a quien Hugo le produce los discos.
De la mano de algunos de ellos tocó en lugares donde hizo bailar a personas que no él conocía, pero ellas sí a él: “Se acercaban a saludarme y a convidarme tragos. Algunos tenían mis discos solistas o los de Dancing Mood en sus celulares, no la podía acreditar”, recuerda con estupefacción. Pero hay una explicación. La misma que define muchas otras características de su perfil: su amistad eterna con el trombonista Rico Rodríguez. El cubano, fallecido hace un año y medio, le hizo buena propaganda a Lobo en Inglaterra, donde era profeta lejos de su tierra.
Es notable la capacidad de Hugo para conectar personalmente con quienes primero se vincula musicalmente, un rasgo que lo lleva a tener amistades tan disímiles como las de Pablo Lescano o Dennis Bovell, el Pepo o Skay Beilinson. Pero la relación con Rico lo marcó como ninguna de ésas. Ya desde el primer acercamiento, cuando el trombonista le recriminó que no estaba dándole al tono, hasta el reencuentro posterior, de pura aprobación e inicio de una linda amistad. “Lo que estoy haciendo ahora como solista, de ir a tocar al interior con músicos locales, lo hizo Rico hasta sus últimos días, incluso cuando ya ni podía tocar el trombón. Para mí eso fue siempre una referencia más allá de lo musical. Era ideológica” , sostiene Lobo.
Su carrera solista comenzó hace tres años, como una válvula de escape para poder ir más allá de lo que la estructura big band de Dancing Mood le permitía. Ese conjunto se vale de los altos estándares del jazz pero con aspiraciones de ska, lo que deja como resultado un diálogo salubre entre interpretaciones sofisticadas y decodificaciones populares. Porque, en definitiva, no se necesitan partituras para aprender a bailar. Hugo Lobo es el Duke Ellington de Villa Pueyrredón: un tipo que da dirección a una orquesta con las mejores artes para que la gente se divierta de la mejores formas.
En cualquier momento sale On The Good Road, el décimo disco de estudio de Dancing Mood y el primero que tendrá únicamente composiciones propias. Después de versionar lo que se le ocurriese, Hugo Lobo se animó a crear sus canciones. Y hasta ahí llega: “A veces me pican las ganas de cantar, pero me termina dando vergüenza”, confiesa. El nuevo disco de Dancing será, quizás, también el último. Al menos en el formato convencional. “Los discos dejaron de interesar y los formatos de venta a demanda no lograron reemplazaron el negocio. Hoy todos escuchan música ni siquiera por Spotify, sino por YouTube… discos enteros”, blande.
Esta medida anticíclica ya la experimenta como solista. Después de los discos de estudio Street Feeling (2014) y Stay Rude (2016), Lobo decidió de ahora en adelante sacar solo singles de dos canciones que tendrán primero una tirada discreta en vinilo y, una vez agotados, serán subidos a la nube. “Me parece más interesante sacar con regularidad cuatro o seis temas por año antes que un disco cada dos. Se concentra más la atención y se genera otra expectativa. Sacar un disco de 14 canciones es meterse la mitad en el orto y significa un gasto de energía, de creatividad y de plata: hacés la cuenta y te gastaste una casa en dos discos”, dice Lobo, que acaba de tirar a la cancha la primera tanda.
A diferencia de lo que pasa en Dancing Mood, donde la formación es numerosa y está establecida, Hugo Lobo desanda su camino solista tomándose colectivos para recorrer cada lugar del país en el que pueda armar una banda de ocasión compuesta exclusivamente con músicos locales. Un hábito que comenzó en Mendoza y se propaló por cuarenta lugares más. Tal es la cantidad de backing bands que Lobo tiene por todo el país, desde Tierra del Fuego hasta Misiones y Jujuy: grupos que armó buscando talentos en el interior profundo, y que siguieron tocando por su cuenta en la zona de influencia. Como una pequeña semilla sembrada en el corazón creativo de la Argentina que no miramos.
Aunque el trabajo de Lobo incluye desde escribir las partituras, articular las orquestaciones y alinear a los músicos hasta coproducir los shows y repartir los discos “mano a mano, a la antigua”, todos los méritos se simbolizan en el nodo final y definitivo de ese laburo: la trompeta. Un instrumento que divulgó e influenció, que inscribió en proyectos ajenos (Todos Tus Muertos, Los Fabulosos Cadillacs) y al que le dio otro lustre en la cultura rock argentina, esa escena heterogénea a la que Hugo no pertenece según las usanzas ortodoxas pero con la que comparte relaciones, hábitos y lugares. Como si fueran dos conjuntos separados que se tocan en un Diagrama de Venn.
Sin falsa modestia, Hugo reconoce con orgullo lo que está a la vista: “Me sorprende viajar por todo el país y ver cantidades de pibes que tocan instrumentos de viento… ¡y que estudian! Es una alegría ver que muchos pibes grosos se toman a la trompeta en serio”. Pero la emoción no se agota en el honor onanista de ver cómo muchos se reflejan en él, sino que cunde como motor para llegar siempre un poco más lejos.
La nueva escala incluye un proyecto ambicioso que atraviesa las fronteras argentinas. Se trata de Ska Unity, una cofradía que está tejiendo entre todas las backing bands que armó por el país para que se vinculen, vuelen por su propia cuenta y salgan a tocar por la región. Mientras Hugo prepara un compilado con varias de ellas, la movida ya tiene su fecha de estreno: será el viernes 30 de junio, con la participación de Satélite Kingston, Los Aggrotones, Juan Velázquez de Los Intocables, Martín Cuetto y Selektor Lucho. Será en Niceto Club, el mismo lugar donde Dancing Mood le dio seriedad a un sueño que, el día que llegó a su función número 100, se celebró con un show gratuito en la calle para 20 mil personas que acudieron a entender lo inentendible: cómo es que una banda empujada desde una pequeña trompeta y con canciones instrumentales se convirtió en una pasión multitudinaria de nuestro tiempo.
Orquestas y caretas
“Ahora hay trompetas hasta en la cancha”, dice Hugo Lobo, quien señala como pionera a la tribuna de Mandiyú de Corrientes, la cuál se valía de talentos del carnaval local. El propio Lobo se animó a meter su caño en las gradas de Atlanta, el equipo que tiñe su cuore. “Hasta que me cansé de romperme la trompa para tocarles a mil nucas y perderme el partido.” Sin embargo, encontró mejor forma de conjugar amor, pasión y conciencia solidaria a través de la orquesta Vamos Los Pibes, que tiene sede en el club de Villa Crespo pero que recibe a una cuarentena de chicos de diversas latitudes.
“Somos ocho profes, todos de onda, y laburamos mucho con colegios o comunas que nos mandan pibes con problemas de conducta o aprendizaje, que acá mejoran un montón. El que me dio una mano fue Julio Winitzky, un tipo de Atlanta que soñó con ver esto hecho realidad y que lamentablemente falleció”, cuenta Hugo. Además de la escuela de música, el lugar funciona como merendero gracias a la colaboración de anónimos interesados. Dice el bohemio vientista que le contó la idea a varios músicos aunque “muy pocos se coparon”. Entre la exigua lista figuran Jorge Serrano o los Kapanga, quienes donaron instrumentos.
Hace poco, Hugo Lobo afirmó que no se sentía parte de la escena rockera criolla. Y, lejos de esquivar el asunto, tira más pimienta a la mesa: “Todos venimos del mismo lugar y pasamos por lo mismo: empezamos soñando, tocando para diez personas y vendiéndoles entradas a nuestros primos o tías. Pero llega un momento en el que la gente parece que se transforma en algo que no tiene que ver con ese origen. Tipos que ganan mucha plata, hasta el límite de lo ridículo… y se convierten en una mentira. No me veo identificado con esos caretas”.
Entre las cosas que más lo indignan se incluye una a la vista de cualquiera: “No podés renegar del abrazo de un chabón al que le gusta lo que hacés. Si te emocionaba cuando te iban a ver quince tipos y uno te compraba un demo, ¿cómo te olvidaste de eso? Son unos pelotudos… o unos hijos de puta. Antes les daban la mano a todos y ahora sólo al contador que les hace zafar los impuestos”.
El estímulo comenzó como una lectura del derrame bien entendida: “Me empecé a sentir en falta el día que pude darme un gusto de más. Y no era porque me sobraran cosas y no supiera donde tirarlas sino porque vi que se podía hacer algo con eso. Porque hay gente que toca una vez por mes y en su tiempo libre se va de vacaciones a Sudáfrica o se hace la paja en su casa. Yo prefiero usar eso para fomentar esta cosa tan linda que es la música con chicos que lo necesitan, pibes que no tienen padres, a los que les va como el orto en el colegio, o que un día no comen. No hay nada más emocionante que ver el progreso de un pibe, su cara cuando toca y lo aplauden, o a sus padres orgullosos. Si no te pasa nada con eso, sos de mentira”.
►Hugo Lobo Band. Junto a Horace Andy, Riddim y Armando Flores el viernes 23 de junio en Club Paraguay.
Por Juan Ignacio Provéndola para Página/12. Foto: Cecilia Salas