Magia, justicia y poesía
La música como una catedral de naipes invisibles. Martín Buscaglia es un viajero de la latitud, la longitud y el tiempo. Va de acá para allá y de allá para acá. Un artista uruguayo que late más en el contenido que en las formas de las cosas. Un visionario que supo encontrar más allá de todo un modo de andar, reflexionar y compartir.
Por Tomás Di Tomaso para La tinta. Fotos: Colectivo Manifiesto
Amar la música es de los amores más intensos, felices y eternos que puede darnos la vida. Entender sin juzgar que los nombres propios son solo jugadores que generan la vibración (a veces más o menos) acertada y que esa luz se refleja en nuestros días y nuestras noches es inmenso. La lista de nombres puede ser infinita: Joao Gilberto, Dr. Dre, Almendra, Eduardo Mateo, Alfredo Zitarroza, unos menonitas que cantan en un granero, africanos haciendo música electrónica, Kiko Veneno, Sade, Titas, los hermanos Fattoruso, Los Traidores, Frank Sinatra y hasta Justin Bieber. La música como una catedral de naipes invisibles.
La ruta de Martín Buscaglia nos lleva por una inquieta carrera que incluye seis discos de estudio (dos de ellos a dúo con el español Kiko Veneno y otro con el artista uruguayo Antolín), un disco en vivo, un DVD en vivo junto a su banda Los Bochamakers, mágicos recitales con la Surdomundo Imposible Orchestra y un permanente ir y volver por la creación, el compartir y el disfrute. Hijo de aquella tendencia inspiradora de aquellos pioneros del candombe beat, las canciones para no dormir la siesta y un hacedor incansable de la lírica, la música y el baile. Su juego musical es magia, justicia y poesía.
En una pausa de su gira mediterránea organizada por El Toque producciones en la que visitó la mágica librería Hora Libre en Alta Gracia, Río Ceballos, Córdoba Capital y Los Hornillos en Córdoba, y Merlo en San Luis; pudo abrirse a las preguntas de La tinta para poder contar un poco más de sus andanzas musicales que van desde el lanzamiento de una versión de la canción Crece desde el pie de Alfredo Zitarrosa para un libro-disco ilustrado por Pantana, sus conciertos a dúo con Fernando Cabrera, su programa de radio en Gladys Palmera y sus teorías jamás publicadas sobre el reconocimiento post-mortem de David Bowie.
-¿Cómo surge hacer La casa del transformador, tu programa de radio que se emite por Gladys Palmera?
-Tengo una veta melómana que no es inherente a todo músico. Hay muchos músicos buenísimos que no tienen una curiosidad por investigar fuera de determinado género. Capaz que lo hacen dentro de un mundo con el que más conectan, pero en mi caso desde siempre tengo momentos de inmersión profundo en algún artista o en algún género en particular. Y cualquier lugar donde te metas es un maelstrom, un remolino que te lleva, un portal infinito. Por ese lado tengo una vocación natural, tengo una discoteca muy grande de vinilos. Naturalmente cuando hay gente en casa hay un intercambio musical.
Hace años había tenido un programa de radio en Montevideo, La hora del té, que era diario a las cinco de la tarde. Fue una experiencia divina. Llevar eso que hago con algunos amigos a amigos desconocidos. Con la libertad que te da al mismo tiempo no ser un locutor ni un periodista, obligado a pasar el último tema que sacó no sé quién si no tengo ganas, o seguir un hilo conductor que sea evidente para la escucha en el momento.
Esa primera experiencia estuvo buenísima y ahora con radio Gladys Palmera, esta experiencia proviene de un lado así. La dueña de la radio que es Gladys Palmera es una de las mayores coleccionistas de vinilos del mundo, específicamente de Latin. Miles y miles de discos de cosas, primeras impresiones… y también es curioso que sea una mujer. Porque coleccionar vinilos parece una cosa más masculina. Ella tiene esta radio sin publicidad donde Martirio tiene un programa donde pasa flamenco y cantes, Mario Galeano pasa mucha música colombiana y africana. En mi caso la premisa era libertad absoluta, más allá de que intento que no pase mucho tiempo sin que pase algo uruguayo, argentino o brasilero, al mismo tiempo se da naturalmente porque son cosas que conozco y escucho. El formato de que quede en un podcast me permite no tener ningún prurito en poner un tema que sea un mantra de diez minutos y que nadie venga a decir nada. Todo lo que hago musical se suma a la obra y me hace reflexionar sobre ella. Estoy poniendo música pero no es necesariamente la música que escucho todos los días. Es un abanico más amplio…
-Algo sucede en el último rato en tu obra y está relacionado a nuevos formatos. Las plataformas digitales están presentes ya sea en videos u otros formatos que no son discos de estudio, ¿qué está pasando?
-Por un lado, pienso que los formatos son coyunturales y que lo que importa al final es el concierto o en la grabación. Es cuando pasan las cosas. Todo lo otro es un poco redundante. Por las nuevas tecnologías, que son divinas que me permiten a mí grabar en un estudio propio y que no es profesional, a la vez permite un auge de gente que te invita a tocar en una cocina, en un parque. Eso que tiene un cariño y una cosa seductora sin duda…
Igual hay una proliferación excesiva que desborda el hecho. Lo real es que toco en un concierto, no es que toco en un bosque. Puedo tocar en un bosque y que quede estéticamente precioso pero es un poco falso el decir ahora que tengo esta cámara voy a filmar esto que es lo más natural posible. No lo es. Lo más natural es que vayas a un show o escuches un disco. Es lo que pasa con la internáutica en general. Es como la historia de Salomón, el rey aquel que le entregan un bebé y hay dos madres peleándose por ver de quién es… y él propone partir el bebé al medio y se quede la mitad cada madre. La verdad es así: salomónica. Es un bebé partido al medio. Lo que pasa es que es aburrido, y lo más entretenido es tomar una postura y decir no me gusta Bowie. Lo que pasa es que es un embole ir por la vida diciendo que está todo bien. La verdad es así.
Con estos medios pasa eso, te dan una herramienta y una sensación de libertad pero al mismo tiempo pasas a ser un esclavo de esa libertad y la dedicás a comprarte los muñequitos de La Guerra de las Galaxias. Por más extravagante que sea tu fascinación ya hay un nicho para vos. Estás siendo derivado y conducido, como las ratitas en un laberinto. Es una engaña pichanga. Te venden una cosa, pero al mismo tiempo es como un buscador. Vos podés elegir buscar en Google pero no buscás en todo lo que hay, sino en lo que ese robot sabe que te gusta. Estás buscando en un ambiente más confinado que el que tendrías si buscaras por vos mismo. Ahora si buscás por vos mismo es tantísimo el mundo que hay que podés no llegar nunca. Ahí tenés que elegir cómo irte de viaje si en el mapa todo marcado con los lugares que querés ver, o como un flaneur a pasear. Ahora si te vas a pasear puede que te pierdas lugares alucinantes y si vas a ver lugares alucinantes sos uno más con los cien mil chinos que hay. Es Salomón. No hay una que sea hay que hacer… lo que hay que saber es que es así.
Y con los discos míos, siento que los últimos conforman una serie. Hay una cosa en común entre Plácido Domingo, El evangelio según mi jardinero y Temporada de conejos y otra entre El pimiento indomable -con Kiko Veneno-, Somos libres y el de Antolín. Los últimos tienen algo imprevisto. Lo entiendo como una necesidad luego de haber hecho otros discos y cerrar ese proceso. Tras investigar un género o un instrumento querés otra cosa que te obligue y te exija. Estos tres últimos discos exigen un mundo. El disco con Kiko fue compuesto en un mes. Y allí cedés un montón de precisiones y obsesiones porque la premisa era eso. El disco en vivo ni siquiera sabía que estaba haciendo un disco. No fue que preparé un show y lo ensayé, elegí el repertorio que defina la trayectoria, los arreglos… es un toque grabado que quedó bueno y decidimos editarlo. Y Antolín es el comandante máximo de eso.
-¿Cómo explicarías quién es Antolín?
-Antolín es un artista loco. Para alguien que escucha música se puede comparar con Daniel Johnston o Syd Barrett, un artista fuera de foco pero mucho más extremo y polifacético. Él es artista plástico, poeta, novelista, todo que tiene que ver con el arte bruto. Esa cosa del tipo que no domina exactamente cuando está haciendo una genialidad. Antolín te puede leer una frase que por decirla podría vivir en una montaña y tener seguidores, y a la vez, mostrarte un jarrón que hizo y es un jarrón como dice Spinetta. Y él lo vive con la misma intensidad tanto el jarrón como la frase. Apareció en principios de los ‘90 presentándose solo cantando a capella. Sin ningún instrumento o acompañado con músicos improvisadores de la camada más libertaria como Osvaldo Fattoruso, Urbano Moraes, Jorginho Gularte, El Lobo Nuñez. Pero improvisando free en tiempo real. Tocar con alguien así es como tocar con un niño. Los locos están cerca de los poetas, los poetas cerca de los niños y los niños conectan con una sabiduría del magma, de la naturaleza. Tocar con un niño es como tocar con un virtuoso. La imprevisibilidad total que hay en los caminos, la pureza, la inverosimilitud absoluta, no hay impostura y todo un aura poética que al final es lo más importante. En el disco el cantó sus temas a capella sin escuchar ningún tipo de base, ni armonía, ni tono, ni nada. No se mueve en ese parámetro. Tras grabar sus temas yo compuse la música intentando tocar lo que él escuchaba en su cabeza cuando él cantaba. A lo largo de los años que tocaba con estos músicos noté que él en su cabeza no escuchaba free jazz, sino en realidad escucha Nino Bravo solo que pasado por su tamiz estroboscópico.
Desde lo de Kiko hice una gira con Yusa, ahora estamos haciendo un dúo con Fernando Cabrera. Me metí en un mundo de salirme de mí. Y al mismo tiempo es una fantasía porque por más que vos intentes irte de vos y meterte con otro que te obliga a usar otras herramientas, nunca te podés escapar. Si me voy a vivir a Bulgaria y grabo con la orquesta sinfónica, no va a ser tan distinto. Lo que me alivia es que lo veo en los grandes capos veteranos. Tom Waits, Caetano… siguen pareciéndose a sí mismos por más de que cambien. En el fondo hay una esencia y está buenísimo, sino sería una locura.
El próximo disco que voy a hacer ya lo veo volviendo a mi soledad. Después de haber salido y haberme juntado con todo esto, nunca volvés igual. Todo lo que pasó va a influir necesariamente en lo próximo que hago. Procesos peculiares con dos tipos intensos cada uno por sus razones. Antolín por convivir con alguien que vive en otro lugar literalmente y con Kiko porque es un maestro de otra generación entonces es enriquecedor.
-Pensaba también que Kiko y Antolín son de una generación que no son la tuya…
-¿Que será? Es interesante. Con Fernando (Cabrera) también. Cuando toco con el quinteto son más co-generacionales los músicos como los Ibarburu o Mateo Moreno. Creo que lo más inteligente es ir para atrás y para adelante. Juntarte con tus mayores, tus menores y tus contemporáneos. En la banda también toca Matías Rada que es bastante más chico. Y por cuestión de tiempo no pude hacer cosas con una gente de una camada nueva que me invitaron a producir y estoy sin tiempo real. Me quedé con la pena.
No es una elección tampoco… vos no elegís a tu novia porque no vas con una lista de requisitos y vas tachando. Lo mismo con un amigo. No elegís que todos tus amigos sean ejemplo de ética y de claridad. Todos tienen algún don, por algo los necesitás en tu vida. Los míos son unos capos todos y los quiero y me enseñan, pero no cumplen todos los requisitos. Ninguno de estos encuentros fue planeado con antelación, es espontáneo porque solo podés hacerlo si es fácil. O facil e o certo, eso cantaba Titas, y lo fácil es lo fértil también. Entonces lo llevo a todo: para tocar en vivo es fácil para mí, más allá de la concentración o la complejidad, parece dicotómico pero al mismo tiempo no… si no fluye, si no es natural se nota y no funciona nada. Si solamente te dedicás a aprender un instrumento y pensar lo que vas a decir y leerte un libro con la teoría que vas a comentar, si eso no sale de un impulso tuyo natural, se nota y no se genera esa biósfera, esa aura.
-Pienso que hay algo que tiene que ver con ser un puente generacional, esto de ir para atrás y para adelante. Continuamente la relación que hacen con vos también tiene que ver con la generación de Eduardo Mateo o tu viejo por ejemplo.
-Eso es una cosa bastante uruguaya, pero quizás acá también pasa. Hubo una primera movida de rock uruguayo antes de la Dictadura con grupos como El Kinto, Siglo, Tótem, unas bandas increíbles, muchas de ellas de candombe beat. Después una movida post-Dictadura que tenía que ver más con el postpunk que yo vi muchos de esos toques que ahora son míticos. Posteriormente a ellos hay un clima que no es parricida. El candombe beat se quejaba del Club del Clan y que el candombe solo se tocara en la calle, el canto popular tenía una cosa súper interesante pero tenía una cosa bastante desconfiada de la parte más tribal y de celebración, y el postpunk tenía una cosa con el enojo con unas letras buenísimas pero Montevideo agoniza. Posteriormente ya no lo veo tanto y en mí lo incluyo sin dudas. Hoy hay una mezcolanza que es muy común. El que toca el bajo en una banda de funk también toca el bandoneón en una orquesta de tango.
En mí particularmente por una historia familiar, obviamente siempre se hace referencia. Yo continúo un linaje artístico y familiar que también es menos raro de lo que parece. La cosa artística tiene también una cosa pública que la engulle de algo que parece que fuera diferente. Estoy seguro que es muy común que haya familias donde son todos panaderos, o médicos, o políticos, o deportistas. Es super lógico que sea así. Si vos tenés una relación buena con tus padres y ellos hacen lo que les gusta, vos mamás esa pasión. Yo esa referencia la tengo de muy muy chico. Eso en el aire lo tengo presente sin entenderlo con el pensamiento, pero las trasnochadas, los ensayos, la pasión en la discusión sobre algo ideal, la dedicación, el rango que le daban. Como era más importante quedarse ensayando un tema que ir a pagar la luz, entonces… te quedabas sin luz unos días pero terminabas el tema.
Y para mí fue interesante que cuando arranqué a tocar, girar más y sacar discos, que se genere una movida fue en España y al volver pasar por Argentina. Entonces, en lugares donde no se tenía en cuenta esta historia. Recién cuando saqué el libro ese con textos de mi viejo fue cuando se invirtió ese rol.
-Hablando de esto, ¿cómo fue hacer una canción de Alfredo Zitarrosa para el libro-disco que salió recientemente?
-La gente de la editorial Criatura, que están ligados a una librería que se llama La Lupa, muy activa culturalmente. Cuando escucharon la versión me dijeron que estuvo bueno haber hecho una versión y no tocar simplemente el tema. Gente divina participó, pero se ve que nadie lo agarró por ahí. Jamás se me hubiera ocurrido hacer un tema igual que él pero que en vez de él lo cantes vos. Es absolutamente innecesario con toda la polución que hay en el mundo agregar algo que ya está. Lo que imaginé con esta versión del libro fue a la nieta de Zitarrosa escuchando Justin Bieber y que se copara con un tema de su abuelo. Justin la rompe y hay toda una movida del Pop Teen ahora bastante tropical, conectada con la cosa caribeña, isleña, anglo. Escuchás y hay muchos temones que tienen un aire reggaetonero, una búsqueda por ese lado. Yo pensé una cosa así, ya que la milonga tiene un lado afro, llevarlo para ese lado. Quedó divino. Después de escuchar el tema les conté lo que había pensado y me agradecieron no haberles contado antes porque no lo hubieran permitido (risas). Quedé feliz con el resultado.
-¿Cómo le explicarías a un ser de otro planeta qué es la música?
-¡No es fácil esta pregunta! Lo que sí sé es que es algo construído con un montón de elementos y que cuando está completo, desaparecen para ser otra cosa. Es como si fuera una catedral de naipes pero que podés sacar cualquier carta y va a seguir siendo una catedral siempre. Podés armar una canción haciendo todo correctamente y que no pase nada. Tener la voz divina, un registro divino, una producción, un tema perfecto escrito, con unos acordes… y que no pase nada. Y muchas veces escuchás uno borracho cantando en la calle y te rompe la cabeza, y está desafinado y es porque ya construyó ese castillo con naipes invisibles. Y también le diría a un alienígena que es una de las cosas inherentes al Homo sapiens, de las pocas cosas que en el kit de la naturaleza nos vienen dadas, que para mí tiene que ver con lo trascendente. Una cosa que se podría llamar religiosa, un estado alterado que también te lo da el amor, el sexo pero la música te la podés llevar contigo. Tiene que ver con lo religioso.
A veces da miedo usar la palabra religión porque, por lo menos yo, la tengo asociada al Necronomicón, con algo diabólico, pero pensado como algo que te conecta con algo más grande que vos: esa sensación de tocar una mesa y sentir un árbol. Eso que no te puede pasar todo el tiempo porque sería una locura… Antolín vive en ese lugar. Pero no podés vivir así…
La música te conecta con ese lugar, por eso los grandes cantores como Frank Sinatra, Roberto Carlos, los cantores que le gustan a todo el mundo y al que no le gusta es porque no se entregó a que le guste… todos esos, Ray Charles, Stevie Wonder le dan gracias de su don a Dios. Y vos te preguntás por qué… pero es al revés: ellos están imbuidos de ese poderío que tiene la música. No es que un hipotético Dios le dio ese don, sino es la música la que les dejó abierto ese canal que lo conectan con eso que es como una deidad. Ellos están por algo natural que les vino así. Yo no tengo esa posibilidad: para llegar a eso tengo que componer una canción, grabar un disco, hacer un arreglo, o a veces en un concierto llego un ratito apenas y es lo mejor del mundo.
Por Tomás Di Tomaso para La tinta. Fotos: Colectivo Manifiesto.