De la favela Ciudad de Dios a la cima del podio olímpico
La judoca Rafaela Silva se consagró este lunes en la categoría de menos 57 kilos al derrotar a Dorjsürengiin Sumiya, de Mongolia. Así, alcanzó la primera medalla de oro para Brasil en estos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Su triunfo se convirtió en un símbolo contra el racismo por el hecho de ser una mujer, negra y criada en la favela carioca de «Ciudad de Dios».
Cidade de Deus es un barrio situado en la zona oeste de la ciudad de Río de Janeiro. En 1960, habitantes de toda la ciudad carioca fueron trasladados a esta zona como parte de un programa estatal de erradicación de villas de emergencias, lo que forzó la convivencia de trabajadores, delincuentes y narcotraficantes en un escenario nuevo.
Esa realidad -al menos en parte- fue reflejada en la película «Ciudad de Dios», dirigida por Fernando Meirelles en base a una novela de Paulo Lins, que en 2002 trató sobre el auge y las guerras del crimen organizado en el barrio donde habitan más de 50 mil personas.
La multipremiada película mostró una faceta de las favelas de Brasil, pero también expuso el barrio a los medios de comunicación, reforzando el estigma de comunidad violenta y peligrosa, promoviendo, así, una ola de prejuicios y discriminaciones. “Lucha y nunca sobrevivirás. Corre y nunca escaparás”, fue la frase más emblemática de la película.
A lo largo de su historia sin embargo, sobre todo a partir de los años 80, surgieron en Ciudad de Dios diferentes asociaciones de habitantes, grupos de zamba, clubes deportivos, grupos de teatro, revistas, cine clubs, diversas iglesias y grupos de danza.
En ese contexto, en un club de una favela, comenzó su historia deportiva Rafaela Silva.
«Sin el judo, no sabría dónde estaría ahora»
Rafaela tenía 8 años cuando empezó a practicar judo en el gimnasio que el proyecto social Body Planet instaló en la calle de su casa. Más tarde, sería el Instituto Reaçao (un proyecto que trabaja el judo con centenares de niños sacados de la exclusión) el que se fijara en ella y la acompañara para profesionalizar su práctica. Los entrenadores cuentan que su hermana Raquel también se alzaba como una joven promesa del deporte, aunque un embarazo adolescente a los 15 años le interrumpió el proceso de entrenamiento y nunca regresó a su nivel.
«Nunca disfruté de juguetes ni de ropa nueva. Mis padres no tenían dinero para darme. Así que me gustaba jugar en la calle con la cometa, con la pelota… Pero no había equipo de chicos y mi padre me decía que en la calle no iba a aprender nada bueno. Había niños que tomaban droga o que llevaban armas. Me apunté a judo para defenderme. Si no hubiera sido por el judo, yo no sabría dónde estaría ahora», confesó la deportista al diario El Mundo.
El debut olímpico de Silva fue en 2012, en Londres. Ese día, fue descalificada por un golpe ilegal, cuando inició su ataque contra la húngara Hedvig Karakas con una patada en la pierna. Ese día, el público la abucheó fuertemente, ella salió llorando del tatami y luego tuvo que soportar cientos de insultos racistas en las redes sociales contra su persona.
A punto estuvo de claudicar, de ceder a la cadena interminable de la favela. De nuevo aparecía la sombra destino: “Lucha y nunca sobrevivirás. Corre y nunca escaparás”. Sin embargo Rafaela continuó entrenando.
Los ataques misógenos, racistas y de clase contra la deportista hicieron que Ciudad de Dios asumiera la derrota de Rafaela como propia.
«Dios sabe cuánto he sufrido y lo que he hecho para llegar aquí»
El bíceps derecho de Rafa lleva esa frase tatuada. El mismo brazo con el que este lunes ejecutó un waza-ari a la representante de Mongolia Sumiya Dorjsuren, líder del ránking mundial. Esa certera acción le permitió entregar a la delegación anfitriona su primera medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río 2016.
«Nací en una comunidad que no me permitía plantearme muchos objetivos en la vida. Soy de Ciudad de Dios. Empecé a practicar judo por diversión y ahora soy campeona mundial y olímpica», destacó emocionada en la ciudad que le vio nacer y triunfar.
En medio de un Brasil convulsionado por la corrupción y un golpe de estado parlamentario, una multitud festejó este lunes el oro olímpico. Pero el triunfo tiene destinatarios propios, guiños evidentes para los incondicionales que no se subieron al carro del éxito, para los cientos de miles de personas que viven hacinadas en los más de 40 kilómetros cuadrados del favelado carioca y que creen en la posibilidad de romper el destino al que los gobiernos los condenan.
Rafaela lo deja bien claro: «Un niño tiene que saber que el hecho de que salgamos de una favela no significa que no podamos crecer».