Chaya: la transformación de las tradiciones en eventos de consumo masivo
Qué sucede cuando eventos tradicionales de cuño popular difusores de expresiones del mismo pueblo son transformados en negocios; cuando los gestores de fiestas populares se convierten en empresarios o catapultan sus carreras políticas.
Por Martín de la Fuente para La tinta.
Vivimos una época caracterizada por el ingreso de un nuevo orden nacional, expresión de la avanzada del imperialismo en Latinoamérica. La profundización del neoliberalismo, la transformación del Estado en representante exclusivo de las corporaciones, la transferencia de riquezas a sectores concentrados, la monopolización de los medios de comunicación y un retroceso cultural que amenaza, ya no con la instalación de un pensamiento único, sino con una avanzada final hacia un proceso llamado idiotización de masas, estado en el cual ya no habrá ningún pensamiento, las ideas serán homogeneizadas y los sueños derrotados, por lo tanto los pueblos serán incapaces de luchar por un cambio radical.
En este contexto pueden notarse grandes avances en procesos de aislamiento, falta de debate ideológico, desarticulación y autonomismo fragmentario lo que impide la apertura de caminos para iniciar procesos transformadores que partan del cuestionamiento social y político identificando las matrices y estructuras dominantes, trabajando sobre las contradicciones y orientando procesos articuladores y de unidad.
Desde finales de la década del 80’ en la provincia comenzó un proceso de reconversión de los medios de comunicación y prácticas culturales mediado por la rentabilidad, el consumo acrítico masivo y la espectacularidad. Así, eventos tradicionales de cuño popular difusores de expresiones del mismo pueblo fueron transformados en negocios. Cuando la rentabilidad se puso en riesgo el estado salió en su auxilio fomentando con aportes económicos la continuidad de ese modelo, sin aportar cambios de paradigma y beneficiando a través de sociedades mixtas a gestores que desde el mismo Estado se convirtieron en empresarios o catapultaron sus carreras políticas . La chaya se convirtió en un gran negocio para funcionarios de medio pelo y pequeños emprendedores que llegaron a construir grandes empresas transformando las tradiciones en eventos de consumo masivo. Actualmente es el Estado quien se pone al frente del suministro de inversiones para negocios con rentabilidad privada.
El nuevo activismo cultural
La chaya, entendida como un hecho tradicional-cultural de fuerte peso social y político, constitutivo de la identidad, opera hoy como un dispositivo de evasión, un aplacador de masas, despolitizando la sociedad y las tradiciones. Ha sido fagocitada por el poder, convertida en una política de Estado funcional al mantenimiento de las relaciones de dominación. Desde la contracultura no se la ve como un espacio de disputa, territorio de conflicto, sino como un pacto tácito y multicultural (y policlasista) donde convive una multiplicidad de expresiones-interpretaciones de la tradición que se resuelven ocultando las contradicciones sociales y políticas.
Quienes forman parte del fenómeno se creen depositarios de una práctica de las tradiciones inmutable, inmaculada, no contradictoria, exenta de conflicto y disputa. De esta manera contribuyen a canonizar un fenómeno vivo, dinámico, en permanente disputa. Los templos construidos a la tradición inmovilizan la posibilidad de actuar sobre el uso de las prácticas de las tradiciones. Contribuyen a generar imperativos de conducta social que, al no ser cuestionados, construyen engranajes sólidos de la maquinaria de dominación.El activismo cultural en la provincia, entendido como un espacio reciente de conformación de identidades de militancia (en su abanico de expresiones: artística, comunicacional, de gestión cultural etc.) se presenta en muchos colectivos emergentes como garante de una recreación popular genuina de la chaya, promoviendo una interpretación bastante adaptada a las estructuras dominantes o por lo menos sin ponerlas en dudas. Espacios donde el fenómeno alternativo convive con la política de Estado, se complementa armoniosamente o converge en un proceso entendido como plural, de gestión diferenciada, aunque no contradictorio.
Desde muchos sectores denominados progresistas, entusiastas difusores de la chaya como tradición ancestral, hito cultural que cimienta la identidad, se contribuye a vivir el fenómeno en su carácter de regulador de conflictos, sucedáneo de una fiesta que hunde sus raíces en las estructuras sociales de los pueblos originarios, siempre en las antípodas de los cánones de la cultura occidental.
Así, hay expresiones contraculturales que, incluso mostrándose en contradicción con la corriente dominante, pueden convivir pacíficamente y complementarse, usando herramientas, esquemas, prácticas y elementos de grupos de poder.
Este fenómeno ha llevado al activismo cultural a producir hechos sin intencionalidad que generalmente quedan a merced de ser usados por las redes de la cultura dominante, hechos que glorifican el culto a la espontaneidad y a lo superfluo como patrimonio intangible, expresión genuina del pueblo. El culto a la forma, la celebración de lo que adorna por sobre lo adornado, la escolástica de lo popular, la liturgia vacua de la alegría, la chaya hoy se vive desde su expresión más evasiva, impulsada por las clases dominantes hasta sus expresiones más rebuscadas y naíf.
Sin embargo la propuesta del activismo cultural ha contribuido a generar pequeños espacios de interacción social, revalorizando aspectos plebeyos y creando lugares de debate, incluso con sus taras desideologizantes y su culto a la espontaneidad y la acción.
Perspectivas
A la construcción de espacios culturales “oficiales” pensados desde los centros de poder se oponen aquellos que se piensan en contradicción insalvable con la cultura dominante. Los avances en la conciencia político cultural son todavía incipientes. Lo popular, la idea de una cosmogonía de y para los de abajo, se resiste a pensarse mientras los debates estén subordinados a un pragmatismo que se pliega a la acción sin objetivo político. ¿Qué es lo popular? Sirve la definición del Obispo Angelelli: “Pueblo es el que no oprime y lucha contra la opresión.” Aquel obispo que desencantado por la mentira y la prepotencia del poder quiso hacer un Tinkunaco alternativo que fue prohibido por la misma iglesia.
Para contribuir al cambio social radical la chaya -y todos los hechos artísticos y culturales- deberá dejar de ser un paréntesis en medio de la realidad, rebelarse contra los contenidos burgueses, liberarse de la opresión del mercado que todo lo vende y lo compra. Desde el activismo cultural de puede empezar a pensar en profundizar los debates, darles intencionalidad, iniciar procesos de articulación, pasar de un fenómeno cultural-expresivo que no cuestiona la dominación a un fenómeno político, que se piense en contradicción con el poder, que luche contra la opresión para poder llegar a ser pueblo.
* Por Martín de la Fuente para La tinta.
** Fotografías Colectivo Manifiesto.