¿Por qué la universidad debe ingresar a la cárcel?
El Programa Universitario en la Cárcel, la primera experiencia de educación superior en toda la provincia y una de las primeras de Argentina, cumple veinticinco años de existencia. Y lo celebra con un encuentro que nos recuerda sus orígenes, pero también nos enfrenta a un incierto presente y futuro, con un modelo neoliberal que sostiene políticas financieras de recorte presupuestario para la universidad pública y políticas punitivas que empeoran la sobrepoblación penitenciaria actual.
Por Lucas Crisafulli y Flavia Romero para La tinta
Allá por 2012, en el marco de los talleres de extensión del Programa Universitario en la Cárcel de la Facultad de Filosofía y Humanidades (Universidad Nacional de Córdoba), que se realizaban en la cárcel de San Martín, uno de los estudiantes que podían encontrarse siempre presentes era Fernando, que estaba preso desde hacía muchos años (nunca dijo exactamente cuántos y nosotros tampoco preguntamos). Él se acercaba tangencialmente a los espacios de formación, a tal punto que nunca se podía decir si participaba o no de los encuentros, aunque esto no era del todo inusual en el aula universitaria.
Las conversaciones con él eran escurridizas y al pasar hasta que, unos meses después de finalizar los talleres ―en los últimos días fríos de 2012―, pudimos ver con sorpresa su cara en la facultad. Estaba parado en el hall de entrada del Pabellón Residencial, entre la estatua de la Venus de Milo y el piano de cola. Tenía una expresión desconcertada y llevaba una bolsita transparente en la mano que dejaba ver una libreta universitaria y algunos papeles sueltos. Nos reconoció.
Cuando empezamos a hablar, contó que ese mismo día había salido de la cárcel. La expresión de alegría por la noticia solamente le iluminó la cara unos segundos, después desapareció. Dijo que estaba solo, que no tenía dónde dormir esa noche ni dinero ni trabajo ni familia a la cual recurrir. Buscaba a alguien del Programa Universitario en la Cárcel que pudiera acompañarlo.
Ese instante nos ayudó a dimensionar lo que representaba el Programa para las personas privadas de libertad que pasaban por sus aulas dentro de la cárcel. No era sólo «un modo de pasar el tiempo adentro» y tampoco era exclusivamente un modo de saldar cuentas pendientes con la educación, sino que constituía un vínculo con el mundo por fuera de esos altos paredones de concreto e, incluso, para algunos de ellos, era el único lugar al cual recurrir para dar los primeros pasos en libertad luego de un largo encierro.
En su cara de incertidumbre, reconocimos a miles de sujetos anónimos que atravesaban situaciones similares al salir de la cárcel, con muy pocos espacios de contención en el “afuera” y con dificultades para conseguir un trabajo, por mencionar solo algunas barreras. ¿Quién le daría empleo a una persona con un certificado de antecedentes “manchado” por su paso por un penal? ¿Quién sería la garantía de alquiler de Fernando? ¿Cómo se “reinsertaría en la sociedad”, según pretende la ley de ejecución penal?
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Para enseñar en una cárcel (inserte aquí la penitenciaría más cercana a su hogar), el recorrido no es para nada sencillo: ingresar implica viajar varios kilómetros por ruta, pasar peajes, anunciarse en el ingreso y allí dejar teléfono celular, llaves y el DNI. Hay que pasar por la requisa y atravesar infinitas puertas que se van abriendo y cerrando (enyugando, como se dice en la jerga carcelaria), dejando cada vez más atrás el mundo libre para internarse en el encierro. Pero ¿por qué hacerlo? ¿Por qué seguir apostando por la educación de personas que se encuentran privadas de libertad?
Para la universidad, la educación no puede tener como objetivo la reinserción social o la corrección moral de las personas. Cuando en el Estatuto de la Universidad Nacional de Córdoba se proclama que su misión es la educación plena de la persona humana y la difusión del saber superior entre todas las capas de la población, no hace distinción alguna de nacionalidad, etnia, religión, edad, así como tampoco distingue entre personas en libertad y privadas de ella. Estar preso solo implica la privación de la libertad ambulatoria y no de otros derechos humanos como la educación.
Para que tenga sentido la frase “la educación es un derecho”, debe existir un sujeto obligado a garantizarlo. En términos formales, la educación superior es un derecho y, como contrapartida, es una responsabilidad de la universidad pública contribuir a efectivizarlo. Veinticinco años de experiencias educativas en la cárcel dejan reflexiones que exceden el sostenimiento de estas propuestas solo por el cumplimiento de una obligación. Habitar la cárcel desde la universidad es una oportunidad para su propia existencia (sí, una oportunidad), ya que le permite enriquecerse de una realidad que le devuelve preguntas sobre su quehacer y sus certezas cotidianas.
Suscribimos aquella premisa que plantea que la educación universitaria en contextos de encierro humaniza a docentes y estudiantes, ya que se centran en una práctica anclada en los derechos en torno al conocimiento, para alejarse de miradas prejuiciosas que entienden al otro desde la carencia. A esto, podríamos agregar que la educación universitaria en contextos de encierro no solo nos humaniza en términos individuales, sino también colectivos, pues humaniza una institución pública que nos trasciende y tiene su impacto en la vida de toda la ciudadanía de nuestra provincia de un modo u otro. La educación en contextos de encierro democratiza a la universidad, pero también a la cárcel.
¿Qué es la educación superior en contextos de encierro? Un palimpsesto de sentidos que se escriben con los años ―tutoría a tutoría―. Algunos, muy personales; otros, singulares, pero compartidos y, por último, aquellos a los que debemos arraigarnos y sostener obstinadamente: los sentidos políticos que nos comprenden a todos y nos acercan a un modelo carcelario menos restrictivo de los derechos humanos y a una universidad pública más abierta a la comunidad.
El Programa Universitario en la Cárcel, la primera experiencia de educación superior en toda la provincia y una de las primeras de Argentina, cumple veinticinco años de existencia y lo celebra con un encuentro que nos recuerda sus orígenes, pero también nos enfrenta a un incierto presente y futuro, con un modelo neoliberal que sostiene políticas financieras de recorte presupuestario para la universidad pública y políticas punitivas que empeoran la sobrepoblación penitenciaria actual.
Acompañar al PUC en estos festejos no es solo una participación individual, es una apuesta colectiva que nos aloja en un imaginario en el que sea posible un diálogo de dignidades. En palabras de Enrique Pichón Riviere, «en tiempos de incertidumbre y desesperanza, es imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza junto a otros». Ahí nos vemos.
Festival 25 años del Programa Universitario en la Cárcel
Viernes 27 en la Plaza Seca de Casa Verde, Ciudad Universitaria.
- 16 a 18: Conversatorio: «Memorias del PUC»
- 18 a 20: Muestra de proyectos históricos: «Y las luchas que nos faltan: 25 años de cultura y educación en cárceles»
- 19 a 20: Tranki Punki
Se recibirán útiles de librería: hojas sueltas, cuadernos sin anillado, lapiceras, resaltadores.
*Por Lucas Crisafulli y Flavia Romero para La tinta / Imagen de portada: FFyH, UNC.