Un viaje a la muestra de Carlos Alonso: bosquejo de una inquietud

Un viaje a la muestra de Carlos Alonso: bosquejo de una inquietud
2 agosto, 2024 por Claudia Huergo

La muestra «El retrato», retrospectiva de Carlos Alonso, se puede visitar en el MACU ―Museo de Arte Contemporáneo de Unquillo― hasta este domingo 4 de agosto. En esta nota, la profundidad de la mirada y la agudeza de las palabras de Claudia Huergo sobre la muestra.

Un museo, una muestra no es un lugar inofensivo al que se pueda llegar siguiendo indicaciones. Tengo algunos mapas prácticos de cómo llegar a Unquillo y también tengo la experiencia de perderme. Dejo el Google maps encendido durante todo el trayecto. La primera mitad del viaje se dedica a contradecirme. Elijo sostener la inquietud de no obedecer las indicaciones hasta que cesa la insistencia de marcarme otra ruta y se me acopla. Orientación y desorientación, sostener el desacople confiando un poco en lo que hago, pero desconfiando también, porque, a lo mejor, Google sabe algo que yo no sé. Un juego un poco tonto, una compañía de viaje en auto en una tarde de domingo de julio, frío y nublado.


Una exposición no es un lugar inofensivo porque también estamos expuestos a lo que allí se expone. Y, en cierto modo, queremos eso, vamos a ver qué nos pasa: qué nos provoca, qué nos despierta una obra. A veces, creemos haber entrenado lo suficiente una capacidad, una competencia, una habilidad: el entender de pintura, el interpretar al autor, el famoso «lo que quiere decir aquí, en este cuadro, es…».


A veces, estamos más interesados en reconocer que en conocer

Una vez ahí, las cosas son más o menos como las recuerdo: la aparente quietud de los muesos, los tonos de voz mesurados, el ruido blanco de las conversaciones, todo colabora para que finalmente llegue el olvido de sí. La recepción de la obra por sus propios medios, no ya nuestra voluntad o nuestra conciencia de espectador. Ni conciencia personal ni memoria propia, sino sensibilidad perceptiva hacia ese lenguaje.

Sucede la magia y el terror: estar expuestos, puestos fuera

Recorro la muestra en silencio, porque allí ya hay algo atronador. La sensación es la del instante previo a un derrumbe. Cada cuadro parece sostenerse sólidamente en un equilibrio frágil, en una temporalidad de movimiento y de pasaje, cada escena viene de algo y parece ir hacia otra cosa. Camino la muestra con cuidado, como si estuviera en un camino de cornisas, donde cada paso contuviera la posibilidad de la caída o del ascenso, del abismo o del cielo.

Pero, fundamentalmente, camino la muestra con pudor, como si la escena que se da a la mirada contuviera algo profundamente privado, íntimo, algo que sólo puede ser mirado de soslayo, como si la sola mirada directa pudiera intervenir el cuadro, llegar a desencadenar allí una suerte de catástrofe. ¿Sintieron también ustedes esa fragilidad? Escuchan también esos versos del poeta William Ospina que dicen: ¿por qué la última flor del horror es la belleza? ¿Por qué la última flor de la belleza es el horror?

Referencias

En una muestra, no estamos solos. Esa galería de presencias trae algo de un combate, de una lucha que no descansa. Hago el camino de regreso ajena ya al jueguito imbécil con Google maps. Necesito llegar a mi casa y convocar urgente a una junta de ayudantes, comenzar cuanto antes el bosquejo de mi inquietud. 


Necesito separarme, tomar distancia, entender la emboscada de la que acabo de ser presa. ¿Qué del gesto compositivo de Alonso me dejó en esa sensación? No quiero eximirme ni eximirlo diciendo que se trata de la historia de Alonso, de la Gran Historia de nuestro país o de la pequeña historia que pueda haber detrás de cada cuadro.


El tema

El tema de la muestra es el exilio. Descanso en pensar que alcanza, en nuestra historia, con decir El Exilio. Y no tener que decir nada más. Como si ese bloque de sentido pudiera contener, hacia adelante y hacia atrás, todas las significaciones. Como si esa sola referencia pudiera agotar, eximirnos de algo. Pero no. En esos días, estoy terminando de leer La Llamada, un retrato, de la escritora Leila Guerreiro. Misma sensación.

No basta con tener un tema sobre el que pintar, sobre el que escribir. Tener un tema es, primero que nada, tener un bloque de sentido, unos relatos, unas narraciones, unas figuraciones. Un cliché, como decía Deleuze. El acto creativo, pintar o narrar o componer tendrá que ver primero con borronear (no desaparecer) lo ya impreso, con deformar (no extinguir) las representaciones que tenemos de un tema para que emerjan allí las fuerzas que atraviesan la situación. Las fuerzas no son visibles, tenemos que hacerlas visibles.

Algo de esta obra trae esa lucha, ese combate. Pienso en el cuadro titulado Manta santiagueña. Un hombre sentado a los pies de la cama, un poco encorvado, la cabeza retraída entre los hombros. Los codos descansan apoyados sobre las rodillas abiertas, las manos se juntan con los dedos entrelazados. Aperturas y cierres dados por la posición del cuerpo, podría ser alguien vencido… ah, pero la mirada. La mirada es frontal, no mira al piso, nos mira, la mirada logra levantar el entrecejo, no cae bajo el peso de los párpados. Quizás, en unos instantes, logre levantar al cuerpo, las manos dejen de estar entrelazadas y se apoyen en las rodillas hasta lograr la posición erecta y, finalmente, salga caminando, deje atrás ese cuarto, esa cama, esa mujer que yace desnuda atrás. O quizá sea el instante previo a darse vuelta, la vacilación a ceder a ese cuerpo ya desnudo que lo espera atrás, a unírsele. 

Las fuerzas del       suelo

                       cielo

Sabemos que un cuadro es bueno, dice Deleuze, cuando logra hacer visibles esas fuerzas. Una composición es un conjunto, una estructura, pero desequilibrándose, cayéndose. Lo que sea que está pasando tiene que pasar primero en el cuerpo del artista. No se trata de reproducir lo visible, se trata de volver visibles esas fuerzas. Es preciso pasar por el caos, pero es preciso que algo salga de él, sino es la muerte. Porque alguien puede atravesar esa tormenta, puede pintarla, modularla.

Leila Guerriero repite varias veces, en su libro La Llamada, lo que parece ser un procedimiento en esa escritura: Entonces, a lo largo de cierto tiempo, nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran y las cosas que dejaron de pasar porque esas cosas pasaron. Guerriero, para mí, es una escritora de las fuerzas.

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Retrospectivas

¿Puede una retrospectiva en una obra funcionar como un espejo convexo? ¿Habría que poner en esta muestra una advertencia, como en los espejos retrovisores de los autos: los objetos están más cerca de lo que aparentan? ¿Qué es eso que nos respira en la nuca, eso que nos sigue mientras nos desplazamos por el espacio?

Odio decir: la actualidad de una obra. ¡Esta obra es tan contemporánea! ¡Miren! La historia se repite, siguen pasando las mismas cosas. Odio el régimen de obviedad con el que tratamos de cubrir nuestra impotencia. De nuevo, la poesía de Ospina me hacen de relevo, ¿por qué sólo unas cosas del tiempo se alargan en recuerdos? ¿Por qué nuestro destino se parece tanto a nosotros? ¿Por qué odiamos al bárbaro, pero somos el bárbaro?

Un cuadro, una obra, una retrospectiva también puede funcionar trayendo ese desarreglo de espacio y de tiempo. No es tan simple, es un enorme trabajo reconstruir las cosas que pasaron, las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran y las cosas que dejaron de pasar porque esas cosas pasaron. No es tan simple lograr una retrospectiva y que, aun así, algo siga abierto.

Todo cierra

Amamos que todo cierre. Amamos la tranquilidad de una explicación que ordena las cosas en causas y efectos. Hacemos terapias de vidas pasadas, constelaciones familiares, entonces, decimos ahhh, claro, ahora todo cierra. Nos vamos a dormir tranquilos, con la panza llena de explicaciones, la conciencia tranquila, porque odiamos al bárbaro…. [entonces, algo nos despierta en medio de la noche, una pesadilla] …pero somos el bárbaro.

Un cuadro, una obra, cuando escapa del régimen de la representación, cuando escapa del régimen de la obviedad, vuelve a restaurar en el centro de la cosa el asunto del vacío.  

Entonces, un cuadro puede ser algo que nos mira, una muestra no es exactamente un paseo, un museo que alberga una muestra nos expone. Tememos y amamos por partes iguales esa exposición. Nuestro pequeño salto al vacío, nuestra aventura perceptiva tiene el valor de rasgar la tela[araña] que nos cubre los ojos. El instante del parpadeo, del abrir y cerrar y aceptar que no todo cierre. Que no está cerrado ni sellado nuestro destino, al menos, si, como dice el poeta, porque nuestro destino se parece tanto a nosotros.

*Por Claudia Huergo para La tinta / Imagen de portada: Manos anónimas, técnica mixta sobre papel, 88×60 cm., año 1984.

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Palabras claves: Carlos Alonso, Claudia Huergo

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