Un G7 devaluado en un mundo en crisis
La semana pasada, en Italia, se llevó adelante una nueva cumbre del G7. Se trata, probablemente, de la cumbre más devaluada de las últimas décadas.
Solo la anfitriona, Giorgia Meloni, tras su reciente giro a la centro-derecha ―dentro de lo que podría caber―, se ha convertido en una dirigente de peso en Europa. El resto de los miembros del bloque se encuentran en un momento de caída, prácticamente irrefrenable, hacia el ocaso político. El primer ministro británico, Rishi Sunak, recientemente se vio obligado a adelantar las elecciones al 4 de julio próximo, donde su Partido Conservador se encamina a sufrir una de las derrotas más duras de su historia frente al Partido Laborista. Emmanuel Macron, que tiene una aprobación de menos de 20%, debió disolver la Asamblea Nacional y convocar a legislativas anticipadas en Francia tras ser derrotado por la ultraderecha de Marine Le Pen en las elecciones parlamentarias europeas. Olaf Schölz cuenta con una aprobación del 25% en Alemania, donde también fue derrotado en los comicios para el Parlamento europeo, con la particularidad de que los ultras de Alternative für Deustchland ―Alternativa por Alemania― llegaron al 15%, siendo la mejor elección de la ultraderecha germana desde 1933.
Los números de los dirigentes fuera de Europa no son mucho mejores. Por un lado, Joe Biden tiene su desafío más importante en noviembre de este año, en unas elecciones que, de acuerdo con la amplia mayoría de las encuestas, tiene grandes posibilidades de perder frente a Donald Trump. El canadiense Justin Trudeau, que todavía tiene poco menos de un año y medio de mandato hasta las próximas elecciones, tiene una aprobación del 30% y su partido no despega en las encuestas frente a los conservadores. En Japón, el primer ministro, Fumio Kishida, del tradicional Partido Liberal Democrático, cuenta con una aprobación que ronda el 10%, además de que su gabinete se ha visto golpeado recientemente por una serie de escándalos de corrupción de los que no se toleran en aquel país. Meloni, en cambio, los ve a todos desde arriba. Hoy, es una dirigente fundamental para que Ursula von der Leyen pueda reelegir al frente de la Comisión Europea y ya no se la ve como un monstruo de extrema derecha marginal. Sucede que el resto de la derecha se radicalizó tanto que, con unos pequeños ajustes hacia el centro, la italiana logró lo que hace un par de meses parecía imposible: convertirse en la dirigente más importante de Europa.
El G7 es parte de un viejo orden internacional que, si bien todavía lucha para mantenerse vigente, se encuentra en una crisis sin precedentes. China, Rusia, India y los países de los BRICS+ ven cómo su oportunidad de construir un nuevo orden internacional, no necesariamente mejor ni necesariamente peor, empieza a llegar. Por eso, una de las “medidas” más notorias de la cumbre fue la decisión de profundizar sanciones contra Moscú y de prestar dinero a Ucrania a través de los beneficios de las inversiones rusas congeladas.
Los países del G7 aprobaron un acuerdo para proporcionar a Ucrania 50.000 millones de dólares derivados de activos rusos. En respuesta, el Kremlin afirmó que esto “no llevará a Occidente a nada bueno”. Tras la cumbre, también hubo una dura declaración del grupo de los siete contra China y contra Irán, acusados de “posibilitar la guerra” de Rusia contra Ucrania. Esto se da por impulso de Washington, que busca que los europeos adopten posturas de línea dura contra Beijing. El documento final incluye acusaciones a China de “prácticas desleales” en materia de comercio internacional, que provocan “desbordamientos globales, distorsiones del mercado y un dañino exceso de capacidad en una creciente gama de sectores”. A su vez, expresaron las preocupaciones del G7 respecto de lo que consideran un avance de China en el mar del Indo-Pacífico o mar de China Meridional: «Seguimos oponiéndonos al peligroso uso por parte de China de guardacostas y milicias marítimas en el mar de China Meridional y a su repetida obstrucción de la libertad de navegación de los países en alta mar”, indica el comunicado.
También hubo lugar para visitas de Javier Milei y de su par brasileño, Lula da Silva, cada uno, por supuesto, con sus respectivos pesos geopolíticos, muy distintos uno del otro. Mutuamente, se ignoraron y Lula, que hoy cuenta con la presidencia del G-20 para Brasil, pidió impuestos para los superricos: “Ya es hora de que los superricos paguen los impuestos que les corresponden. Esta excesiva concentración de poder e ingresos representa un riesgo para la democracia”. Esta propuesta de cambio progresivo en los sistemas tributarios recibió el apoyo de varios países europeos recientemente, por ejemplo, de Francia. Lula hoy es, de alguna manera, el nexo entre los países del G7 y los BRICS+, ya que tiene muy buena relación tanto con Macron como con Biden, sobre todo por sus iniciativas conjuntas contra el cambio climático y la protección del Amazonas, pero, al mismo tiempo, forma parte del bloque con China y Rusia.
El papa Francisco, flanqueado por Meloni y Macron, se refirió preocupado al avance de la inteligencia artificial y de las consecuencias que esta tendrá en el futuro inmediato del trabajo y de la humanidad en general. Meloni logró que se evite la palabra “aborto” en el comunicado del final, a pesar de las insistencias de Macron. Aun con la oposición de Francisco a los movimientos de ultraderecha internacionales y de algunas rispideces iniciales, su relación con Meloni ―que es muy católica― es buena y hubo acercamientos en el último tiempo, como una muestra más del corrimiento de la italiana a la centroderecha más tradicional. A su vez, el máximo representante del catolicismo está convencido de que Italia necesita un gobierno fuerte que termine con la inestabilidad de la poca duración de los primeros ministros y ve en la mujer de 47 años a una persona capaz de liderar el país como nadie lo hace, quizás, desde los tiempos de Silvio Berlusconi. Al mismo tiempo, le preocupa mucho la situación de los migrantes en el Mediterráneo y la necesidad de buscar una solución humanitaria. Meloni, quien se opone terminantemente a la inmigración africana, ha dicho al respecto que la solución es que Europa debe dejar de saquear los países africanos y terminar con el colonialismo, para que nadie se vea obligado a abandonar su país en busca de una vida mejor.
La cumbre del G7 celebrada recientemente refleja un grupo de naciones enfrentando una profunda crisis política interna y una pérdida de influencia global. Con líderes como Meloni emergiendo en Europa y tensiones crecientes con potencias como China y Rusia, el G7 muestra signos de debilitamiento frente a un orden internacional en transformación.
Temas críticos como la seguridad global, el cambio climático y la desigualdad económica dominaron las discusiones, destacando la urgencia de adaptarse a un nuevo panorama geopolítico marcado por la competencia y la complejidad de intereses divergentes, en un mundo que se encuentra en un proceso de transformación extremadamente complejo que no se ve, por lo menos, desde 1945.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Imagen de portada: AP/Alex Brandon.